“El neoliberalismo es intrínsecamente inmoral, ya que genera discriminaciones económicas, culturales, étnicas, sexistas, injusticias estructurales y violencia institucional”.
Estas palabras, rebosantes de sentido común, fueron escritas por el teólogo Juan José Tamayo el pasado noviembre en la revista “Temas para el debate” en el marco de un excelente artículo: “El cristianismo ante la crisis económica”.
La sabiduría que destilaban aquellas líneas de Tamayo apenas puede bosquejarse en una columna. No obstante, me gustaría trazar algunos renglones, trasunto de las ideas más impactantes de aquella colaboración.
Así, podemos asomarnos al planteamiento de la crisis económica como crisis ética. En realidad, la actual crisis no es tanto económica ni financiera como ética. En su epicentro se halla el sistema social y económico neoliberal, calificado por Casáldiga como “la gran blasfemia de nuestro tiempo”.
El neoliberalismo prescinde de la ética. Al emprender un negocio o una operación financiera no se cuestiona si tal acción es moral, si causará daños a terceros, si beneficiará a la comunidad. Muy al contrario, su único motor lo constituye el beneficio de quien lo promueve.
De este modo, al rendir culto a la codicia, comienza a generalizarse la corrupción: fraudes, estafas, privatizaciones de bienes básicos, desfalcos, extorsiones, abuso de poder, falta de control y regulación de las operaciones financieros… los resultados los están sufriendo en su carne millones de personas.
A su vez, las políticas de “liberalización” sin control (en el fondo, permitir al más desaprensivo campar a sus anchas) generan un empobrecimiento de la población mundial y provocan un retroceso en el bien común y los Derechos Humanos, toda vez que se prioriza el acumular propiedades sobre cualquier otra cuestión.
Continúa el teólogo Tamayo cuestionándose el papel de la jerarquía católica ante la crisis. Hemos de reconocer que a nivel testimonial y en casos particulares, su papel ha sido positivo a veces. Pero es simple apariencia. La jerarquía católica nunca llegará a confrontarse con la raíz, las inmorales políticas del neoliberalismo. De hecho, no pocas veces, actuará como cómplice o cooperador necesario.
En realidad, la iglesia se encuentra preocupa por cuestiones de poder y por la defensa de posiciones de privilegio en materia económica mientras codicia aumentar su asignación tributaria.
Ciertamente, la iglesia provoca conflictos con el Gobierno. Pero ellos se derivan de su afán por mantener privilegios y de la intolerable pretensión de imponer su moral a los demás. Muy al contrario, la iglesia nunca se enfrentará al Gobierno para reclamar políticas sociales redistributivas. Y jamás combatirá de manera real a los poderes financieros, grandes responsables de la crisis.
En esta línea, sigue recordando Tamayo que el conflicto de Jesucristo con las autoridades políticas y religiosas de su tiempo no fue para conseguir poder, beneficios económicos o puestos de influencia. Mucho menos por cuestiones de moralina sexual, auténtica obsesión de los modernos fariseos.
No, la denuncia de Jesús fue a los poderosos, a la acumulación de bienes y la idolatría del dinero, algo que juzgaba incompatible con la adoración a Dios.
Sin embargo, a diario contemplamos cómo se tergiversa y prostituye el mensaje cristiano al servicio de intereses perversos, egoístas, falaces. Cuando lo denunciamos se nos tilda de “demagogos”, “enemigos de la religión y el cristianismo” e invectivas similares.
Falso. Los enemigos son quienes con sus bocas sucias y su podredumbre racionalizan la explotación capitalista y justifican los desmanes del neoliberalismo que arruinan a tantos trabajadores. Ellos son los enemigos del cristianismo. Y de la mayoría de la sociedad.
Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor