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En diálogo con el islam

Recientemente recibí el Premio Mundial del Presidente de la República de Túnez para los Estudios Islámicos por mi libro Islam. Cultura, religión y política (Trotta, Madrid, 2009), en reconocimiento a la consolidación de una imagen luminosa del islam y de su carácter tolerante, basado en los principios de moderación, solidaridad y ayuda mutua. La significación del premio trasciende, por supuesto, lo personal e invita a revisar críticamente y superar no pocos de los prejuicios negativos sobre el islam, muy difundidos e instalados en el imaginario social de Occidente, que fomentan la islamofobia y dificultan –e incluso imposibilitan– todo encuentro y colaboración. Dicha revisión lleva derechamente a pasar del paradigma anti al paradigma inter en las relaciones entre las civilizaciones, los pueblos, las culturas y las religiones, muy especialmente entre cristianismo e islam, así como entre Occidente y el mundo musulmán.

Un punto de referencia luminoso en la construcción de la nueva relación entre culturas y religiones es, sin duda, la experiencia andalusí, que el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo llama certeramente «el paradigma Córdoba» en su obra Elogio de la diversidad. Se trata, a su juicio, de «uno de los ejemplos de alianza mediterránea que desarrolló una cultura de la tolerancia en tanto que pilar filosófico y político para el diálogo intercultural». Lo que dicha alianza puso de manifiesto, gracias a los filósofos Averroes y Maimónides, fue que la vida de cada ser humano y de los pueblos se guía por un doble propósito: buscar la diversidad propia y ajena y evitar los escollos del extremismo y el fanatismo.
Para ello es necesario enterrar definitivamente la teoría belicista del choque de civilizaciones, que amenaza con convertir el mundo en un coloso en llamas, y los fundamentalismos, que siembran la intolerancia por doquier, y avanzar por la senda del diálogo entre culturas, la alianza entre civilizaciones y el encuentro entre religiones desde el respeto al pluriverso religioso y la diversidad cultural, y en el horizonte de la lucha contra la pobreza. Coincido con Raimon Panikkar en que «sin diálogo, el ser humano se asfixia y las religiones se anquilosan». Lo que ratifica Jahanbegloo, para quien «sin diálogo, la diversidad es inalcanzable; y sin respeto por la diversidad, el diálogo es inútil».
En el terreno de la reflexión me parece prioritario superar la distancia entre los teólogos cristianos y los musulmanes y empezar a elaborar una teología islamo-cristiana de la liberación contrahegemónica desde cuatro claves. La primera es la ética, que debe ser liberada del asedio al que está siendo sometida por el neoliberalismo. Siguiendo a Lévinas, entiendo la ética como teología primera. La segunda es la utópica, que consiste en rehabilitar críticamente la utopía como movilizadora de energías emancipatorias; pero no una utopía abstracta, sino concreta, que se reformula en los procesos históricos yendo siempre por delante. La tercera clave es la laicidad, que requiere superar los discursos confesionales cerrados y ubicar a las religiones en la sociedad y en diálogo con las corrientes de pensamiento crítico y en colaboración con los movimientos sociales. La cuarta es la emergencia de una política cosmopolita emancipatoria en el marco de una democracia participativa. Y todo ello en perspectiva de género, en el horizonte de las víctimas y desde la ubicación en el mundo de la marginación.
Esta teología debe llevar a cabo importantes transformaciones en el discurso religioso. Una es el cambio en la funcionalidad de la imagen de Dios: del Dios de la guerra al Dios de la paz. Otra es el cambio de actitud en las relaciones entre islam y cristianismo: del anatema al diálogo, del integrismo y fundamentalismo al encuentro interreligioso e intercultural. Es necesario igualmente un cambio de orientación en la ética: pasar de la moral negadora del cuerpo y represiva de la sexualidad a la ética liberadora en todos los terrenos, el personal y el social, el político y el económico. Otro cambio fundamental es la recuperación de las tradiciones místicas de ambas religiones y de su carácter subversivo. Debe producirse también una transformación en la consideración de las mujeres, que deben pasar de mayoría silenciosa y silenciada a recuperar la voz y el voto en el seno de ambas religiones; de invisibles a asumir la visibilidad en espacios de responsabilidad; de meros objetos en manos de clérigos e imanes, a sujetos morales y religiosos; de oyentes sumisas, a teólogas en activo. Finalmente, es necesario un cambio en el concepto de la revelación y en la aproximación a los textos sagrados, que no pueden seguir siendo inmutables, infalibles y objetos de culto, sino que deben ser estudiados a través de los métodos histórico-críticos y de una hermenéutica de género.

Tengo la firme convicción de que el futuro de la Humanidad no se puede construir al margen, por encima o en contra del islam, sino en diálogo y colaboración con él, fomentando políticas de reconocimiento de los derechos humanos, de integración social, de desarrollo económico, de convivencia interétnica y de resolución negociada de los conflictos.

*Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid

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