Dado el trabajo que aquí hacemos, no podíamos terminar este año sin comentar sobre el legado de Charles Darwin, siendo que a siglo y medio de publicado El origen de las especies, se han hecho merecidas celebraciones por todas partes de una de las obras más importantes de la ciencia. Aunque se diga tantísimas veces, la obra de Darwin tuvo y tiene una magnitud de influencia tal que ha modelado enteramente el pensamiento científico moderno sobre la vida, el hombre y aún el universo. En lo que nos toca, el cerebro y la conducta humana en absoluto se sustraen de tal visión, sino que todo lo contrario, el evolucionismo ilumina su estudio. Evidentemente, la religión puede y debe enmarcarse por completo en esta perspectiva: el cerebro y la conducta son productos de la evolución humana y por tanto la religión tiene también, necesariamente, una explicación evolucionista.
Science, en su blog Origins, dedicado a Darwin, publicó hace un mes la nota «On the Origin of Religion», de Elizabeth Culotta, respecto a su ensayo en una reciente edición del magazine, donde la autora explora «la propensión humana a creer en deidades invisibles.» Se traducen algunos extractos de esta nota:
Para el propio Charles Darwin, el origen de la creencia en los dioses no era ningún misterio. «Tan pronto como las importantes facultades de la imaginación, el asombro y la curiosidad, junto con un poder de razonamiento, se volvieron parcialmente desarrolladas, el hombre pudo … haber vagamente especulado sobre su propia existencia», escribió en El origen del hombre. En los últimos 15 años, un número creciente de investigadores han seguido el ejemplo de Darwin, y exploraron la hipótesis de que la religión brota naturalmente del funcionamiento normal de la mente humana. Este nuevo campo, la ciencia cognitiva de la religión,1 se basa en la psicología, la antropología y la neurociencia para entender los bloques de construcción mental del pensamiento religioso. «Hay propiedades funcionales de nuestros sistemas cognitivos que inclinan hacia una creencia en agentes sobrenaturales, a algo como un dios», dice el psicólogo experimental Justin Barrett de la Universidad de Oxford.
Barrett y otros ven las raíces de la religión en nuestra sofisticada cognición social. Los seres humanos, dicen, tienen una tendencia a ver señales de «agentes» -mentes como la nuestra propia- trabajando en el mundo. «Tenemos una enorme capacidad para imbuir incluso a las cosas inanimadas, con creencias, deseos, emociones y conciencia … y este es en el núcleo de muchas creencias religiosas», dice el psicólogo de Yale, Paul Bloom.
Darwin fue directo predecesor de este campo tan moderno. En efecto, en su obra El origen del hombre dedicó el corto apartado «Creencia en Dios» (Darwin 1871, pp. 55-58) para discutir sobre el origen de la religión2 y empieza diciendo que «no existe ninguna prueba de que el hombre haya estado dotado primitivamente de la creencia en la existencia de un Dios omnipotente», apelando a que en muchas socioculturas (que Darwin llama «razas») no existe tal idea de divinidad. En cambio, busca en la creencia en «agentes invisibles o espirituales» (p. 55), esculpida al desarrollarse ciertas capacidades mentales tal como citaba Culotta, una plataforma auténticamente universal de la que deriva la religión. Para Darwin el asunto es pues, claro: la propensión que tienen «los salvajes» para imaginarse el mundo que le rodea como animado por «esencias espirituales o vivientes» tiene un origen biológico, y él mismo pudo identificarla en su perro como un mecanismo de alarma (p. 56). Aunque esto es puramente anecdótico, Darwin se estaba adelantando a la Ciencia Cognitiva de la Religión y de hecho fue más allá de la teoría animista de Tylor, a la que se vincula directamente.
Y mientras «la creencia en los agentes espirituales conviértese con facilidad en la de la existencia de uno ó muchos dioses», ya dentro de lo que podría ser la propia evolución religiosa, Darwin también disecta la sumisión religiosa: «advertimos alguna semejanza con este estado del espíritu, en el amor profundo que tiene el perro a su dueño» (p. 57). Para terminar su análisis breve pero que será enormemente influyente, en un sentido moralista y racionalista-progresista, Darwin nos dice que las barbaries cometidas por el hombre a causa de las supersticiones «nos enseñan la inmensa gratitud que debemos a los progresos de nuestra razón, a la ciencia, y a todos nuestros conocimientos acumulados (…) Estas consecuencias miserables e indirectas de nuestras más distinguidas facultades pueden ponerse al lado de los errores incidentales de los instintos de los animales inferiores» (p. 58).
Entre tanto, la hipótesis de la animación-agencia buscada en un sustrato biológico detectable en otros animales, ha sido mucho mejor argumentada por el antropólogo Stewart Guthrie. Para este autor la religión es antropomorfismo y esto mismo no mas que una manifestación de animismo, que a su vez es atribución de agencia, una facultad cognitiva, esencialmente de función adaptativa, que se extiende de los animales al hombre (Guthrie 1980; 1993; 2002). Otro autor en esta misma senda, como Pascal Boyer, identifica el ritual religioso con la subsistencia de mecanismos conductuales de precaución en el hombre (Boyer & Lienard 2006). Aunque entre Darwin y Guthrie o Boyer, cronológicamente hablando, han habido intentos de sentar una biología animal de la religión, se trata de hipotetizaciones básicamente especulativas o en todo caso resultan ser erróneas a la luz de la neurocognición religiosa como se viene dibujando hoy.3
Actualmente, las dos mayores hipótesis evolucionistas de la religión sostienen que, se trata del subproducto accidental de la operación normal del cerebro-mente humano, sobretodo de aquellos mecanismos que sostienen la cognición socio-emocional, o bien, es una conducta auténticamente adaptativa, seleccionada (por la selección natural, valga la redundancia) porque promueve la cohesión social. Sin entrar a discutir ambas hipótesis, hay que notar que mientras un grueso cuerpo de datos provenientes de la psicología infantil o la neurociencia muestra que varios de los pilares cognitivos de la religión resultan innatos pero que en sí mismos no constituyen ‘religión’, en cambio no hay evidencia genética específicamente codificando la religión como conducta social adaptativa. Seguramente, ambas concepciones deban complementarse, pero aún así no se encuentra nada en el cerebro, y menos aún en el ADN humano, dedicado exclusivamente a cualquier aspecto que conforme lo que llamamos ‘religión’, salvo, por lo que parece claramente, en cuanto a la neurobiología asociada al ‘pensamiento mágico’, pero, esto por sí solo no constituye ‘religión’ sino que es más bien un rasgo bastante general de la conducta humana,4 ciertamente independiente de la religión.
Ahora bien, más propiamente hablando del origen de la religión en el pasado histórico (incluida la prehistoria), la Psicología Evolucionista ha podido echar más luz al respecto desde los días de Darwin, pero aún se trata de un asunto especulativo: mientras la CCR más se acerca a la neurobiología y así poco a poco va sentando las bases neurocognitivas involucradas en la religión, surge el problema de que no es posible conocer con precisión el desarrollo o la aparición de tales bases durante la hominización. Es por todos sabido que la encefalización durante la hominización consiste en el incremento del tamaño del cerebro, pero esto es en términos generales más fácil de demostrar tan solo comparando la capacidad de las bóvedas craneanas fósiles. Aunque el cerebro en sí no fosiliza, por lo menos la forma interna de tales piezas óseas es una pista valiosa, o mejor dicho, la única pista, de la forma del cerebro de nuestros ancestros, pudiéndose ver p.ej. más específicamente qué regiones variaron de tamaño. Si añadimos los datos del registro de herramientas y otros hallazgos no biológicos atribuidos a tal o cual especie homínida, entonces podemos aclarar más aún el cuadro cognitivo-evolutivo. De todos modos, estos datos en conjunto solo nos permitirían hablar indirectamente de una supuesta religión, o proto-religión, de nuestros antepasados homínidos.
Por otro lado, nos podemos apoyar más firmemente en el estudio neurocognitivo del cerebro de otros primates vivos más cercanos a nosotros. Hay aquí asuntos puntuales demostrados respecto a que, en lo que nos interesa, p.ej. los mecanismos de procesamiento visuoespacial y de agencia son muy similares entre hombres y chimpancés, hablando en términos neurales, p.ej. el papel crucial de la interconexión fronto-parietal en esto. Así, retomando a Darwin y Guthrie y conectando datos: si la cognición agentivo-animista, en tanto que aspecto de la atención visuoespacial y predominantemente fronto-parietal,5 está ya presente en chimpancés, entonces un cerebro tal donde esa interconexión se expande en el hemisferio derecho, como en Homo erectus o en Homo sapiens (Bruner 2003; ver abajo Fig. 1), sugiere que la ideación animista-religiosa pudo surgir durante la aparición de estas especies homínidas.
Todo esto es pues el creciente legado de Darwin respecto al estudio de la religión.
Notas:
↑ 1. Ver nuestros artículos al respecto aquí y aquí.
↑ 2. darwin-online.org.uk tiene digitalizado el libro en español.
↑ 3. Tal y como vimos en «HOLISMO, BIOLOGÍA Y EL ORIGEN DE LA RELIGIÓN».
↑ 4. Como sostiene Bruce Hood por ejemplo.
↑ 5. Ver «Regiones parietal y frontodorsolateral durante la meditación religiosa: el espacio externo como agente intencional» en NEUROCIENCIA DE LA RELIGIÓN (VII).
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