De la misma manera a su contraparte protestante, en distintos espacios católicos se tiene más o menos la misma idea de que durante quince siglos no hubo desafíos importantes a la hegemonía del papado. Estando cerca el 31 de octubre, fecha en la cual el monje agustino Martín Lutero, en el año de 1517, clavó sus 95 Tesis en la capilla del Castillo de Wittenberg, vale la ocasión para referirnos a los movimientos que confrontaron a Roma y fertilizaron el terreno para que la Reforma luterana alcanzara el éxito que aquellos no pudieron consumar. Antes debemos recordar que la inicial crítica de Lutero a los excesos papales y su sistema de venta de indulgencias no ponía en serio cuestionamiento a la máxima autoridad de la Iglesia católica. Fue la virulenta respuesta que el poder romano dio al teólogo alemán lo que llevó a éste a radicalizarse y elaborar principios -nacidos de su lectura del Nuevo Testamento en griego editado en 1515 por Erasmo de Rótterdam- nodales para enfrentar el centralismo de la institución papal: sola fe, sola gracia, sola Escritura y el sacerdocio universal de los creyentes.
A fines del siglo II los montanistas protestaron por el clericalismo que empezaba a dominar en las congregaciones cristianas. Un historiador bautista , Juan C. Varetto (1879-1953), perteneciente a las primeras generaciones de evangélicos latinoamericanos, sintetiza los características de los montanistas así: “Aspiraban a mantener la más completa pureza y fervor. Daban énfasis al sacerdocio universal de los creyentes, y eran democráticos en el gobierno de las iglesias, en oposición a las pretensiones del naciente episcopado”. Hombres y mujeres participaban por igual en sus asambleas, y debido a las fuertes expresiones emocionales en sus cultos no ha faltado quien los considere los pentecostales del segundo siglo.
Durante la cuarta centuria surgió el donatismo, debe su nombre al obispo africano Donato, que se opuso a Roma y criticó su dependencia del poder imperial. Los donatistas practicaban el bautismo de creyentes, es decir no consideraban válido el bautismo de infantes porque, argumentaban, la persona tiene que ser consciente del rito en el que participa. El poder eclesial tuvo en San Agustín al teólogo que necesitaba para atacar a los donatistas. Agustín mismo escribió que aunque antes había sido partidario de la persuasión para hacer cambiar de ideas y prácticas a sus adversarios, en el caso del donatismo había sido el edicto imperial de Teodosio el que había logrado convertir al pueblo norafricano a la unidad católica. El emperador decreto la persecución de la Iglesia donatista, la confiscación de sus bienes y la pena de muerte por practicar el rebautismo. Fue el mismo edicto de Teodosio al que recurrieron las autoridades imperiales en el siglo XVI para perseguir a los anabautistas, movimiento que representó el ala radical de la Reforma que inicialmente desató en ese siglo Lutero.
Pedro Valdo, y el movimiento valdense al que dio origen en el siglo XII, enfatizaba principios que otros grupos disidentes de Roma habían enarbolado antes. Arraigados en las enseñanzas bíblicas desarrollaron una pastoral desde la pobreza y anti jerárquica, en consecuencia, rechazaban el lujo de los clérigos católico romanos y su verticalismo. Fueron anticonstantinianos, por su férrea oposición a la simbiosis poder político y poder religioso. Se enderezó un edicto de excomunión en su contra en el año 1181, lo que les obligó a salir de Lyon y esparcirse por casi toda Europa. El mismo Pedro Valdo, huyendo de la intolerancia se refugió en Polonia y murió allí en 1217. A pesar de las adversidades y cruentas persecuciones, los valdenses lograron subsistir y centurias después herederos suyos participaron en movimientos como los liderados John Wycliff en Inglaterra, siglo XIV, Jan Huss en Bohemia, siglo XV, y Martín Lutero en el siglo XVI. Compartían con estos tres movimientos principios que criticaban a fondo la auto adjudicada pretensión de Roma de ser el juez final en asuntos de fe.
En esta muy apretada síntesis faltaron muchos otros personajes y movimientos que dieron la lid por la reforma del cristianismo antes que Lutero. Termino con lo expresado por Ernesto Cardenal, el sacerdote, escritor y activista social nicaragüense, quien en estos días se encuentra en México y dijo que la del Vaticano “es la monarquía más absoluta que existe sobre la Tierra. Quienes buscan ser verdaderamente cristianos no pueden estar de acuerdo con una sucesión de Pedro que significa la negación del Evangelio. Nada más contrario a los primeros cristianos que la corte vaticana. Por eso nuestra fe no es en el Vaticano, ni en el Papa sino en el ejemplo de Jesucristo. La única Iglesia verdadera es la que está con los pobres”. En sus palabras resuenan las de los reformadores de otros siglos.
Carlos Mnez. Gª, sociólogo, e investigador del Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano