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«Si puedo explicar la subjetividad, soy Dios»

Rodolfo Llinás (Bogotá, 1934) se declara a la vez "omnívoro" y "frugal". Que es frugal queda claro durante la comida; sólo muestra interés por el jamón -"¿será pata negra?"-, y por comerse las tajadas de gallina del arroz. Lo de omnívoro se pone de manifiesto al cuarto de hora de conversación. Pasa de sus últimos trabajos -modelos computacionales basados en el funcionamiento del cerebro- a su pasión por la aviación o el proyecto que, gracias a sus trabajos, hizo la Armada de EE UU de un vehículo subacuático. Claro que todo eso no es sino consecuencia de su amor por una disciplina, la neurociencia -"la única ciencia que existe; las demás son secundarias"- en la que acabó tras estudiar medicina.

Porque Llinás, profesor de Neurociencia en la Universidad de Nueva York, siempre tuvo claro que quería "investigar el cerebro". Hasta sabe por qué. "Mi abuelo era profesor de psiquiatría, y tenía consulta en casa. Un día vi un ataque de epilepsia, y me llamó la atención. '¿Por qué aquel hombre hacía eso si él no quería?", se preguntó con cuatro años. De esa curiosidad salieron cientos de artículos y un enorme índice de citas en publicaciones científicas.

Pero tanto conocimiento no parece que le haya aclarado el camino. Más bien, se lo ha marcado hasta llevarle a una última pregunta, "la más importante": "¿Cuál es la base fisiológica de la subjetividad?". Define esa característica, "imposible de repetir en un ordenador", como "la capacidad de ver sin ojos, de sentir sin oídos". ¿Como en un sueño? "Sí. El sistema nervioso evolucionó para soñar, para hacer imágenes. Uno piensa con imágenes", explica.

El reto le atrae de tal manera que "daría los dos brazos y una pierna por descubrirlo". O, mejor, "las dos piernas y un brazo, que así me queda uno". Es el único momento en que duda de lo que está diciendo. No cree que esté en el mal camino -"siento que lo tengo al alcance de la mano; me falta hincarle el diente"- ni que está equivocado. "Más de 10 veces en la vida he tenido que enfrentarme a todos. Cuando llegas con una idea nueva, sienten que el mundo se les desbarata. Es entonces cuando me doy cuenta de que es una buena idea", dice. Pero sabe que se está metiendo en un terreno donde la religión tiene mucho que ver. Y no se arredra. "Si consigo explicar la subjetividad, soy Dios", dice en una explosión retadora.

Al final, admite con una sonrisa que su búsqueda se parece a la de Descartes y su idea de que la glándula pineal era la sede del alma. ¿Y qué le hace pensar que está en buen camino? "Existen leyes que relacionan la cantidad de sensaciones -algo no objetivo- con la cantidad de energía recibida". Y ya tiene un candidato para esta base fisiológica. Curiosamente -o no- uno de los hallazgos que más reproches le costó, aunque luego haya sido aceptado universalmente: los canales de calcio en las conexiones nerviosas. En su momento, le supuso un duro enfrentamiento con Rafael Lorente de No, discípulo de Ramón y Cajal.

Y sabe que ahora puede acarrearle otro mayor con la Iglesia. "Me llamaron del Vaticano, y les di una conferencia de seis horas. ¿Y sabes qué? ¡Sabían de lo que hablaba!". Lo dice ya de pie, sin llegar a pedir postre (tiene otra cita). Cuando se va, uno se pregunta si aquellos prelados quedaron tan agotados y con tantas ganas de oír más como este periodista.

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