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Luteranismo

Es la doctrina religiosa formulada a comienzos del siglo XVI por el teólogo alemán Martín Lutero (1482-1546), que dio inicio a la gran reforma protestante en el seno del cristianismo.

El luteranismo surgió como protesta contra la corrupción de algunos sectores del clero católico y la vida de lujos y dispendios que llevaba la corte pontificia. En 1511 Lutero fue a Roma para cumplir una misión de la Orden agustiniana, a la que pertenecía, y regresó escandalizado de la opulencia y la inmoralidad del papado.

Poco después, irritado por lo que había visto y disconforme con el tráfico de las indulgencias que hacía la Iglesia como una suerte de inversión usuraria para después de la muerte —que con el papa Sixto IV en 1476 llegó a extremos reprochables, pues se vendían indulgencias no sólo para el perdón de los pecados de los hombres sino también para “ayudar” a las “almas del purgatorio”—, Martín Lutero se sublevó en 1517 contra el papa León X y mandó colocar en la puerta de la iglesia del alcázar de Wittenberg, Sajonia, sus famosas noventa y cinco tesis contra las indulgencias y la doctrina tradicional de la Iglesia, que constituyen el núcleo inicial del luteranismo.

Naturalmente que este no fue un acto improvisado sino el fruto de las largas jornadas de estudio, observación y meditación teológica de Lutero en su cátedra de teología de la Universidad de Wittenberg. Hizo crisis su largo y angustiado conflicto interior. La observación de lo que ocurría en Roma fue sólo el factor detonante.

Escribió después sus obras Del mejoramiento del estado de la cristiandad, Del cautiverio de Babilonia, De la libertad cristiana y otras, en las que fijó sus puntos de vista teológicos.

León X excomulgó a Lutero. Este le contestó con un durísimo libelo titulado Contra la bula del Anticristo. El emperador Carlos V, a instancias de la Iglesia, condenó sus escritos a la hoguera. En solidaridad con Lutero muchos agustinos de Wittenberg abandonaron la Orden. Lutero se casó en 1525 con Catalina de Bora, monja salida de un convento. Y comenzó así el formidable movimiento de la reforma protestante, que habría de originar muchas acciones revolucionarias así en lo religioso como en lo político.

Lutero fue el gran reformador del cristianismo. Su concepción teológica es un tanto complicada. Simplificando las cosas, puede decirse que negó la posibilidad del libre albedrío del hombre, del que hablaba el >tomismo, y la posibilidad siquiera de que éste pudiera “medir a Dios por la razón humana” para penetrar en los misterios de la voluntad divina. Los designios de Dios son inescrutables. El hombre apenas es libre para “comer, beber, engendrar, gobernar” y aun para hacer algunos buenos actos de acuerdo con las leyes humanas, pero no para conocer los mandamientos de Dios ni desentrañar “las cosas que agraden a Dios o que quiera Dios”. Por eso llegó a la conclusión de que la ley de Dios es impracticable. Este fue el motivo principal de su polémica con Erasmo, quien para gran contentamiento del Papa y de Enrique VIII escribió su discurso Del libre albedrío con el propósito de refutar a Lutero, a quien trató de humillar duramente pero sin dejar de atacar a los católicos. ¿Qué ha hecho ese pobre fray Martín que todos la toman con él?”, se preguntaba. “Ha cometido dos grandes pecados —se contestaba—, ha atentado a la tiara de los papas y a la barriga de los frailes”.

El reformador de Wittenberg, inserto en el viejo debate acerca de la omnisciencia de Dios, elaboró su doctrina de la doble predestinación del hombre: “Dios conoce previamente todas las cosas, no contingentemente, sino necesaria e inmutablemente”, dijo, por lo que algunos hombres están predestinados a la salvación y otros a la condenación. La suerte está echada y la justicia divina es inexorable. El hombre no puede cambiar las cosas. Sin embargo, posteriormente enmendó en cierta manera sus ideas al hablar de la posibilidad de la salvación humana sólo por la fe —sola fide— en virtud de la gracia de Dios que redime y justifica.

Para Lutero la Iglesia debió ser solamente una congregatio fidelium y no una organización temporal y burocrática llamada a administrar las relaciones de los hombres con Dios. No admitió, por tanto, la intermediación sacerdotal entre los fieles y la divinidad. Lo cual le llevó a desconocer la autoridad del papa, a rechazar el poder temporal del clero y a defender el “sacerdocio de todos los creyentes” en el sentido de que cada hombre es el sacerdote de sí mismo y no necesita la autoridad clerical ni la “tiranía de Roma”. Repudió la infalibilidad del papa y propugnó el libre examen de la Biblia, única autoridad doctrinal para los fieles. Condenó la vida monástica como contraria al sentido común y a la razón. Desconoció el derecho canónico. Ridiculizó el celibato sacerdotal. Ordenó que los oficios religiosos dejaran de celebrarse en latín, suprimió la misa, abolió la confesión, negó la transustanciación, prohibió el culto a la eucaristía por idolátrico, desconoció la existencia de los ángeles, rechazó el culto de las imágenes, desechó ciertas fuentes de la revelación, desconoció algunas de las epístolas del Nuevo Testamento editado en 1522, se apartó del culto a María —la marialogía— e impugnó la concepción inmaculada y la pepetua virginidad.

La teología de Lutero tuvo muy importantes implicaciones políticas. Se opuso tenazmente a las teorías tomistas sobre la sociedad, la ley, las formas de gobierno y el poder. Impugnó las concepciones teocráticas del Estado. Su negación de la jurisdicción temporal de la Iglesia llevó a modificar las tradicionales relaciones de ésta con el poder estatal. El regnum y el sacerdotium se separaron. Al menos esa fue la idea de las mentes progresistas de ese tiempo. Propugnó la expropiación de los bienes de la Iglesia. Los campesinos europeos exigieron la supresión de los diezmos, de los censos y de la servidumbre a la que estaban sometidos. Las luchas fueron violentas. Murieron alrededor de 30.000 campesinos en los combates de Alsacia y Suavia.

Ante estos acontecimientos —que ya no eran ciertamente la “disputa de frailes” como al comienzo calificó León X a la disensión de Lutero— Carlos V convocó en 1529 a las fuerzas católicas para detener el luteranismo. La Dieta de Espira, reunida por el emperador, decidió que se toleraría el luteranismo en aquellos lugares en que se hubiese establecido pero que se impediría su propagación hacia otros. Esta decisión fue rechazada por cinco príncipes y los representantes de catorce ciudades, que abandonaron la Dieta y redactaron una protesta que fue una verdadera proclama de lucha. Los que se adhirieron a ella fueron llamados protestantes. Así nació el protestantismo, como posición teológica, que rompió la unidad cristiana de Occidente y sustrajo de la obediencia del Pontífice de Roma a naciones enteras. Se llamó protestantes, en general, a los cristianos que no pertenecían a la Iglesia Católica ni a las iglesias separadas de Oriente. Carlos V emitió entonces el Edicto de Worms que condenó a Lutero, a su doctrina y a sus seguidores. Los protestantes formaron la Liga de Esmalcalda en 1531 para defenderse y para impedir que vuelvan a la Iglesia de Roma los bienes eclesiásticos que habían expropiado. Paulo III convocó en 1542 el Concilio de Trento para definir las enseñanzas de la Iglesia frente a los postulados del protestantismo e iniciar la formación del catálogo de los libros prohibidos —el index librorum prohibitoru— que los católicos no podían leer. Lutero contestó con un libelo e intensificó su prédica en toda Alemania contra el pontificado.

Así quedó planteada una nueva y cruenta lucha religiosa.

Los príncipes y países se alinearon con una de la dos religiones. Carlos V, con sus ejércitos españoles, venció a los protestantes en Muhlberg en 1547 para restaurar el catolicismo, bajo el principio de que la religión del príncipe es la del súbdito. Un año antes había muerto Lutero. En una nueva batalla los ejércitos protestantes, aliados con Francia, obtuvieron por medio de las armas la libertad de cultos en el Tratado de Passau en 1552.

El luteranismo se difundió rápidamente por Europa. Sin embargo, su postulación del libre examen de los textos bíblicos conspiró contra su unidad doctrinal y pronto se abrió en contradicciones y discrepancias que, con el tiempo, dieron origen a numerosas confesiones protestantes, a pesar de los esfuerzos de sistematización que hizo Juan Calvino (1509-1564).

A finales de octubre de 1999, bajo el pontificado de Juan Pablo II, se suscribió una declaración conjunta de católicos y luteranos en Augsburg —la ciudad alemana en la que fue escrita en 1530 la Confessio Augustana, uno de los textos fundamentales de la reforma luterana—, para lograr la interpretación común respecto de uno de los principales temas de discrepancia teológica entre las dos confesiones cristianas: la doctrina de la justificación por la fe, o sea la forma como el ser humano que ha pecado alcanza el perdón de dios y restablece la comunión con él. Este acercamiento se dio después de 30 años de negociaciones. Luteranos y católicos llegaron al acuerdo de que ese perdón se produce por obra de la gracia, el amor y la misericordia que el hombre recibe de la divinidad, sin merecerlo, mediante la fe en Cristo.

Este fue un paso importante en el camino de la reconciliación de las confesiones de origen cristiano pero aún quedan muchos y muy importantes temas de discrepancia entre ellas.

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