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Dios, Abel y Caín, según la mirada de Mauricio Kartun

Mauricio Kartun dará a conocer su nueva obra, teatro político sobre el «mito patronal de origen»: la pelea bíblica entre hermanos.

En un descanso de los ensayos, en el Teatro del Pueblo, dialogamos con Mauricio Kartun sobre su nueva obra: Terrenal, que además dirige. Planea el estreno para la segunda quincena de setiembre. En continuidad con su pieza anterior, Salomé de chacra, Kartun regresa al intertexto de la Biblia, en esta ocasión al Génesis: los personajes de Terrenal son Abel, Caín y Dios. Nuevamente, teatro político. Luego del "tríptico patronal" –integrado por El Niño Argentino, Ala de criados, Salomé de chacra–, Kartun asegura que Terrenal "es tal vez la más ‘patronal’ de todas".

–De acuerdo con los "momentos" del proceso creador sobre los que reflexionaste en tu seminario de desmontaje de Ala de criados, ¿de qué universo surge Terrenal y cuáles fueron las imágenes generadoras?

–Del universo de la Biblia, al que vengo trajinando desde hace tiempo, y una vez más el del varieté, los folcloristas, los recreos con tablado…Todo de la familia, bah. Hace muchos años, mis hijos eran chicos, andábamos un domingo de excursión por unos andurriales, unas lagunitas en Benavídez (provincia de Buenos Aires) a las que solía ir a pescar. En un caminito de tierra, separados por un largo trecho, había dos tipos vendiendo carnada. Los carteles estaban escritos con la misma letra y pintura sobre sendas chapas viejas. Uno decía "Isoca" y el otro "Lumbrí". Por su parecido físico imaginé que eran hermanos. Tal vez porque mis hijos vivían en esa época en disputa continua, los imaginé enfrentados. Y apareció el espacio: un terreno que habían heredado al que habían subdividido en dos mitades en la que uno criaba lombrices y el otro isoca, la larva del escarabajo, que es muy apreciada como carnada. Me los hacía como protohacendados en guerra. Una historia de rivalidades ganaderas pero en un lotecito choto con una casilla de chapa, me imaginé. Me pareció en ese momento que era una buena situación condensadora y que esa miseria disputada como propiedad contenía una parodia sustanciosa sobre algunas cosas del capitalismo que me agitan a veces. Quedó como tantos otros materiales generadores empollando en un archivo. Hace un par de años, releyendo el libro de mitos hebreos de [Robert] Graves, me reencontré con el de Caín y Abel con todas sus connotaciones sobre la propiedad en lucha contra el impulso nómade. Con Caín como el inventor de los pesos y las medidas, según sus exégetas, y condenado a los temblores, a las ciudades amuralladas y al trabajo inútil. Como suele suceder se sobreimprimieron las dos cosas, aquella imagen sin relato y estas ideas, y calzaban justo. Como siempre: a la herida que produce la imagen sólo la cauteriza la metáfora. La cierra, la sana. Y así toda obra es cicatriz. Terrenal es el costurón resultado de aquel tajo y esta sutura.

–¿Cómo fueron en este caso el trabajo de campo y el acopio?

–Mucho Google al principio, como hacemos todos, buscando orientación, bibliografía, referencias y mucha imagen. Lo extraordinario de los buscadores de Internet es esa apertura interminable en la que cada término lleva a un autor y ese autor a otros términos, y esos términos traducidos a otros idiomas y nuevamente buscados vuelven a abrir y abrir. Es nuestra biblioteca de Babel contemporánea, no hay caso. Luego, ya con ese marco, la búsqueda y acopio desde esos libros. Fue fundamental en este caso, además, un aporte que desde su biblioteca personal me hizo Eduardo Graham. Leí mucho y de todo. Y todo el despelote se empezó a ordenar, como de costumbre, durante la escritura. Le cuesta a veces a quien no lo practica, entender esta cosa de que la escritura es una forma analógica del pensamiento, que quienes lo hacemos no tenemos otra forma de encontrarnos con las ideas que plasmar un universo en palabras, recorrerlo y descubrirlas a su través. Parece raro y sin embargo es tan obvio. Hay una actividad menos conocida sobre la Biblia, la de los eiségetas. A diferencia de la exégesis, que extrae el significado de un texto dado de acuerdo a la necesidad de la iglesia, la eiségesis inserta en un texto dado las interpretaciones personales. Eso hice con este mito, mi propio –spinozista y marxista– laburo de eiségeta.

–¿Qué esquema dinámico diseñaste y qué características fueron surgiendo en los personajes?

–Busqué situación analógica, pero seguí obediente en este caso cada uno de los pasos mencionados en la Biblia, con sus textos originales incluso. Esa fue aquí la clásica secuencia equilibrio-desequilibrio-equilibrio con que solemos ordenarnos los relatos. Los personajes se fueron armando. Andando el carro se acomodan los melones, como siempre: Abel el escéptico indolente, el nómade, que en realidad vive en su interior angustiado por el abandono. Y que cuando regresa Tatita oscila entre la rabia, el amor, la necesidad de afecto y el fastidio por la chantada de aquel ser amado. Caín el Pastor Capitalista, culpador y plañidero. Victimizado siempre. En busca siempre del par que le da sentido, su victimario designado. Y Tatita, el payaso blanco, el inimputable. Sé que puede sonar a joda, pero laburé ese personaje con imágenes de Horacio Guaraní en una entrevista que le hizo en televisión Beto Casella. Le tomé de ahí incluso algún bocadillo notable. Durante el proceso de escritura si me preguntaban quién era Dios en mi obra sólo podía explicarlo así: Dios es Horacio Guaraní. Una vez más en mis obras la dialéctica del payaso blanco y el tony, que acá es Caín, claro; con el agregado en este caso del tercero posible en la serie: el pierrot, el arquetipo cómico del eterno enamorado, el intelectual sufriente, el poeta.

–Una vez plantada la materia a trabajar, ¿cómo fueron los pasos más relevantes de escritura-reescritura que puedas destacar?
–Mucho acopio de fragmentos de diálogo buscando con empeño ese lenguaje. Cómo hablarían estos tipos solitarios, resultado del lenguaje bíblico original y el territorio conurbano de los '50 o los '60 donde imaginaba ubicarlos, algo así. Conseguido eso, fluyó. Se armó rápido un borrador. La reescritura la produjo el encontrar un día de sorpresa en ese borrador la punta del tópico del Theatrum Mundi, que antes no había percibido, y a su versión más cachuza: el varieté mundi. Desde ahí reescribí todo con ese nuevo contexto.

–Venimos del "tríptico patronal" (El Niño Argentino, Ala de criados, Salomé de chacra) en el ciclo de textos que estrenaste en los últimos años, ¿cómo enlaza Terrenal con ese ciclo, o es un giro en otra dirección, ya adelantado por el tema bíblico de Salomé?

–Es tal vez la más "patronal" de todas. Y la que abreva más allá, más atrás, que cualquiera de las otras. El non plus ultra patronal vendría a ser esta. Su mito de origen. 

–¿Cómo fue aquella intervención de Horacio Guaraní que te llevó a relacionarlo con Dios? ¿Cómo es un Dios-Horacio Guaraní?

–Mientras armaba el acopio me venía aquella entrevista que me había divertido mucho. Un inimputable querible, Guaraní, una mezcla guasa de ideología, ingenuidad, ironía y vanidad. No sé, calzaba, lo probé y anduvo. Creo en aquello de la "forma formante": dada una forma, esta crea –como en un fractal– su propia condición compleja y después completa. Y con eso, luego claro, su sentido. Se fue armando esa idea del dios músico. Del universo como concierto. Partí azarosamente de aquella imagen de Guaraní, de quien tengo además otras imágenes medio jacarandosas, y la imagen en su hacer fue creando su sentido y su personaje, un dios irónico, libertario, fané y medio atorrante.

Mauricio Kartun

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