Se mantiene por parte de muchos autores que el ser humano no viene a este mundo con inclinaciones determinadas, por lo que, como diría Watson, "darme a un niño y haré de él lo que quiera: un filántropo, un asesino, etc.". Pero este tipo de casi infinita maleabilidad me parece indemostrable. Tampoco me parece demostrable la posición de Piaget o Kohlberg respecto a la espontaneidad con que el ser humano se transforma, de egoísta en convencional, de convencional en un agente de principios. La tesis que se mantiene aquí es que el ser humano es maleable hasta cierta medida, por lo que se necesita un proceso educativo ilustrado en que la empatía tenga un papel preponderante, para conseguir que los individuos inicialmente capullos, que pueden florecer o malograrse, se conviertan en rosas esplendorosas, alcanzado su excelencia tanto a nivel de conducta individual como de colectiva.
El título un tanto pintoresco de este trabajo responde al deseo de comunicar mi concepción de la ética en un lenguaje comprensible, a ratos poético y metafórico, a veces más académico, pero siempre con la intención de ser clara, sencilla y razonable en mis afirmaciones.
Hace muchos años, escribí un libro pequeño que se llamó Ética sin religión, en donde hacía una propuesta para la formulación de una ética, que superase a un tiempo los tibios relativismos éticos, y las radicales y contundentes declaraciones provenientes de las éticas dogmáticas, mal llamadas “éticas” por cierto, ya que se trata simplemente de “morales”, a veces carentes de fundamentación filosófica.
De partida quiero dejar claro que “ética” y “moral” son dos conceptos totalmente distintos, como debería ser bien sabido. Pero veces en este país se dan ejemplos alarmantes de desconocimiento de lo que es la moral -las normas positivas procedentes del código deontológico, la costumbre, lo supuestamente pactado, etc., normas más o menos convenidas en un sociedad particular, o incluso con carácter universal-. Y lo que es la ética, que consiste en la tarea de justificar y promover validas normas nuevas, con vistas no sólo al presente sino al futuro, no sólo válidas en Atenas, sino también en Esparta apelando a la vindicación lógica de valores, derechos, etc.
En España con demasiada frecuencia las autoridades eclesiásticas, y algunos devotos fieles, afirman apresuradamente, ante la fragilidad que acompaña a los valores tradicionales triviales y accesorios, que estamos desprovistos de valores. Y eso no es cierto, ya que los seres humanos por naturaleza y convención, somos animales morales, aunque pocas veces seamos, -así es la triste y lamentable situación-, animales éticos.
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