Los romanos se quejaban amargamente de que los cristianos hubieran copiado sus Saturnalias para sus fiestas de Carnaval, y convertido su celebración del dios solar Apolo en la Natividad de Jesús, quejas que reproducían las que antes los etruscos habían hecho respecto a los romanos por el mismo motivo. "Nunca nos bañamos en el mismo río", como decía Heráclito, y la historia no se detiene. Los hombres públicos prudentes van juntando lo antiguo con lo nuevo, y suavizando los cambios. No lo comprenden quienes critican al príncipe Felipe porque, sobre el año compostelano, ha hablado de los valores de tolerancia y solidaridad de Europa, en vez de subrayar unos conceptos religiosos, ajenos ya a gran parte de los mismos peregrinos del Camino de Santiago, según una reciente encuesta.
Consuélense los crítico constatando que estamos en una época más tolerante y plural, y que el Estado democrático, aconfesional, ideológicamente neutro, no derribará sus templos, como los cristianos hicieron con los templos "paganos", sino que dejará que cada cual edifique la iglesia que quiera y profese la ideología que le parezca, sin matar a moros o ateos, como hicieron hasta ayer mismo demasiados españoles afines a esos críticos.