Es incomprensible tanta familiaridad y trato personal con lo Invisible y luego tanto miedo y distancia con el visiblemente prójimo.
Hay una típica expresión que suele decirse en una despedida: 'cuídate'. Jamás me gustó. Esta fórmula soslaya que el cuidado de sí se aprende a través del cuidado mutuo. Es como si lo importante es lo que inconscientemente calla: ‘Cuídate…, que conmigo no cuentes’. Por ello, lo realmente humano y digno sería despedirse diciendo sincera y comprometidamente: 'Nos cuidamos'. Entonces, dirán algunos, mejor no despedirse y marcharse sin decir nada. Pues sí.
También este tema viene al hilo del tipo de cuidados que se vive entre ciertas personas y comunidades religiosas (que se dicen religiosas), muy escaso. Nunca entendí cómo puede haber gente que ejercita tanta reverencia y respeto ante un crucifijo o un sagrario y luego trata con indiferencia o desafecto al hermano que tiene al lado. Personas que rezan con tanta devoción un padrenuestro y unos salmos y luego apenas gastan un verbo de ánimo al triste y desolado.
Mi amarga sensación ha sido que un mísero mortal jamás podrá competir en amor y cuidados con los amores (inútiles) que se dispensan a lo divino, llámese como se llame. Si tanta genuflexión se invirtiera en hacerse el encontradizo con los solitarios. Si tanta veneración y apertura de corazón ante los iconos se invirtiera en abrirse a los abandonados. Si tanta compañía silenciosa al pie del crucificado de escayola se invirtiera en acompañar y pasear con los excluidos y crucificados de carne. Si tanto viaje al Vaticano para ver al Santo Padre y su Capilla Sixtina se invirtiera en ir hasta la última letrina…
Duele, para qué negarlo. Es incomprensible tanta familiaridad y trato personal con lo Invisible y luego tanto miedo y distancia con el visiblemente prójimo. Por esto, en verdad, jamás fui cristiano y me atrevería a decir que nadie lo ha sido jamás tampoco. Pero bueno, lo dejaremos así, no quiero atraerme más enemistades que las de suyo trae ya la fría condición de mortal. Y los que quizá más podrían molestarse no me escucharán nunca, (tampoco me juzgarían), andan perdidos entre las montañas, siendo felices en su místico silencio, levitando a lomos de su brioso corcel unicornado por todos conocido Ego El Altanero.
Vayamos a un punto más espinoso. Cuánto duele la existencia de filántropos y buenas personas que donan su dinero y propiedades a la Iglesia ‘para los pobres’. La pregunta clave aquí es ¿qué le hace suponer al rico que la pobreza amputa la capacidad de administrar la propia vida?, ¿qué le hace suponer que el pobre necesita tutela?
La emergencia de la miseria arrasa con la dignidad. Y así se institucionaliza la casta de los intocables, para mayor honor y gloria del generoso altruista, dechado de virtudes, plagado de dones… Si de verdad quieres cuidarme, quema tu dinero, entiérralo bajo el lodo. No necesito tu caridad, necesito tu abajamiento, necesito la dignificación de mis peores condiciones. Déjame compartir mi riqueza contigo, déjame la dignidad que me abriga más que tu dinero.
Al rico nadie le tutela sus billetes, ¿y al pobre sí? No vaya a gastarlo mal, como si hubiera algún rico que lo gastase bien. Con cuatro perras que le tocan, habas contadas, en qué va a gastarlo, pues en evadirse de tanto ‘cuídate’. Albergues, comedores sociales, bancos de alimentos… ¿En qué dignifica eso la vida? ¿A cuántos ricos has visto frecuentar y vivir en esos sitios? Toda una red de caridad y asistencialismo, toda una subcultura de la pobreza para el fin más mezquino: perpetuar la opresión. Duro, sí, pero fácilmente edulcorado con la letanía del emprendedor. Toda una industria del cine para cantar el mito. Toda una psicología del crecimiento personal para celebrar el mito. Toda una religión neoliberal para comulgar con el mito.
Lo gritaré fuerte, tanto que vibren las órbitas de los planetas cuales cuerdas de cítara. ¡Quitaos el velo de la cara y de la cabeza! ¿Nos cuidamos?
J. Agustín Franco Martínez
Profesor de la Universidad de Extremadura
Cáceres. Email: agustinfranco941@yahoo.es
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