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«Mi hija será mutilada porque es una tradición familiar»

La ablación más brutal es practicada con frecuencia en Somalia, lo que deja a las mujeres con importantes secuelas físicas y psicológicas

“Lo primero que hago es entumecer la zona con agua muy fría. Así no podrán sentir ningún tipo de dolor. Después realizo un corte rápido en la izquierda, luego otro a la derecha. Continuó cortando de abajo a arriba. Para terminar, lo coso todo con una aguja bien gruesa e hilo. Dejo sólo un pequeño agujero para la menstruación y la orina”, relata Idil Yusuf Ahmed, quien sostiene a su recién nacida en el regazo.

Las manos de esta mujer, madre de ocho hijos (tres de ellos niñas), recrean con absoluta frialdad el procedimiento que sigue cada vez que mutila a una niña en este campo de desplazados de Al-Cadaala, a 10 kilómetros de la ciudad de Mogadiscio. Una sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios mientras explica cómo se gana la vida. Es, a pesar de su frialdad a la hora de relatar esta brutal tradición, una persona respetada en la comunidad.

Idil es la comadrona de este campo y sus manos han mutilado a centenares de niñas en los últimos tres años, el tiempo que lleva viviendo en este trozo de tierra lleno de polvo, arena y tiendas de colores, que albergan a más de 100.000 desplazados internos. Ella tiene el don de convertir a las niñas en mujeres. Y es que, en Somalia, hasta que una menor no está mutilada genitalmente no se considera que haya entrado en la edad adulta y que se encuentra lista para casarse y tener hijos (suele hacerse a partir de los 12 y 14 años). Idil, por supuesto, no tiene ningún tipo de formación médica y el instrumental que usa para este ritual jamás ha sido desinfectado. De hecho, la sangre seca de la última ablación sigue impregnando la hoja del cuchillo con el que mutila a las adolescentes.

Esta mujer es experta en lo que se conoce popularmente en Somalia como "ablación faraónica", la más brutal de todas. “Es la forma más agresiva de Mutilación Genital Femenina (MGF) y consiste en la extirpación de los labios mayores y menores y del clítoris. Después se cose ambos lados de la vulva hasta que está prácticamente cerrada dejando un único orificio. Es una práctica inhumana y brutal que causa cientos de muertos al año en Somalia”, denuncia Sagal Sheid Ali, trabajadora social en Somali Women Development Center (SWDC).

Entre 100 y 130 millones de mujeres han sufrido algún tipo de MGF. Es un tradición que pasa de generación en generación y que está presente en 28 países de África, pero que también ha comenzado a desembarcar en Europa, Oriente Medio y Europa. El 95% de las somalíes están mutiladas; es el país del mundo donde más se realiza esta práctica, según un informe de Save the Children. “No es una cuestión religiosa porque va en contra del Islam. Es algo cultural y que pasa de generación en generación y se ha convertido en algo habitual entre las mujeres de Somalia”, denuncia Sagal.

La mutilación genital femenina es una práctica más antigua que el cristianismo y el islamismo. Aunque debido a un Hadiz (palabras atribuidas al profeta Mahoma), relatado por Umm ‘Atiyyah, en el que se refiere a esta práctica se cree que es propia de esta religión. “Una mujer acostumbraba a practicar la ablación en Medina. El Profeta dijo: 'Cuando amputes los genitales a una mujer no cortes demasiado de su miembro, para que tenga la cara más luminosa y sea más amistosa con su marido”. En las interpretaciones del Hadiz se dice que solo es cortado el prepucio del clítoris y no el propio clítoris.

Pero, según algunos estudiosos, la práctica de la mutilación genital femenina es muy anterior al islam. Algunos sitúan su origen en el antiguo Egipto. Por ello, la mutilación más agresiva, la infibulación, se denomina ablación faraónica. Un papiro griego fechado en el año 163 antes de Cristo menciona la operación que se les realizaba a las niñas en Memphis, Egipto, a la edad en la que recibían su dote, lo que respaldaría la idea de que la mutilación genital femenina se originó como una forma de iniciación para las mujeres jóvenes.

Visto como una deformidad y un motivo de vergüenza, el clítoris generaba irritación por el roce continuo contra las ropas, lo que estimulaba el apetito por las relaciones sexuales. Ante esta situación, los egipcios consideraban adecuado extirparlo antes de que se volviera demasiado grande, “especialmente cuando las niñas estaban a punto de contraer matrimonio”, escribió el físico griego Aetios en su obra Ginecología y Obstetricia del siglo VI después de Cristo

Los primeros pasos para erradicar esta técnica fueron dados por el gobierno de Somalia, que prohibió la mutilación genital femenina en la nueva Constitución, en la que se considera esta práctica como una “tortura” para las mujeres. “La mutilación de las niñas es una práctica tradicional cruel y degradante, y equivale a la tortura. Está prohibida”, señala el artículo 15 (4) de la Constitución del país africano. Pero la realidad es que no hay ninguna ley específica y la práctica se mantiene tanto en áreas rurales como urbanas de Somalia.

En un país como este, donde las tradiciones son fuertemente respetadas por la sociedad, las mujeres que no están mutiladas son mal vistas por el resto e incluso llegan a ser repudiadas. Se las considera insalubres (ya que según la creencia popular la MGF ayuda a mejorar la higiene de las mujeres) y no pueden manipular ningún tipo de alimento para no contagiar al resto de la comunidad con sus pérfidas manos. Incluso, existe la creencia que el contacto del bebé con el clítoris materno puede llegar a ser mortal para el recién nacido.

Habibo Mohamed Suso tiende la ropa sobre una endeble cuerda de esparzo para que se seque bajo el sol que castiga el campo de desplazados de Al-Cadaala. Entre sus piernas corretean sus dos hijas pequeñas. Las niñas juegan al pilla pilla entre risas. La madre las manda al interior de una de las tiendas para que traigan los utensilios para comenzar a preparar la comida. Habibo tiene 25 años y siete hijos (cuatro hembras y tres varones). Como la mayoría de las mujeres de Somalia fue sometida a una ablación genital cuando era muy joven. Recuerda, como si hubiese sido ayer, aquel día como uno de los peores de su vida. “Me pusieron un cuchillo ardiendo entre las piernas para comenzar a cortarme. Luego me untaron con ungüentos lo que me provocó una terrible infección”, recuerda haciendo una pequeña pausa para tratar de reprimir las lágrimas. “Cuando me casé (tenía 14 años) en mi noche de bodas mi marido tuvo que abrirme la vagina con un cuchillo porque la tenía totalmente cerrada. Y cuando di a luz (con 15 años) los dolores fueron terribles…”, afirma esta mujer.

Aquel primer bebé fue una niña. Habibo trató de impedir que su hija pasara por lo mismo que ella pero, finalmente, la presión de su familia y de sus vecinos pesaron más que el sentido común y accedió a someterla a la ablación faraónica. “Lo hice como toda madre”, se sincera. Mientras la comadrona mutilaba a su hija delante de ella, Habibo juró que ninguna de sus otras hijas sería jamás mutilada. “Es una práctica inhumana y quiero que mis hijas tengan una vida plena”, afirma esta madre que se ha convertido en una de las más fervientes luchadoras contra la mutilación genital en el campo de Al-Cadaala.

El peso de la tradición

Deega Abukar está agotada. Dormita sobre su brazo derecho mientras a sus pies descansa su pequeña. La niña mueve lentamente las manitas, suelta un largo bostezo y comienza a llorar. Deega entorna los ojos. Está desorientada. Los lloros de la pequeña se hacen más fuertes y la muchacha (tiene solo 18 años) la toma en brazos y la ofrece el pecho para calmar su sed.

Deega dio a luz en el Hospital Banadir –el más importante de todo Mogadiscio– hace unas horas. Fue un parto lento, agónico y muy doloroso. La doctora Lul Mohamud Mohamed tuvo que hacerle varias incisiones para ayudar a dar a luz ya que debido a la ablación faraónica la vagina estaba completamente cerrada imposibilitando el parto. Cuando se le pregunta a la doctora por la situación de la madre después de la cirugía se encoje de hombros resignada y ladea la cabeza. “Lo he hecho tantas y tantas veces que es algo habitual. Lo normal es que las tengamos rajar con el bisturí para poder abrir la vagina porque de otra forma los bebés no podrían nacer y la madre moriría de agotamiento y de dolor”, confiesa esta mujer que lleva prácticamente toda su vida ayudando a las madres a dar a luz.

En este hospital se hacen grandes esfuerzos para que las mujeres comprendan los riegos a los que someten a sus hijas realizando la MGF. Las niñas pueden padecer graves problemas psicológicos, fuertes dolores, hemorragias, infecciones y transmisión de enfermedades, ya que las ablaciones se producen en grupo y con un instrumental que no ha sido esterilizado previamente entre intervención e intervención. “Incluso puede provocar fístulas en la mujer dado que durante las relaciones sexuales el hombre hace fuerza para penetrar a la mujer”, puntualiza la doctora.

La doctora Lul se acerca hasta la cama donde Deega continúa dando el pecho a su hija. La mira y la pregunta como está. La muchacha sonríe. Deega fue mutilada cuando tenía 14 años. Recuerda que trató de escapar cuando vio lo que le estaban haciendo a las otras niñas, pero entre varias mujeres la lograron retener. “Me hicieron muchísimo daño. Fue algo horrible que jamás podré olvidar en toda mi vida”, se sincera. Pero, a pesar de la experiencia a la que fue sometida, la joven tiene claro que el peso de la tradición puede más que el sentido común. “Mi abuela, mi madre, mis hermanas, mis primas y yo estamos todas mutiladas. Mi hija también lo será porque es una tradición familiar”, afirma sin dudar un instante. “Es nuestra cultura. Es lo que somos y lo que debemos transmitir a nuestros hijos para que ellos hagan lo mismo con los suyos”, confiesa.

La respuesta no sorprende a la doctora Lul: “A pesar de ser una sociedad patriarcal, las mujeres son las que acaban sometiendo a sus hijas y, en muchas ocasiones, el marido ni siquiera es preguntando sobre si quiere que su hija sea mutilada o no. En este asunto quién manda es la mujer”.

La concienciación

Los habitantes del campo de desplazados de Maslah se van acercando en torno a una mujer que cubre su cabello con un largo velo rosa. Los hombres a un lado y las mujeres a otro. Algunos se sientan sobre la arena caliente, otros se resguardan bajo la sombra de unos endebles árboles y el resto aguanta con estoicismo bajo el intenso calor que castiga Mogadiscio. La mujer habla con pausa. El silencio es absoluto. Todos la miran y la escuchan con respeto. “No debéis someter a vuestras hijas a la mutilación genital porque esto la acarreará graves problemas en el futuro, afectará a su salud…”, la mujer alza la voz para que todos la puedan escuchar.

Los trabajadores de SWDC acuden, una vez al mes, a este campo para tratar de concienciar a sus habitantes de que dejen de practicar la ablación a sus hijas. “La ablación va contra el Islam y contra las mujeres. No debemos someter a nuestras hijas a esta práctica inmoral y antireligiosa”, clama una mujer entre los asistentes. Todos se giran para mirarla. Algunos cuchichean entre ellos. “En nuestros tiempos, cuando no teníamos educación, la ablación era una práctica normal entre las mujeres. Pero ahora, los tiempos han cambiado. Nuestros hijos tienen más educación y más conocimiento que nosotros así que no debemos someterlos a prácticas ancestrales”, afirma con firmeza Maryah Habeeb Haydar.

Esta oronda mujer que cubre su cabeza con un larguísimo velo blanco salpicado de motivos verdes es la esposa de uno de los líderes religiosos más importantes del campo de desplazados. A sus 58 años es madre y abuela y lucha con fiereza contra la MGF. “Las mujeres somalíes nos encontramos indefensas y en una situación terrible. Somos nosotras las que imponemos tradiciones sin sentido a nuestras hijas sin recordar lo que sufrimos”, denuncia. Maryah hace memoria y se traslada 44 años atrás cuando fue sometida a la ablacion faraónica. “Fue terrible. Recuerdo que en mi primera menstruación sufrí fuertes dolores, al igual que la primera vez que tuve relaciones sexuales con mi marido o cuando di a luz que tuvieron que intervenirme quirúrgicamente para que mi bebé pudiera salir”.

Maryah es consciente de su autoridad entre las mujeres del campo y la utiliza para tratar de cambiar conciencias y evitar que más niñas continúen sufriendo de manera innecesaria. Son actitudes como la de esta mujer la que están consiguiendo que el número de ablaciones disminuya en Mogadiscio. Somali Women Development Center ha registrado un leve descenso en las niñas que han sido mutiladas, pero solo es un espejismo porque en las áreas rurales donde no pueden llegar esta práctica sigue siendo habitual.

mujer Somalia

Huba Yousef, de 27 años, espera para dar a luz a su tercer hijo en una sala del Hospital Banadir de Mogadiscio. / J. M. López

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