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Almas

Los creyentes más obsesos, que se oponen radicalmente al aborto, no piensan en la biología sino en la teología

La creencia religiosa da por sentado que Dios inserta un alma en el útero de la mujer en el instante mismo de la concepción. Entre los millones de espermatozoides que luchan por conquistar un óvulo femenino solo uno alcanza la victoria. El resto se va por el sumidero, sin que ningún teólogo se escandalice por semejante desperdicio. Se supone que el creador del universo está pendiente de cada una de esas feroces escaladas que se producen a través de infinitas vaginas a lo ancho de este mundo e incluso, tal vez, en millones de planetas habitados de otras infinitas galaxias. En cuanto se realiza la fusión del gameto masculino con el gameto femenino el creador corona esa nueva célula, llamada cigoto, con un alma, pero, al parecer, deja de interesarse por el destino que a esta le espera el día de mañana. Ese cigoto con el tiempo podrá desarrollarse en forma de asesino, de santo, de banquero o de mendigo. Los creyentes más obsesos, que se oponen radicalmente al aborto, no piensan en la biología sino en la teología, aunque para enmascarar su fanatismo religioso sustituyen la palabra alma por la palabra vida. El cigoto tiene derecho a la vida, puesto que Dios le ha inoculado un alma. Solo queda por saber qué sucede con ella cuando se produce un aborto espontáneo. Puede que vuelva al almario común y el creador la aplique a otra pareja que acaba de celebrar un coito triunfal, y el alma que en la primera entrega iba para notario, en la segunda se quede en un simple chapista. En realidad toda esta locura teológica sirve de pretexto hipócrita para reducir a las mujeres al papel de meras incubadoras y negarles el derecho a disponer de su cuerpo durante los primeros meses de embarazo. Como en tiempos del franquismo más siniestro algunas señoras enjoyadas, que gritan detrás de una pancarta contra el aborto, acompañarán a sus hijas adolescentes a un país civilizado para solucionarles el problema, pero otras infelices se verán obligadas, como entonces, a subir por una escalera costrosa hasta un cuchitril clandestino donde les espera una vieja con una aguja saquera y una palangana abollada, gracias a unos políticos de la derecha más reaccionaria, abducidos por unos clérigos inmisericordes que nos están devolviendo a patadas a la España más negra.

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