Hay que tener en cuenta que vivimos en un país en el que declarar públicamente que se es ateo, es decir, inteligente, lúcido, cultivado, racionalista… hasta hace no mucho, podía costarle a uno la vida
Pedro Sánchez, secretario general del PSOE y posible candidato a presidente del Gobierno en las próximas Elecciones Generales del 2015, es ateo. Lo ha afirmado, el domingo pasado, en una entrevista para un programa de televisión. Nada de particular, puesto que supuestamente vivimos en un país democrático, y la libertad de pensamiento y de creencias es un derecho fundamental contemplado en la Carta Magna de los Derechos Humanos. Muy mal andaríamos si a estas alturas la gente no pudiera declarar públicamente sus creencias o increencias, lo cual ha ocurrido, casi siempre, en este país de talante teocrático.
Sin embargo, tal declaración a mí me ha alegrado muy especialmente, porque es una muestra de coherencia personal y de lucidez política, ya que en muy raros casos un líder político español ha manifestado públicamente su alejamiento de la superstición religiosa, que ensambla buena parte de lo que llamamos “poder”, y que algunos consideran algo relacionado con la espiritualidad; aunque muchos sabemos que es, además de otras muchas cosas, la herramienta ideológica tradicional del poder tirano para embaucar, someter y entontecer al pueblo ignorante, y a muchos idiotas. Y no es que lo diga yo, ya el mismísimo Aristóteles proclamaba que “Los hombres crean dioses a su propia imagen”; y, ya en nuestros tiempos, una de las mentes más inteligentes de la historia, Stephen Hawking, acaba de manifestar recientemente que “No existe ningún dios. Soy ateo”.
Por supuesto, hay que tener en cuenta que vivimos en un país en el que declarar públicamente que se es ateo, es decir, inteligente, lúcido, cultivado, leído, cientifista, racionalista, sabio, erudito, sensato, docto o simplemente poseer un buen sentido común, hasta hace no mucho, exactamente treinta y nueve años, podía costarle a uno la vida. Porque, no lo olvidemos, el amor que proclaman en la teoría a los cuatro vientos los que se dicen seguidores de lo divino, se ha convertido frecuentemente, en la práctica y con demasiada facilidad, en el más feroz de los odios. Ese odio que, por poner un único ejemplo, llevó a Dióscoro Galindo, el maestro laicista que defendía la enseñanza racional y científica y que decía a sus alumnos que no existen los dioses, a ser fusilado y enterrado en una fosa común con Federico García Lorca.
Sin embargo, estamos en un país en el que, a todas luces y con evidencia, la sociedad se seculariza a pasos agigantados. Según los últimos barómetros del CIS, alrededor de un 70% de españoles se declara católico (aunque de este porcentaje el 63% se declara no practicante; es decir, sólo un 30% de los españoles son católicos practicantes); y el 24,7% de la población se declara como atea o no creyente. Y es que la sociedad española es cada día más culta. Quedó atrás aquella sociedad analfabeta del franquismo, cuya ignorancia era el garante de la pervivencia del pensamiento mágico, fanático e irracional, disfrazado de espiritualidad, de la religión, impuesta a través del adoctrinamiento, del miedo o de la coacción física o mental.
Los ateos han sido perseguidos por la Iglesia per secula seculorum, torturados, quemados y desacreditados. Porque, sencillamente, la luz de la razón y la verdad desenmascara las tinieblas del pensamiento religioso. Vivimos, por tanto, en un país en el que la palabra “ateo” arrastra connotaciones terribles, producto de siglos de persecución y difamación. Incluso hoy en día muchos ateos utilizan adjetivos eufemísticos, como agnóstico, que desdibujan su condición de irreligiosos, y les despeja de la mala fama social que la palabra “ateo” aún contiene en este país de zotes, con perdón de los muchos que no lo son.
Me decía hace tiempo una querida amiga, mujer inteligente y sabia, que “ya es hora de rehabilitar esa palabra y enarbolarla con orgullo, porque no somos los ateos los que debamos ir de tapadillo, como ocultando la vergüenza de pensar, sino los religiosos de cualquier religión o secta que han impuesto durante siglos creencias y supersticiones absurdas, demostradas como falsas, en base a las cuales se han pasado siglos matando, torturando, propiciando la ignorancia y aniquilando la libertad.”
Pedro Sánchez ha sido honesto y valiente al declarar su ateísmo, y al reconocer que las creencias personales son un asunto privado que en nada tienen que afectar el espacio público común que es el Estado. El PSOE, que desde sus orígenes fue un partido laico, contiene un lobby católico que ha desvirtuado su laicismo, y ha bloqueado la aspiración democrática de la mayoría a la separación Iglesias-Estado. Ojalá Pedro Sánchez pueda hacer algo al respecto. Aunque no demuestra la misma lucidez al declararse partidario de un pacto de Estado con el Partido Popular, que sabemos ultracatólico. Un disparate ideológico y estructural que los votantes progresistas de este país no vamos a tragar.
Coral Bravo es Doctora en Filología
Pedro Sánchez en un momento de la entrevista donde se declara ateo. Cuatro TV
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