Ponencia presentada al XII Congreso Mundial de Sociología, Julio 90. Revista Internacional de Sociología Tercera ?poca – n.º 3 – Septiembre-Diciembre 1992.
1. IGLESIA CATOLICA Y SECTAS NO CATOLICAS.
A finales de 1989, la Iglesia católica española elaboró un comunicado, poniendo en guardia a sus fíeles contra las sectas, los nuevos movimientos religiosos de corte oriental, que empiezan a proliferar en España. Dos años antes, en noviembre de 1987, se había celebrado en Barcelona el primer Congreso Internacional sobre sectas y sociedad, cuyas actas reflejan el estado actual de la cuestión, a juicio de expertos de varias procedencias, en especial Norteamérica, donde parece que el fundamentalismo religioso y político y la peculiar estructura de desintegración social, con su modelo religioso «de mercado», entre otras causas, han hecho proliferar estos fenómenos.
La importación a Europa de tales modas provocó, en 1984, una resolución del Parlamento Europeo, animando a los Gobiernos a tomar medidas de identificación de esos grupos y de protección de sus clientelas inermes, especialmente niños y jóvenes. El propio Gobierno español creó, en 1988, una Comisión parlamentaria al efecto, cuyo dictamen, aprobado por el pleno del Congreso de los Diputados, propone una serie de actuaciones, en línea con la resolución del Parlamento Europeo.
La reciente declaración de la Iglesia española, parecida a la que hicieron en 1983 los obispos del Oeste de Irlanda, y que recoge anteriores documentos eclesiásticos, tiene tres aspectos principales. Por una parte, asume la doctrina sociológica común respecto a la naturaleza y peligros de las sectas. Por otra, se duele de que sea, en ocasiones, su propia incompetencia, la que lleve a tantos católicos a buscar en las sectas lo que la propia Iglesia les debería proporcionar y, finalmente, trata de poner distancia entre ella y esos nuevos movimientos religiosos, como les llama, sin duda, para escapar de la más difamatoria calificación de secta.
La especulación sobre la raíz cristiana del sectarismo contemporáneo ha producido algún análisis europeo, como el reciente de Massimo Introvigne: «La sétte cristiane» (Mondadori, 1989), que complementa los realizados mayoritariamente por autores norteamericanos, en relación al sincretismo cristiano oriental de estos fenómenos y su conexión con las circunstancias sociales de la época y, en especial, con los movimientos nostálgicos, «revivalistas», de los nuevos fundamentalismos occidentales.
En el texto eclesiástico español se aprecia también una preocupación estratégica. En España, como en otros países tradicionalmente católicos, la Iglesia asiste a un desarrollo creciente de cultos, más o menos cristianos, frecuentemente sincréticos, que practican un apostolado populista, sobre todo entre sus fieles del mundo rural. Es algo que siempre ha existido, en el Caribe, en Brasil, pero que ahora tiene una connotación más norteamericana, más protestante. El ejemplo podría ser lo que ocurre en México y, en menor medida en Centroamérica, donde los Testigos de Jehová y otras organizaciones parecidas, captan clientelas importantes del catolicismo rural, apostando a las ansias de piedad emocional, de pertenencia comunitaria, de esas gentes. La Iglesia Católica se dirigió en su día al Gobierno mexicano para que reprimiera esas actividades, aunque dicho Gobierno, tradicionalmente anticlerical, estaba más interesado en impedir las tendencias antinacionalistas de la indoctrinación sectaria, que en obstaculizar su función compasiva. Incluso el último viaje del Papa a México se ha interpretado en esa clave de «marketing» confesional.
De hecho, lo que ocurre es que la Iglesia católica oficial ya no tiene tanta influencia rural, por la escasez de sacerdotes y otras causas, entre ellas, especialmente, la obsesión doctrinal del Vaticano contra los teólogos de la liberación, comprometidos políticamente con los pobres.
Justamente esa es la distinción que hacen algunos sociólogos de la religión entre los nuevos movimientos religiosos, entre unas y otras sectas (Vid. C. Coulter. Are religious cults dangerous?, Mercier Press, 1986). Las de base protestante se dirigen principalmente a clientelas pobres. Las de base católica, aunque comparten con las anteriores algunos trazos, como un pietismo de corte sentimental, tienden a fortalecer las querencias clasistas y tradicionalistas de sus miembros.
2. SECTARISMO CATOLICO. EL OPUS DEI
Ni la Iglesia española ni la sede romana han abordado el sectarismo intraeclesial. Hay una cierta literatura teológica, cercana a la sociológica, que contempla la fenomenología grupal intraeclesial, a partir de la conocida tesis weberiana que contrapone iglesia a secta. Recientemente, el canadiense Turcotte ha tratado de profundizar en el análisis de Ernst Troeltsch sobre la dinámica grupal eclesiástica (Paul André Turcotte, C. S. V, L’Eglise, la secte, la mystique et l’ordre religieux, en Eglise et Théologie, 20, 1989). Pero una cosa es la especulación y otra el gobierno. El centralismo vaticano no permite disidencias grupales, los fundamentalismos y grupos radicales de derecha son tolerados si son fieles a Roma, y los movimientos contestatarios, como el reciente de Lefebvre, más fundamentalista que sectario, o son reconducidos o apartados de la comunión apostólica. En ello juegan también razones de política eclesiástica que, hoy, por ejemplo, tiende a proteger a instituciones que, como el Opus Dei, presentan, en su evolución histórica, un carácter crecientemente sectario. Cuando obispos católicos, como el de Londres, testigos y críticos del sectarismo opusdeista, han tratado de influir en Roma para controlarlo, no han encontrado interlocutores propicios más que en privado.
Hay que reconocer, además, que sociedades como la española, donde el propio Opus Dei nació y se ha desarrollado principalmente, no parecen muy dispuestas a encararse con esos fenómenos castizos de la misma manera que lo hacen con las sectas de importación. Los propios analistas españoles del fenómeno muestran esa especie de timidez inducida por las circunstancias. De los dos últimos libros aparecidos en el mercado (Pilar Salarrullana. Las sectas. Un testimonio vivo sobre los mesías del terror en España, Ediciones Temas de Hoy, 1990, y Pep Rodríguez. El poder de las sectas, Ediciones B. Zeta, 1989) sólo el segundo caracteriza, muy de pasada, actividades de la Obra como sectarias.
Pero lo cierto es que, con cualquiera de los criterios científicos en uso, e incluso con la propia definición de la Iglesia española («Grupos sin voluntad de diálogo, que hacen proselitismo sin escrúpulos y se resguardan en la ambigüedad y el misterio»), el Opus Dei es perfectamente incorporable a esa lista de sectas peligrosas que figura en los libros publicados y que, en algunos países, sirve de referencia para la actuación del poder civil en ayuda de sus victimas.
Bien es verdad que el carácter sectario de la institución, que estaba de forma germinal en el diseño fundacional, se ha ido acentuando con el tiempo, especialmente en el proselitismo infantil. (Vid. Alberto Moncada. Historia oral del Opus Dei, Plaza & Janés, 1986)
3. LA EVOLUCION DEL OPUS DEI
En el Opus de la primera hora, años treinta y cuarenta, la oferta de Escrivá, ejemplificada doctrinalmente en el libro del fundador, «Camino», y traducida a táctica apostólica, consistía en invitar a jóvenes universitarios a recristianizar la ciencia y la cultura españolas, castigadas, a su juicio, por el europeismo y la modernidad intelectual que se convirtieron en objetivo fundamental de ataque del bando vencedor en la guerra civil. En ese sentido, los prosélitos de Escrivá eran principalmente varones jóvenes con estudios universitarios completados o iniciados, que se dedicaban, mayoritariamente, a la actividad académica y que competían, a veces ásperamente, por las cátedras y las plazas de investigación de la enseñanza superior española.
El modelo de numerario era un intelectual de buenos modales. Para subrayarlo, y de acuerdo a las primeras Constituciones, hacía falta tener título universitario para incorporarse a la Obra. Las mujeres, destinadas a la intendencia doméstica, sólo debían poseer esa suma de virtudes burguesas, que Escrivá resumía en: «Basta que sean discretas».
A mediados de los años cincuenta aquello cambió por razones conocidas. Escrivá necesitaba poder y dinero, tanto para alimentar su expansión apostólica, como para responder con fuerza a los grupos antagónicos y, sobre todo, para luchar, desde una plataforma más contundente, por la aprobación vaticana. A tal fin, los superiores organizaron la promoción de gentes de confianza, numerarios solteros y, también, supernumerarios casados, a zonas de la economía y de la política española y, más adelante, italiana, portuguesa, francesa, latinoamericana.
El socio paradigmático, entonces, ya no es el intelectual académico sino el ejecutivo mercantil, el gestor. La transformación coincide con el relativo fracaso de la operación intelectual, al acentuarse las censuras doctrinales al pensamiento de los socios y carecer éstos, también por las urgencias de la labor apostólica, de un ambiente propicio a la investigación creadora.
El cambio de arquetipo rompe, también, el esquema de observancia diseñado por Escrivá para los solteros. El numerario del Opus está obligado a observar unos preceptos, unas prácticas, calcadas de la vida de perfección de instituciones religiosas, como la Compañía de Jesús. No en balde Escrivá se había dirigido espiritualmente con los jesuitas. El numerario del Opus Dei tenía, tiene, que llevar una extensa e intensa vida de rezos y otras observancias, con votos muy estrictos de pobreza -entrega de ingresos y control de gastos-, castidad y obediencia- intelectual, en la aceptación de la indoctrinación ideológica, y práctica, en la manera de organizar su vida, su profesión. Aquello no era muy difícil de conseguir cuando se trataba de estudiantes o profesores, pero comenzó a serlo con comerciantes y políticos.
Ahí empezaron las dificultades internas, de solución de conflictos de observancia y contabilidad, y externas, de atribución a los superiores de los compromisos políticos y comerciales de los socios. Esa es la sustancia de la crítica generalizada contra la Obra, en los años sesenta, que, acusada de complicidad con el franquismo político y de solidaridad con el capitalismo de la época, ve en peligro su status canónico y su imagen social.
Por ello, y también por razones de oportunidad, en los años setenta, el Opus abandona la actividad comercial directa -las llamadas obras comunes o sociedades auxiliares- trata de reconducir su régimen externo, y se concentra en dos nuevas actividades: la educación de los menores, que era nueva en el sentido de que Escrivá no la contemplaba en su fundación, aunque terminó estimulándola, y la apología del catolicismo tradicional.
La asunción de estas nuevas metas coincide con una cierta retirada de congregaciones, como los propios jesuitas, de la educación de las clases acomodadas, donde el Opus los reemplaza, y con la llegada a la sede romana, ya muerto Escrivá, de un Papa favorable, que concede el deseado status de autonomía eclesiástica y utiliza el Opus, junto al novísimo movimiento populista, Comunión y Liberación, como puntas de lanza de su neoconservadurismo doctrinal.
4. EDUCACION Y SECTARISMO
Precisamente un subproducto de su dedicación a la enseñanza es la oportunidad que se abre a los opusdeistas de hacer proselitismo en sus colegios, con niños y niñas, compensando así la pérdida o disminución de la clientela universitaria, menos proclive hoy a entrar en el Opus o en cualesquiera otra organización parecida.
A los niños, cuya educación se les confía por padres y madres más o menos conservadores, amigos de la vieja disciplina pedagógica, cuando no ellos mismos miembros del Opus, se les puede influir así, desde pequeños y acercarlos a la vocación, en la tradición de otros tutores eclesiásticos, cuya estrategia era mal vista por el Opus de la primera época.
La expectativa de una mayor eficacia revoca, por tanto, las primeras normas precautorias del proselitismo, que hoy se produce, mayoritariamente, no entre universitarios, ni siquiera entre bachilleres, sino con alumnos de primaria, a los que poco a poco se les va preparando para su incorporación definitiva al status de célibe opusdeista. Y aunque es verdad que esta incorporación no puede oficializarse hasta los dieciocho años, de acuerdo a criterios canónicos y civiles de carácter general, la praxis opusdeista sabe combinar, en éste como en otros aspectos de su actividad, un respeto externo por las normas con un pragmatismo operativo que permite, por ejemplo, enganchar a los menores en una complicidad emocional con su propia dependencia, a la vez que mantener, frente a los padres preocupados por la precoz decisión, una afirmación de neutralidad y buen hacer, en favor de la libertad de los afectados.
«Para ello, se ha producido, incluso, un pequeño cambio jurídico-cuenta Javier R, un universitario, que entró en la Obra a los dieciséis años y salió cinco años después- Ahora existe el status de numerario aspirante, en el que se entra a los dieciséis años, pero, en realidad, el lazo es el mismo».
En el escenario, y a partir de la expansión escolar de los años ochenta, se produce el caldo de cultivo del sectarismo de menores, que tiene también una versión adulta, al recoger el Opus parte de esa clientela católica remisa a abrirse a las enseñanzas del Concilio Vaticano II y más cercana a los esquemas de fidelidad emocional y catolicismo militante, que parecían descartados por la Iglesia anterior al Papa polaco, pero que hoy han sido asumidos por éste.
Los vaivenes de la estrategia opusdeista desconciertan incluso a sus viejos militantes. «El padre nos dijo explícitamente que la Obra no tendría colegios ni empresas propias y, a poco de morir él, lo único notorio del apostolado es la dedicación a la enseñanza, y lo más llamativo de la imagen pública, la cantidad de gente reunida en tomo a las aventuras comerciales y políticas que se montaron en los años cincuenta», confiesa uno de esos socios de la primera hora, apartados voluntariamente del nuevo espectáculo.
Porque, a la luz de la primera experiencia, tan chocante resulta contemplar a viejos catedráticos, dispuestos en su día a la redención intelectual de España, persiguiendo hoy a jovencitos que pueden ser sus nietos, en un curioso ejercicio de pederastía espiritual, como ver ocupada la patronal bancaria española por esos numerarios solteros, cuyos votos de pobreza y de castidad, por no hablar del de obediencia, terminan siendo funcionales a la buena salud del sistema financiero.
Cualquiera sean los meandros de la historia opusdeista, el carácter sectario de su ejecutoria se destaca, por observadores de dentro y fuera de la Iglesia, como la principal definición de la nueva etapa.
5. PERFILES DEL SECTARISMO OPUSDEISTA
Como se puso de manifiesto en el Congreso de Barcelona, el principal peligro del sectarismo reside en que, en puridad, representa un reduccionismo de tendencias muy profundas de la naturaleza humana, como la necesidad de pertenecer, y también que, de una u otra forma, casi todas las agrupaciones sociales contienen ciertos atributos de connotación sectaria. Y cuando el sectarismo tiene base religiosa, las posibilidades de su implantación en mentes, no necesariamente débiles, son mucho mayores. La especial situación psicológica de los menores, por su falta de experiencia, credulidad más explotable e idealismo sin madurar, acrecienta ese riesgo y, aunque el paso del tiempo y la lucidez sobrevenida, pueden resolver los bloqueos y los conflictos producidos por la temprana afiliación al Opus Dei, el saldo resultante para muchos puede ser costoso, y, en algún caso, irreparable.
Como es el caso con las demás sectas, los directivos del Opus apuestan a esa necesidad de pertenecer que, para la mayoría de las personas, se evacúa de modos normales, como la familia natural, los amores, las amistades, la filiación política, las asociaciones voluntarias. Para el socio célibe del Opus, la organización cumple todas esas funciones y ello está especialmente caracterizado por la definición habitual que de la Obra hacen sus corifeos.
«La Obra es, sobre todo y ante todo, una familia». La aplicación de los lazos y las lealtades familiares a otros grupos sociales no es un invento de Escrivá. Es una manera, simplificada, de inducir a la cohesión grupal que ha sido utilizada, tanto por organizaciones que tratan de explotar la adhesión incondicional de sus miembros, como por las subculturas privadas de dominación. La mafia italiana, por ejemplo, ha servido, tanto para sustituir a los poderes políticos en el subdesarrollado Sur, como para montar un ejército secreto que garantizara el suministro de bienes y servicios ilegales a la Norteamérica urbana.
La hipótesis de la familia es básica para entender la ideología y el funcionamiento del Opus. El jefe máximo es el Padre y, después de muerto, así se llaman los que le sucedan. En el fondo de las razones para hacer lo que hacen, los socios aluden a esa ligazón primaria, y la consecuencia principal de ello es disminuir la racionalidad, la juridicidad, de los pactos internos y de las actividades externas. «Lo ha dicho el Padre, el Padre lo quiere», son argumentos legitimadores de gestiones más que cuestionables moralmente.
Como al Padre, y a los que están en su lugar vicariamente, hay que prestarles acatamiento, hasta «la rendición del juicio», la negación de los derechos individuales es obvia. «El único derecho de los socios de la Obra es cumplir con su deber», reza una de las máximas de Escrivá, en la que combina el diseño familiar con la connotación castrense, que le era también muy cercana. «Los militares, por el sólo hecho de serlo, tienen ya la mitad de nuestra vocación», solía decir.
El doble juego del paradigma familiar y militar se traduce en el establecimiento de un sistema organizativo, a la vez informal y férreamente jerárquico. Los procesos de adopción de decisiones, de creación de la opinión interna, la naturaleza del lazo entre jefe y el súbdito, etc, son claramente autoritarios y monodimensionales. Como en el Ejército, «el conducto reglamentario» es el modelo de comunicación.
La estructura familiar, de corte burgués, de la Obra, se pone también de manifiesto en las circunstancias cotidianas de la convivencia, derivadas de la obligatoriedad de la «vida de familia» para los numerarios. Por ejemplo, al no haber resuelto la gestión de las tareas domésticas en la forma tradicional de las organizaciones religiosas de varones, con frailes y legos, ni tampoco inculcar a sus socios masculinos los rasgos de la autosuficiencia inevitable en la vida moderna, Escrivá trató de canonizar el servicio doméstico femenino, al escribir en las primeras Constituciones que las mujeres de humilde condición que hacen las faenas domésticas en las casas de los numerarios, «son y se llaman sirvientas», como en una especie de estado de perfección servil. Y, aunque el término ha desaparecido, la forma de tratar a las criadas, mezclando el paternalismo con la negación de derechos, especialmente económicos, persiste. (Véase declaraciones de María del Carmen Tapia, en Historia oral, citada)
La utilización del concepto de familia identifica también al Opus Dei con las organizaciones fundamentalistas occidentales, que parecen aspirar a sustituir la trama de la sociedad moderna, compuesta por individuos, por la negociación entre familias y clanes. Es, en último término, la nostalgia del viejo orden, de la Cristiandad medieval, que late también en la afirmación orgánica de tantas otras sectas.
Desde otra perspectiva, la hipótesis de la familia como agencia económica y social forma parte de la actual campaña conservadora por la disminución del papel de los poderes públicos. E igualmente esa hipótesis de que el hombre es funcional a su recinto doméstico explica la doble moral de tantos fundamentalistas, ignorantes o ilustrados, implacables censores de los vicios privados, aunque caigan con frecuencia en ellos, y tolerantes con los públicos. «¡Cuantas veces me he escandalizado-cuenta un ex-confesor del Opus- de que los supernumerarios justifiquen sus inmoralidades profesionales, su agresividad mercantil, sus delitos fiscales, con la necesidad de alimentar y mantener el nivel de vida de su numerosa familia!».
En parecida actitud, algún obispo se ha quejado de que en esas audiencias multitudinarias en las que el Papa polaco exhibe sus buenas dotes de actor, la «misse en scene» consista en cantos y llamadas de exaltación a la familia, a las tradiciones, ante una audiencia juvenil enfervorizada y con frecuencia aglutinada por gentes del Opus.
Es una especie de cultivo de la puerilidad que, justamente, y como en las demás sectas, está en el núcleo de la indoctrinación opusdeista, con el nombre de «infancia espiritual» (Escrivá, Camino, n° 859 y sgtes). Pero la puerilidad de los adultos, que suele formar parte de la dinámica emocional de los totalitarismos, termina siendo cómica, mientras que la corrupción de los menores resulta, a veces, trágica.
Como explican tantos que han abandonado la Obra, los directivos de ésta tienen el mismo concepto reduccionista, autoritario, de la estructura interna de las otras sectas. Basta llevarle la contraria al mando o tener una opinión personal sobre el apostolado, o poner en cuestión doctrinas o tácticas, para que los que hasta entonces se llamaban tus hermanos se conviertan en tus delatores o incluso en tus enemigos, cuando no en indiferentes hacia quien había sido su compañero por años. En la obra, las lealtades sólo funcionan en sentido vertical y las conversaciones entre «hermanos» deben dejar siempre a salvo la hegemonía del mando. Los comentarios críticos son «de mal espíritu» e incluso, las afinidades, originales o sobrevenidas, deben suprimirse, evitando hasta la apariencia de las «amistades particulares». Ello engendra, como en tantos conventos de frailes y monjas, en tantas organizaciones formalizadas de solteros, hipocresías, fingimientos y duplicidades constantes.
En el régimen de vida de los numerarios del Opus hay todo un rosario de prescripciones y costumbres parecidas a las de las demás sectas. Desde la disciplina doméstica, hasta el ahogo, al control externo, hasta la vigilancia policíaca. Muchas de las normas, como la prohibición de tener secretaria los varones, o de frecuentar lugares públicos de ocio, incluso estadios deportivos, o de fumar o llevar pantalones las mujeres, no dejan de ser pintorescas aplicaciones al hombre, a la mujer opusdeista, de los prejuicios culturales del Fundador, de sus obsesiones. Más graves son las que afectan a la dependencia económica y espiritual.
Los numerarios del Opus entregan todos sus ingresos, incluyendo el patrimonio heredado, a la organización, y ésta autoriza y controla sus gastos. Y, aunque, por la presión de las circunstancias, se aceptan ciertas corruptelas, en beneficio de los socios comerciantes o profesionales, la gran mayoría vive un régimen de escrupulosa contabilidad y control por los superiores, que incluye la prohibición de disponer de cuentas bancarias propias y la obligación de hacer testamento a favor de la Obra, por fiduciario interpuesto.
La obligación de testar a favor de otro numerario, que acompaña a la ceremonia de la fidelidad, o votos perpetuos, produce algunos resultados chuscos. Como se suele testar a favor de numerarios mayores y seguros, algunos socios, como por ejemplo, Rafael Termes, expresidente de la patronal bancaria española, resulta beneficiario de una parte importante de los testamentos opusdeistas.
Cualquier parecido entre esta situación y la de «fieles corrientes», con libertad y autonomía absolutas, que aseguran gozar sus miembros, es risiblemente insultante. «¿Cómo puede presumir de libertad quien acepta incluso que sus jefes lean antes que él las cartas que recibe?», se extrañaba recientemente el padre de un numerario, enfadado al ser informado de tan peculiar costumbre.
El control de las autoridades opusdeísticas se extendía también a la mayoría de las empresas en que trabajaban los socios. «Desde Roma se nos pedían minuciosas cuentas contables y doctrinales de las empresas comunes», explica José de Saralegui, un exnumerario que se ocupaba en la Obra de las empresas de prensa (Vid, Historia oral. Citada). A partir de los cambios introducidos en los años setenta, el control afecta solamente a una parte, las declaradas corporativas, aunque pocas diferencias se observan entre un colegio declarado como tal y otro, administrado por los socios para una dirección y clientela propicias.
«Fue imposible, tanto por las presiones del Padre para conseguir financiación urgente, como por las propias ambiciones personales de los protagonistas», confiesa Antonio Pérez, uno de los más importantes dirigentes de la primera hora (en Historia oral. citada). La contribución de los políticos, profesionales y comerciantes del Opus al fortalecimiento de la versión más primitiva del capitalismo, consta en la cercana historia de países como España o Chile y está en la línea de la vieja colusión entre el capital y los intereses eclesiásticos denunciada por el profetismo evangélico. Pero tampoco ello es demasiado importante, salvo para configurar el perfil profesional y social del miembro adulto del Opus Dei que, tras su indoctrinación infantil y juvenil, no suele tener preocupaciones de transformación de la convivencia ni se incorpora a la lucha sindical, ni siquiera participa en causas de beneficencia pública, sino que es más frecuente verle en los consejos de administración de bancos e industrias, en el trozo más corporativista de las profesiones y en los partidos y gobiernos de derechas, además de en cuarteles y escuelas. Las mujeres, por su parte, solteras o casadas, profesionales o amas de casa, giran en tomo a ese modelo de fémina burguesa que ejemplifica la revista española «Telva», confeccionada por ellas.
Pero lo verdaderamente sectario es la biografía espiritual. Desde que entra en la Obra, el socio tiene prohibido confesarse con otros sacerdotes que no sean los de la institución, habilitados para ese fin. Una larga literatura sobre el «buen pastor» y la consigna de «lavar los trapos sucios en casa», legitima el cierre de la conciencia de los socios hacia afuera y hace más sencillo el control mental por los superiores. Los sacerdotes del Opus emplean además la información recibida en el confesionario para diseñar la estrategia a seguir con los candidatos, en una peculiar interpretación del secreto de confesión. Para cerrar aún más el círculo de la dependencia mental y la lealtad grupal, todos los socios deben hacer una «confidencia» semanal con el director de la casa o centro, el «jefe» civil, de naturaleza análoga a la confesión, en la que se estimula la sinceridad más detallista hacia personas carentes de ordenación sacerdotal y, con frecuencia, también de experiencia.
El culto a la confesión se glorifica en la basílica de Torreciudad, (Aragón), donde hay cientos de confesionarios y se exhorta a todos los que peregrinen a este peculiar lugar de exaltación del Padre a que la confesión sea la culminación de esa excursión espiritual.
«Es, en cierto sentido- comenta un psiquiatra conocedor del tema- consecuencia del clima de culpabilidad que mantiene los cultos fundamentalistas. Tener mala opinión de uno mismo, confiar en que sólo la ayuda externa puede hacer que uno se porte bien, la autohumillación como táctica grupal, son rasgos típicos del sectarismo que, en los católicos, influidos por el agustinismo moral, conduce a esa práctica de la confesión frecuente como autoinculpación permanente, que termina convirtiéndose en una adicción de dependencia, y produce, por una parte, un acusado pesimismo antropológico y, por otra, un tipo de persona sin escrúpulos morales, porque todo tiene arreglo con la confesión».
«Por lo que se refiere a exnumerarios del Opus, -continúa el psiquiatra- yo he tenido en mi consulta a hombres que han llegado a los treinta años en la creencia de que su mayor pecado, su mayor infracción del orden moral, era la masturbación. En ocasiones he tenido que proceder a una verdadera reconstrucción de la conciencia moral en personas que no han estado acostumbradas a ejercitar opciones éticas en un contexto social, de intereses intersubjetivos, que es donde adquieren relevancia psicológica. Son gentes cuya entrega absoluta por años al juicio de sus superiores les dificulta llegar a la madurez. En sus vidas no habido esa normal «construcción social del yo», y con frecuencia, por debajo de la entrega, lo que hay, lo que resta, es un tremendo narcisismo, un infantilismo ético, con déficits y carencias grandes. Por otra parte, y aunque hay un sano ascetismo, sobre todo si se trata de sacrificarse por los demás, las prácticas ascéticas del Opus, para gentes que, en último término, no tienen la tranquilidad de la vida conventual, consisten en una serie de fastidios que, por mucho que se sublimen, y salvo casos de una fuerte personalidad, terminan produciendo tipos malhumorados, fácilmente excitables, desquiciados, a fuerza de llevarse la contraria. Y, con frecuencia, quienes lo pagan son los demás».
En mayo de 1990, contaba un exnumerario que, después de largos años, había ido a confesarse con un sacerdote de la Obra, antiguo amigo suyo. Al terminar, éste le animó a volver e incluso le dijo: «Me llamas incluso por la noche, si tienes problemas», aludiendo a ese estado de ánimo culpable, que obsesiona a tantos opusdeistas, en tomo a las poluciones nocturnas.
La incapacidad de los numerarios para entender y gestionar su sexualidad, sus sentimientos, es similar a la de tantos religiosos o célibes eclesiásticos que, al salir de su estado, encuentran dificultades importantes para acoplarse al emparejamiento o a las lealtades emocionales. «Incluso pasé mucho tiempo hasta familiarizarme con mi cuerpo, hacia el que tenía la típica reserva que se nos aconsejaba en la Obra» -relata un exnumerario. ¡Y esos mismos numerarios, muchas veces muy jóvenes, tienen que aconsejar a los supernumerarios casados acerca de su vida conyugal!.
La llegada a los poderes locales, por un inevitable reduccionismo en la lealtad, de las personas más fanáticas y más ordenancistas de la Obra, más cuanto más jóvenes, conduce a auténticas violaciones de los derechos humanos o, aún peor, a una sistemática autonegación de tales derechos.
La dirección espiritual, en suma, se convierte en un mecanismo de explotación de las energías de los socios en beneficio de la Obra y sólo así se entiende la expansión e intensidad de las realizaciones corporativas en tan corta historia del grupo.
El precio es, naturalmente, la progresiva reducción de las personas a ejecutores autómatas de una estrategia monodimensional al servicio de los viejos intereses del catolicismo más tradicional, tantas veces traducidos a los caprichos y obsesiones del jefe de tumo. En la historia no escrita de la Obra, hay un extenso inventario de las cosas que Escrivá y otros superiores forzaron a hacer a tantos miembros de la Obra, en nombre de la eficacia apostólica, del extenuante proselitismo, de las urgencias económicas y que, enjuiciadas con perspectiva histórica, eran puros ejercicios de masoquismo corporativo.
El perfil del joven opusdeista, especialmente de esa gran mayoría que, desde pequeños, entra en los circuitos de indoctrinación y se dedica luego a la enseñanza o a la burocracia interna, responde a las características de lo que Hoffer llama «el verdadero creyente» (The true believer, Harper, 1951). Desde una entrega incondicionada, tiempo y agenda planificados en la «confidencia», de los primeros años, el opusdeista va desarrollando una actitud maniquea y simplificada de la vida, que le conduce, entre otras obsesiones, a una extremada intolerancia.
En ello influyen también los preceptos internos sobre adquisición de información. Los órganos de dirección espiritual de la organización no cesan de enviar a los centros y casas, documentos, papeles, con «la buena doctrina» sobre los temas más variados, para orientación de los socios.
A éstos les está prácticamente prohibido leer nada, fuera de su especialidad profesional, sin permiso de los superiores, e incluso lo profesional es matizado ideológicamente. Recientemente, a un numerario que, por sus estudios, debía leer el Manifiesto comunista, se le facilitó una visión «expurgada» del mismo. El Índice de Libros Prohibidos de la organización registra más entradas que el abrogado eclesiástico. Existe un riguroso control de los periódicos y revistas que entran en las casas de la Obra («del ABC para la derecha», comenta un ex-opusdeista periodista español), los programas de televisión son previamente censurados por el jefe de la casa y las amistades fuera de la Obra se valoran, sobre todo, en función del apostolado.
Estos preceptos obligan especialmente a los socios y asociados solteros. Los casados, que constituyen esa «longa manus» en la sociedad con la que Escrivá quería transformarla, tienen un régimen algo más holgado, aunque, dada la fisonomía espiritual del Instituto, no hay entre ellos muchos intelectuales, artistas ni miembros de profesiones críticas o creativas. Predominan los médicos, los ingenieros, los abogados, los militares y los comerciantes. Y al estar los casados dirigidos espiritualmente por los solteros, terminan participando de sus prejuicios y obsesiones.
6. LOS PELIGROS DEL SECTARISMO
El paso del tiempo, en un escenario tan cerrado, va deteriorando, hasta la esquizofrenia, la personalidad de quienes, se supone, han de estar en medio del mundo. A ese respecto es interesante anotar cómo el jefe de psiquiatría de la Clínica Universitaria de Navarra en los años sesenta, miembro del Opus él mismo, abandonó la Universidad y la Obra por negarse a efectuar tratamientos conformistas y tranquilizantes de cuantos socios llegaban allí con una crisis biográfica. Las depresiones, angustias y conflictos psicológicos y morales, son muy frecuentes entre numerarios y numerarias, tanto por las represiones de todo tipo que se administran cuanto por la necesidad de estar constantemente fingiendo, dentro o fuera de la Obra. En España hay psiquiatras «de confianza», especializados en atenderlos y en esos depósitos de biografías dañadas que son los sanatorios mentales empiezan a abundar los numerarios y las numerarias del Opus, algún sacerdote, cuyas fisiologías pasan la factura a una psique manipulada.
Algunos médicos se asombran del «stress» que padecen tantos chicos y chicas del Opus, pese a que su dedicación principal es el estudio, y de que todos insisten en la alegría de la entrega. «El stress es una consecuencia, entre otras causas, del fingimiento constante ante el exterior -acota el mismo universitario recién salido-. Yo, por ejemplo, en los primeros tiempos, fui aconsejado por mi jefe a decir a mis padres que por las tardes me iba a estudiar a una biblioteca, cuando en realidad iba al club del Opus. Y para hacer la mentira compatible con mi propio sentido de la honestidad, cada tarde me dirigía a la biblioteca y estaba allí minutos antes de marcharme al Club. Esas pequeñas torturas cotidianas te van estresando y, sólo al salirme, y después de consultar a un psiquiatra, recuperé mi tranquilidad mental. Hace poco leí el reciente libro de Steven Hassan: Las técnicas de control mental de las sectas, y me recordó muchas de las cosas que pasaban en la Obra».
La vida en común de solteros y solteras, en un modelo de rigidez disciplinaria de corte conventual y castrense, aunque con los signos externos de la burguesía, complica aún más las cosas para quienes, externamente, deben dar la impresión de ser ciudadanos corrientes. «No soportaba la idea de hacerme viejo en ese ambiente» era la razón que dio para su abandono un numerario cuarentón madrileño. «Fingir estar alegre y pasarte la vida llorando a solas ha sido uno de mis mayores tormentos en el Opus Dei», confiesa una numeraria que dejó la Obra a edad avanzada.
La tentación de suicidio, alguna vez intentado, es referida por otros protagonistas (declaraciones de Miguel Fisac, en Historia oral, cit.)
Estos costes psicológicos del sectarismo son la principal plataforma de autocrítica de los socios solteros, y se estima que, al menos ocho de cada diez jóvenes opusdeistas, apenas llegan a una edad lo suficientemente madura como para poder esclarecer sus propias contradicciones, abandonan la organización, aunque ni el Opus ni la Iglesia facilitan estadísticas sobre entradas y salidas ni casi sobre ningún otro tema, y, menos, abren sus fuentes de datos al observador externo.
Por otra parte, al estar mal vista la crítica interna, y evacuarse ésta exclusivamente por la vía individual, el resultado es la perseverancia de un tipo de persona que valora más la lealtad que el raciocinio y tiende a subrayar las facetas emocionales de su dedicación. Ello se nota también en la calidad de la vida espiritual opusdeística.
«Nuestra oración se reducía a pensar y repensar las palabras del Padre, que prácticamente, en la Obra, toma el lugar de Dios, y a hacer planes de apostolado», declara una ex numeraria venezolana.
En el Opus hay pocos que destaquen públicamente por esas virtudes evangélicas de mansedumbre, caridad, pobreza y altruismo, que caracterizan a los cristianos que abandonan sus egoísmos personales para darse a los demás. Su elitismo personal y apostólico es una explicación para ello, y así lo subraya el perfil humano de los socios conocidos por el público. «¿Y tu haces tantos sacrificios y tantos rezos para terminar pareciéndote a…?», le reprochaba recientemente un profesor madrileño a su joven numerario, citándole a un conocido banquero del Opus.
Pero, paradójicamente, esos hombres públicos del Opus Dei constituyen la coartada institucional contra la acusación de sectarismo. Aunque la gran mayoría de numerarios y numerarias están en labores internas y en la enseñanza, y constituyen el vehículo fundamental del sectarismo opusdeista, hay algunos hombres y mujeres conocidos en cada país como socios del Opus, dedicados a la política, a las finanzas, a las profesiones, que tienen que aceptar las reglas de juego de su medio ambiente y parecen normales, dentro de que suelen ser muy conservadores. Cómo puedan asumir ellos esa doble vida, ese compaginar preceptos y doctrinas sectarias con un comportamiento adecuado a la sociedad secular en que actúan, es algo que nunca explican, aunque puede contabilizarse a la dosis de cinismo de tantos opusdeistas maduros.
De hecho podría decirse que en el régimen de los numerarios varones del Opus hay dos fórmulas: una, la que se aplica a los jóvenes y a los que se dedican a labores internas o propiamente apostólicas, llena de rigores, y otra, para esos adultos maduros, que han organizado su vida profesional fuera de la Obra y que tienen una dispensa implícita de muchas de las observancias de los primeros, justificada por razones de naturalidad y eficacia. Los jóvenes hacen apostolado, los mayores consiguen dinero e influencia, podría ser el resumen de la división del trabajo.
«En realidad -explica un canonista romano- el Opus ha fracasado en la creación de un perfil de apostolado laico. La gran mayoría parecen, en su régimen de vida, en su actuación, frailes de paisano y los otros, los maduros no clérigos, apenas dan muestras externas de haber consagrado su vida a la penetración del Evangelio en la sociedad civil».
Recientemente, los españoles han asistido al espectáculo esperpéntico de un banquero, José María Ruiz Mateos, que el Opus presentaba a sus clientelas como modelo paradigmático de supernumerario, por su familia numerosa, sus continuas donaciones a la institución, su capacidad de recluta laboral de socios y cooperadores, cuya trayectoria financiera ha sido desbaratada por la ley y la política y al que sus colegas del Opus, y los jefes, han terminado repudiando. Con este motivo han surgido a la luz pública las peculiaridades de la dirección espiritual, de la fraternidad, los ajustes internos de cuentas, los secretos de financiación celosamente guardados, y, para subrayarlo todo, una versión opusdeista de la colusión tradicional española entre el capital y el mundo eclesiástico, con ribetes de folklorismo andaluz.
Las gentes de la Obra no son muy dados tampoco a la contemplación, a la mística, a los estudios religiosos. En sus centros de estudio, en sus publicaciones, apenas hay investigación teológica digna de ese nombre, a juicio de la mayoría de los expertos. Es un valor entendido entre éstos que la espiritualidad del Opus produce principalmente ejecutivos de la política vaticana, repetidores de consignas y especialistas en derecho canónico.
Últimamente, y como consecuencia de su creciente papel como apologetas de la doctrina tradicional, los miembros del Opus se distinguen por la violencia de sus condenas a la teología de la liberación, a la renovación del mundo eclesiástico. Es frecuente ver a jóvenes del Opus en la militancia violenta contra las clínicas de planificación familiar, porque la guerra contra el aborto o a favor de la enseñanza confesional les proporciona estímulos para probar su nueva vocación. De hecho, el presidente de la campaña antiabortista española es un médico del Opus Dei.
Algún observador ha manifestado que, en realidad, las gentes del Opus ven su apostolado como una conquista del poder en la Iglesia, convencidos de que, cuando manden ellos, todo va a arreglarse. (Declaraciones de R. Panikkar, en Historia oral. cit.) Daría la impresión de que el fin último del sectarismo opusdeista sería controlar el gobierno eclesiástico. En ese sentido, el Opus, que se parece mucho, doctrinalmente, al movimiento del cardenal Lefebvre, se distingue de él porque Lefebvre defiende la doctrina tradicional a riesgo de enfrentarse con el Vaticano, mientras que el Opus valora, sobre todo, el gozar del favor papal.
La concepción del Papado como una monarquía absoluta, tan propia, por otra parte, de la actual Curia, es asumida por los teólogos opusdeistas con particular entusiasmo. Ello explicaría también, en parte, la creciente incorporación al Opus de gentes de mentalidad elemental, perteneciente a las clases sociales emergentes, en contraposición a la relativa distinción de los primeros. Es, inevitablemente, un tributo a la expansión de la organización por zonas y espacios que son propicios a su mensaje.
Esto tendría que ver con la pregunta sobre la posibilidad de que exista un tipo particular de candidato al sectarismo, predispuesto a ello por su talante o por su historia. A ello hay que replicar, con el ejemplo del Opus, que no se trata tanto de una personalidad especialmente susceptible a la indoctrinación acrítica, sino de un progresivo clientelismo entre grupos que van reduciendo sus opciones intelectuales y cuya opción religiosa termina cuadrando con éstas.
En ese sentido, los miembros de sectas fundamentalistas, católicas, protestantes u orientales, acaban pareciéndose entre sí, aunque disientan y aún se contradigan ásperamente. Los fanáticos de cualquier persuasión terminan pensando que el fin justifica los medios y que lo que importa son las intenciones. Con estas dos recetas, la humanidad ha presenciado amargos episodios de prepotencia, administrados por quienes se veían a sí mismos, como se ven hoy los del Opus, como el único grupo verdaderamente fiable, elegido por Dios para interpretar sus planes y llevarlos a cabo. Según Intravigne, los psicólogos insisten en que los sectarios se caracterizan por creerse en posesión de la verdad, en constituir el único ámbito de salvación, y ello facilita otras dos características, el proselitismo agresivo y la dependencia morbosa del jefe, del «padre» (obra citada).
Algunos sociólogos siguen sosteniendo que la vacuidad del modelo americano de sociedad, con su materialismo, sus lazos humanos basados en los grupos primarios o en el dinero, es el principal detonante de la explosión del asociacionismo sectario (Vid. Actas del Congreso de Barcelona, publicadas por la Asociación Pro-Juventud), y que la ausencia de aventuras morales laicas, como la solidaridad interclasista, la promoción de la justicia, o la afirmación de una ética ecológica, propician el éxito de grupos como el Opus Dei. Pero ello no deja de ser una simplificación de la complejidad de las sociedades modernas, cuya propia fragmentación hace difíciles los análisis omnicomprensivos. En todo caso, la nostalgia, o la prefiguración, de una sociedad orgánica se percibe en el mensaje sectario, fabricado como alimento para tantas mentes incapaces de enfrentarse con los abismos y los interrogantes de la condición humana.
7. PROTECCION CIVIL CONTRA EL SECTARISMO
Pasando de la sociología a la política social, la pregunta que se hacen los legisladores y los moralistas es cómo evitar la proliferación y las prepotencias de las sectas, incluido el Opus Dei. Hay que reconocer que, con la protección de los derechos de asociación y comercio básicos en la sociedad occidental, hay mucho margen para la explotación de la credulidad y las necesidades psicológicas. La propia concepción filosófica de la libertad en esta sociedad implica la responsabilidad individual sobre la propia biografía y la imposibilidad de que los poderes anden tutelando constantemente las aventuras personales o grupales de los ciudadanos.
…. ….. …..
Para seguir leyendo abrir el archivo adjunto.