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Un remedio homeopático es tan curativo como el agua bendita, pero puede ser mortal, ministra Mato

La homeopatía es una estafa al consumidor. Así lo reconoció, indirectamente, un grupo de expertos elegido por el Ministerio de Sanidad en un informe, hecho público en diciembre de 2011, al concluir que “no ha probado definitivamente su eficacia en ninguna indicación o situación clínica concreta, los resultados de los ensayos clínicos disponibles son muy contradictorios y resulta difícil interpretar que los resultados favorables encontrados en algunos ensayos sean diferenciables del efecto placebo”. Es decir, ante la enfermedad, un preparado homeopático es tan efectivo como el agua bendita, como el ”cura sana, culito de rana, si no se cura hoy, se curará mañana” que suelen cantar las madres a sus hijos cuando lloran tras una caída o un golpe sin consecuencias.

A esa misma conclusión han llegado en los últimos años todos los comités científicos que han examinado la eficacia de esta pseudoterapia. La Asociación Médica Británica ha dicho que la homeopatía “es brujería”; el Comité de Ciencia y Tecnología de la Cámara de los Comunes considera que “no existe ninguna prueba de que funcione más allá del placebo”; e Ichiro Kanazawa, presidente del Consejo Científico de Japón (SCJ), sostiene que su capacidad terapéutica “ha sido científica y concluyentemente refutada”.  El 27 de agosto de 2005, The Lancet lamentaba en un editorial que, “cuanto más se diluyen las pruebas en favor de la homeopatía, mayor parece ser su popularidad”. La prestigiosa revista médica publicaba aquel día un trabajo según el cual la efectividad de esta práctica se basa únicamente en el efecto placebo y sentenciaba que había llegado el momento de dejar de perder tiempo y dinero en más estudios para validarla: “Ahora, los médicos tienen que ser valientes y honestos con sus pacientes acerca de la ausencia de beneficios de la homeopatía, y consigo mismos acerca de los fallos de la medicina moderna a la hora de cubrir la necesidad del paciente de atención personalizada”.

Ocho años después y a pesar de la abrumadora evidencia en contra de esta pseudoterapia, el Gobierno de Mariano Rajoy prepara una bendición legal del timo homeopático, cabe suponer que presionado por los laboratorios del sector y por los colectivos de farmacéuticos y médicos, además de por su necesidad de sacar dinero de debajo de las piedras. El Ministerio de Sanidad de Ana Mato está dando los últimos toques a un proyecto de orden ministerial para dar el permiso definitivo a miles de preparados homeopáticos que, para comercializarse, sólo tendrán que demostrar que son seguros; no que sirvan para tratar patología alguna, como un medicamento de verdad. A cambio de eso, el Estado ingresará millones en tasas en el mejor de los casos, aunque todo hace temer que el Gobierno del PP -¡vaya usted a saber por qué!- aplicará una generosa rebaja a las multinacionales del sector, que durante casi veinte años han incumplido la ley, sobre lo que en realidad tendrían que pagar.

Porque todos los productos homeopáticos de venta en las farmacias de nuestro país -menos doce que la consiguieron el año pasado- carecen de una autorización de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) que debían tener desde 1994. El Real Decreto 2208/1994 estableció que “la autorización de los medicamentos homeopáticos de uso humano es condición previa a su comercialización” y que los que estaban a la venta antes de noviembre de 1994 tenían seis meses desde la entrada en vigor de esa norma para solicitar la autorización y poder comercializarse. Ninguno la solicitó hasta que doce lo hicieron el año pasado, y la Administración -tan inmisericorde habitualmente con el ciudadano de a pie- ha hecho durante casi dos décadas la vista gorda ante esa ilegalidad.

La homeopatía es nada

Los principios fundamentales de la homeopatía, establecidos por Samuel Hahnemann hace dos siglos, son que que una sustancia que provoca los mismos síntomas que una enfermedad puede curarlos; y que, cuanto más pequeña es la dosis de una sustancia, mayores son sus efectos. Esas falsedades se traducen en unos preparados tan diluidos que no queda en ellos ni una molécula de principio activo, como demostramos en Escépticos al analizar un supuesto somnífero homeopático con la tecnología más avanzada, y una muy rentable industria de venta de agua y pastillas de azúcar a precio de oro. Para defender la capacidad curativa de sus productos, los homeópatas recurren a la inexistente memoria del agua y hasta a la física cuántica. Sin embargo, la evidencia y el conocimiento científicos han dejado claro que la homeopatía no funciona más allá del placebo, a pesar de lo cual amparan su práctica tanto los colegios de médicos y farmacéuticos -que demuestran así que su único objetivo es favorecer el negocio de sus asociados- como todos los partidos políticos que han tenido responsabilidades de gobierno en el conjunto de España y en sus comunidades autónomas, que no han hecho nada por defender a la población de lo que no son sino productos milagro.

La preparación de un producto homeopático empieza con un ingrediente que se disuelve en 99 partes de agua, alcohol o lactosa (1 CH o centesimal hahnemaniano, llamado así por el inventor de la homeopatía). Luego, se toma una parte de esa primera dilución y se mezcla con otras 99 del disolvente elegido (2 CH); seguidamente, se toma una parte de esa segunda dilución y se mezcla con otras 99 del disolvente (3 CH); y así, sucesivamente. Cada una de esas mezclas va seguida de una sacudida mágica y hay productos de venta en farmacias con diluciones de cientos de CH. A los homeópatas no les importa que, según las leyes de la química, por encima de los 12 CH ya no pueda haber ni una molécula de sustancia activa en un preparado. Para ellos, eso no es problema

La mejor prueba para el ciudadano de a pie de que los productos homeopáticos no son fármacos es su ingesta masiva. Todos sabemos desde pequeños que una sobredosis de cualquier medicamento puede tener graves, y hasta fatales, consecuencias. Con la homeopatía no pasa eso: me he suicidado varias veces ingiriendo sobredosis de somníferos homeopáticos, y aquí estoy. ¿Cómo así? Porque cualquier preparado  homeopático no es más que azúcar y agua y, por consiguiente, no tiene más efecto directo que el trasvase de dinero del bolsillo del incauto al del pseudomédico, al del farmacéutico y, en última instancia, al del accionista del laboratorio homeopático de turno. Los practicantes de este pseudomedicina aducen que el agua tiene memoria y que, aunque no haya en ella ni una molécula de principio activo, recuerda aquél con el que le han puesto en contacto. Es algo tan estúpido que da risa, pero hay gente que se lo cree. Una molécula de agua, durante su muy larga vida, pasa por intestinos varios, limpios arroyos, cloacas, depósitos tóxicos… Los homeópatas sostienen que, cuando tomamos uno de sus productos, sólo recuerda lo que ellos quieren y no todo lo demás. ¿Cómo sabe el agua lo que tiene que recordar? ¿Es que, además de tener memoria, es inteligente?

La homeopatía mata

El efecto indirecto de la homeopatía puede, lamentablemente, ser mortal. Al venderse como efectiva contra enfermedades, puede generar en el paciente la sensación de que está poniendo remedio a su problema de salud y no necesita la siempre más incómoda medicina convencional. Las consecuencias pueden ser trágicas. Así, las autoridades de Calgary (Canadá) acaban de acusar a una madre de neglicencia por la muerte de su hijo de 7 años de una infección al optar por tratarle con homeopatía en vez de ir al médico y que le recetara antibióticos. Y, en general, la mal llamada medicina alternativa mata bebés en todo el mundo continuamente. Los homeópatas más prudentes se refieren a su disciplina como una terapia complementaria y animan al paciente a no abandonar el tratamiento convencional, sino a sumar a ésta la homeopatía. Una trampa con la que ganar clientela. La homeopatía nunca ha demostrado curar una enfermedad real y, al publicitarse como complemento, se blinda. Si el paciente se cura, el homeópata se apunta el tanto, aunque la sanación haya sido obra de la medicina científica; si el paciente no sale adelante, la culpa es de la medicina convencional. Cara, gano yo; cruz, pierdes tú. La realidad es que la homeopatía contribuye tanto a la sanación de un enfermo tratado con medicina de verdad como la bendición con agua bendita de un barco a que éste no se hunda.

La regulación del mercado homeopático por el Ejecutivo de Rajoy será vista por muchos como un visto bueno a esta práctica, cuando en el fondo debería interpretarse del mismo modo que la del mercado del tabaco. Evidentemente, nadie cree que el tabaco cure nada, pero es que no se vende en farmacias ni lo recetan médicos. La homeopatía no mata directamente porque es nada, pero hay numerosos casos de gente que, por indicación de un médico alternativo en el que confían, ha sufrido graves consecuencias. Hace casi dos años, por ejemplo, un hipertenso vizcaíno ingresó en Urgencias de un hospital aquejado de una crisis hipertensiva por seguir los consejos de su homeópata, un médico colegiado, que le retiró el tratamiento convencional en favor del remedio mágico de turno.

Al bendecir legalmente una pseudoterapia regulando sus preparados -no los llamen medicamentos porque no curan nada-, el Gobierno está poniendo en peligro la salud de mucha gente que desconoce lo que es la homeopatía. Si realmente quiere prestar un servicio a la ciudadanía, el Ministerio de Sanidad lo tiene fácil: que permita la venta en farmacias de aquéllos productos homeopáticos que demuestren su eficacia en los pertinentes ensayos clínicos y que el resto no pueda comercializarse en esos establecimientos ni presentarse como medicamentos e incluya en su empaquetado una leyenda que diga: “La eficacia de este producto no está demostrada científicamente”. Esto último reclamaba hace más de un año una petición ya cerrada en Change.org, donde esta tarde acabo de firmar, más por militancia que por creer que vaya a servir para algo, otra que solicita que se “exijan pruebas de eficacia de productos homeopáticos para su comercialización como medicamento”. A fin de cuentas, si no prueba su eficacia curativa superando los preceptivos ensayos clínicos, algo compuesto por agua y azúcar no es más que una chuche y, que yo sepa, las chuches no se venden en farmacias.

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