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Giancarlo Zizola, periodista y vaticanólogo: «Ratzinger debería hacer un concilio Vaticano III»

Considerado, a sus 73 años, uno de los mejores analistas de la actualidad religiosa, Zizola acaba de publicar la autobiografía Santidad y poder, en la que denuncia la falta de libertad en el Vaticano.

–Muchos papas han sido criticados en el pasado, pero nunca de una manera tan pública como Benedicto XVI. ¿Qué está fallando?
–El cristianismo de masas terminó. Por lógica, habría que abandonar la idea de reconstruirlo, pero la Iglesia quiere mantener sus privilegios. Es contradictorio y anacrónico. Ratzinger reconoce que los cristianos serán una minoría, pero Roma vive el catolicismo de una manera corporativa y apocalíptica. El Papa es como un centinela que defiende la identidad en peligro mientras el timón va a la deriva.

–¿Por qué le eligieron?
–Por su inteligencia. En época de fundamentalismos, su idea de conciliar la fe con la razón podría jugar un papel importante. Pero la inteligencia no es suficiente. Y está rodeado de gente mediocre que no ha dado señales de estar a la altura. No necesita que le digan "sí, señor", sino que le informen y, si es preciso, lo critiquen. Quizá pensó que una vida entre libros bastaría para abrirle al mundo real. Pero, en Angola ha llamado "visitantes" a los colonizadores portugueses que traficaban con esclavos. En la Virgen de la Aparecida dijo que los indígenas esperaban la buena nueva de los conquistadores. En Camerún no ha citado a los alemanes-

–Con los lefebvrianos la pifió y se explicó con una carta.
–Aquella carta inauguró un tipo de magisterio colegial para rendir cuentas de una decisión personal. Reconoció el error, pero admitió algo nuevo, que sus interlocutores son los obispos, no la curia. Además, desautorizó a la comisión Ecclesia Dei, que llevaba el caso Lefebvre y canalizaba la estrategia de la derecha para neutralizar el concilio Vaticano II. La carta es positiva, pero el Vaticano no encaja bien las críticas públicas. El problema es que el papado es una monarquía absoluta. Y un hombre solo no puede gobernar a la Iglesia.

–Juan Pablo II dejó un mandato testamentario para llevar a cabo las reformas del concilio.
–Sí, pero la curia ha bloqueado toda forma colegial de gobierno. De ahí la soledad institucional de Benedicto XVI. La Iglesia se enfrenta a un cambio o a una crisis autodestructiva. Ratzinger ha demostrado ser capaz de afrontar los problemas y se espera que la carta sea solo un primer paso, aunque insuficiente, porque el futuro no puede depender de una reforma. Ahí fuera existe una iglesia que vive por su cuenta, poniendo en crisis la pretendida hegemonía de la curia.

–¿Qué sucederá?
–Pienso que Ratzinger no está muy interesado en gobernar con la curia de Roma. Hace falta un concilio Vaticano III. La Iglesia es prisionera de un mensaje estructurado en categorías grecorromanas que en un mundo global contradice la universalidad del cristianismo. Si no se traduce en códigos culturales extraeuropeos, el cristianismo se fosilizará. Pero Ratzinger cerró la puerta: no acepta una africanización del cristianismo. Y la Iglesia corre el riesgo de polarizarse entre una base que vive en la actualidad y Roma, un monstruo burocrático. Ratzinger debería hacer algo, un concilio que ponga punto final a una Iglesia únicamente occidental.

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