Se denomina así, en general, a la que se desencadena por motivos religiosos. Es la más fanática de las guerras porque busca el exterminio de los enemigos, a quienes se considera como aliados del demonio. Matarlos es, por tanto, un mandato de dios y una obra redentora de la fe. Y se supone que los que en ella mueren van a la bienaventuranza eterna.
Guerras santas fueron en la cristiandad las de las cruzadas, incitadas por los papas, que pretendieron reconquistar la tumba de Cristo y los lugares santos del poder de los “infieles”, o la de la reconquista en España para reinvindicar los territorios del sur ocupados por los moros. Fueron guerras que se hicieron, como todas las de su clase, en nombre de la religión. Entre el año 1096 y el l270 hubo ocho cruzadas, desde la primera que, obedeciendo a la “voluntad de Dios”, fue acaudillada por Pedro “el ermitaño” y que terminó en un desastre, hasta la última que se frustró con la muerte del rey Luis IX de Francia en el vano intento de conquistar al rey de Túnez y a su reino para el cristianismo. Este fue el último intento de la Europa cristiana para salvar Jerusalén. Todas las cruzadas terminaron en un fracaso completo desde el punto de vista militar. Fueron obra del fanatismo religioso que llegó a tales extremos que en una de ellas —la tercera, en 1189— participaron los reyes Felipe Augusto de Francia, Federico Barbarroja de Alemania y Ricardo Corazón de León de Inglaterra, que como todas las demás terminó en un desastre, y que hubo otra integrada por 30.000 niños que se levantaron en armas bajo el signo de la cruz —que fue interpretada por los creyentes como una señal de Dios— y que concluyó en una tragedia porque los niños murieron en el camino de hambre y de frío o fueron vendidos como esclavos en Egipto. Todo esto bajo el patrocinio de los papas y sus exhortaciones a la “guerra santa”.
Sin embargo, la guerra santa por antonomasia es la de los árabes, denominada alhiged o yihad en su lengua. Según el islam, fue establecida por Alá cuando dijo “matad a los infieles”. En consecuencia con el mandato divino, el profeta Mahoma escribió en el Corán: “la guerra es permanente hasta el día del juicio” y “las fatigas de la guerra son más meritorias que el ayuno, las plegarias y las demás prácticas religiosas. Los bravos caídos en el campo de batalla son mirados en el paraíso como mártires”. Estas palabras han inspirado, a lo largo del tiempo, las luchas de los musulmanes contra los pueblos de distintas creencias religiosas. Los seguidores del Corán se sienten obligados a dar muerte en guerra a los enemigos de su fe. La violencia de los <fundamentalistas árabes contra los “infieles” tiene esta explicación. Los “infieles” son, para ellos, no solamente los que no profesan su religión sino todos los que no se someten a sus ambiciones de poder y de dominio.
En Egipto los integristas islámicos agrupados en la “Hermandad Musulmana” desataron en la década de los 90 una salvaje persecución contra los turistas extranjeros, que fueron masacrados a mansalva en los vestíbulos de los hoteles o en los buses que los transportaban. Estos integristas fueron los mismos que en octubre de 1981 asesinaron al presidente Anwar al-Sadat por haber firmado en 1979 el tratado de paz con Israel, acto de valentía que le valió el premio Nobel de la Paz. Simultáneamente en Argelia el “Frente Islámico de Salvación” perpetró crudelísimas e indiscriminadas matanzas —verdaderos genocidios— contra la población civil. En la India hubo sangrientos disturbios cuando los líderes del Partido Bharatiya Janata, de extrema derecha, ordenaron por execrable fanatismo religioso la demolición de la mezquita construida en el siglo XVI en el lugar donde se suponía que había nacido el dios Rama. En esas acciones hubo 3.000 muertos, la mayoría musulmanes. La respuesta de los islámicos fue una cadena de explosiones en Bombay que mataron a 317 personas inocentes.
La guerra santa no tiene límites ni reconoce fronteras. Lo mismo se produce dentro que fuera de un país: la consigna es que a los “infieles” hay que matarlos dondequiera que se los encuentre.
Parece que los integristas islámicos han iniciado una nueva guerra santa, esta vez contra Occidente, según apreciaciones del profesor de la Universidad de Harvard, Samuel P. Huntington (1927-2008), en un artículo publicado en 1993 en la revista “Foreign Affairs”, titulado “The Clash of Civilizations”. Sostiene él la tesis de que los conflictos entre los pueblos serán en lo futuro —ya han comenzado a serlo— luchas entre civilizaciones y no entre Estados. La >guerra fría fue una confrontación esencialmente ideológica. Desde que esta terminó advino la interacción entre la civilización occidental y las civilizaciones no occidentales. Todos los últimos conflictos lo demuestran. La secesión de la Unión Soviética y Yugoeslavia, la guerra del golfo, las tensiones racistas y religiosas en muchos puntos del planeta, las acometidas del terrorismo fundamentalista no tienen otra explicación. Escribe Huntington que “el mundo será moldeado en gran parte por la interacción entre las siete u ocho principales civilizaciones” y que ”los más importantes conflictos del futuro ocurrirán a lo largo de las líneas de demarcación cultural que poseen estas civilizaciones”. Con base a tal hipótesis vaticina el profesor de Harvard que “la próxima guerra mundial, si la hubiera, será una guerra entre civilizaciones”.
Hacia el futuro se puede vislumbrar que se intensificará la confrontación que se ha iniciado ya entre la civilización occidental y la civilización islámica. La primera, triunfadora de la guerra fría, en su extraordinaria cima de poder con relación a otras civilizaciones, dotada de la enorme fuerza expansiva que le han dado los avances científicos y tecnológicos, ha penetrado en la segunda, pero ésta ha respondido con actos de violencia terrorista inspirados en un profundo odio hacia Occidente. Muchos observadores de las realidades políticas internacionales ven con preocupación estos hechos. Piensan que la declaración de guerra del islamismo contra civilización occidental está planteada y que los actos que el terrorismo fundamentalista ha consumado en las calles de Nueva York, Buenos Aires o París no son más que el anuncio de lo que vendrá. Toda la agitación integrista en Egipto, Argelia, Irán, Pakistán, Afganistán, Cachemira, Turquía, Libia, Chad, Níger, Nigeria, Mauritania, Etiopía, Sudán, Malí, Túnez, Somalia, Kenia, Uganda, Mozambique, Tanzania, Marruecos, Yemen, Oman, Siria, Irak, Bosnia, Bulgaria, Azerbiyán, Uzbekistán, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Bangladesh, Indonesia, Malasia, Sri Lanka y varios otros países se ha desatado para forzar a sus gobiernos a asumir actitudes beligerantes contra Occidente.
La lucha de las dos civilizaciones parece originarse en la contradicción fundamental que se da entre la agresividad expansiva de la tecnología occidental, fruto de la revolución electrónica, y el >islamismo con su vieja vocación imperialista y toda su carga de irracionalidad y dogmatismo. Con el triunfo del capitalismo occidental en la confrontación Este-Oeste —por haber sido más fuerte, mejor dotado para la lucha y más versátil para adecuarse a las nuevas circunstancias dictadas por la revolución tecnológica— se ha producido un proceso de “occidentalización” del mundo. Esto se nota no sólo en las altas y sofisticadas expresiones de la tecnología sino también en la forma de organizar la sociedad, en su economía, en la nueva escala de valores éticos y estéticos, en las costumbres, en las pautas de consumo, en los modos de vestir y en muchos otros elementos de la vida cotidiana. Están en camino de eclipsarse los valores de las viejas culturas de Oriente a pesar de sus hondas raíces en el pasado y se está formando un mundo homogeneizado por la fuerza avasalladora del capitalismo occidental, que ha extendido por todas partes el poder de sus conocimientos científicos y tecnológicos y que ha modelado una forma de sociedad que tiende a volverse universal. La respuesta del fundamentalismo musulmán frente a la ofensiva cultural de Occidente ha sido la violencia. Y la lucha entre las dos civilzaciones ha quedado planteada en términos preocupantes. Esta puede ser una nueva y más amplia “guerra santa” del islam.