La jerarquía católica española no nos deja en paz ni siquiera cuando hasta los ateos nos sentimos tiernos en los días en que reina el Niño Jesús y nos deseamos cosas buenas los unos a los otros y hacemos propósitos para afrontar la vida.
El de Alcalá de Henares -pardiez, lugar de tanta solera literaria no merece a semejante cabestro-, el obispo Juan Antonio Reig Pla, acaba de vincular la violencia de género a los nuevos modelos de familia. Aparte de que se me ocurre que para patrón familiar de fantasía, el que ellos pregonan -casarse con la Iglesia, que las monjas sean esposas de Cristo, etcétera- no es en absoluto manco, lamento comunicarle, pollo, de que poseo información de primera mano sobre eso que afirma de que entre los casados por el altar verdadero no se producen malos tratos.
Mi padre, a quien sin duda la Iglesia perdonó pero yo no, se casó dos veces, las dos por la Iglesia, y a sus dos esposas las embreó hasta cansarse.
La primera recibió como premio divino a su comportamiento -era muy buena y sumisa- fallecer en un bombardeo que sembró el dolor en Barcelona, por parte de los católicos mussolinianos que le echaban una mano a Franco.
La segunda mujer, mi madre, era la que me proporcionaba las buenas noticias que ahora comparto con ustedes y que nunca, nunca en mi vida olvidaré ni disculparé. "Me ha dicho el padre que aguante con resignación cristiana, que es la cruz que me ha tocado llevar".
Eso es lo que me contaba la pobre cuando regresaba del confesionario, ese lugar de amansamiento y control que ha utilizado la institución católica para tenernos sometidas a su patriarcado indecente. Y para, de paso, formar una red de espionaje a nivel mundial que ya quisiera para sí el Mossad.