La teología es inútil; no es una multinacional que premia a sus consumidores con lavadoras, coches, apartamentos. No se propone convertir nuestras casas en almacenes. En todo caso, sí lanza señales indicadoras de que en nuestros almacenes faltan ventanas y metas.
En otros tiempos, la teología andaba por las nubes o demasiado por la tierra haciendo el juego al poder y al dinero. Siempre que la teología es fiel al Evangelio, tratando de aplicar el mensaje de Jesús, se convierte automáticamente en subversiva. Me lo decía una amiga polaca, marxista y atea, que asistía en 1995 a uno de los Congresos de Teología celebrado en Madrid: “Mi conclusión después de asistir a dos Congresos es que la fe de estos cristianos no es opio”.
Este año, del 5 al 8 de septiembre, el tema del XXXIII Congreso ha sido “La Teología de la liberación, hoy”. Hace 45 años que el peruano Gustavo Gutiérrez sacó su libro Teología de la liberación, una teología periférica y nueva, que comenzó a alterar las alturas del Pentágono y del Vaticano. Para los letrados y saduceos de ambas alturas, el asesinado Ignacio Ellacuría escribía: “Estos ven en la Teología de la liberación una politización de la fe y una radicalización revolucionaria, una forma de la lucha de clases; confunden la lucha de clases con la lucha profética contra el pecado”.
Dentro de nuestro país, un renombrado prelado de la Conferencia Episcopal no dudó en afirmar públicamente que los teólogos de la liberación “no eran teólogos de raza”. Hoy, tras la larga satanización a que fue sometida, la Teología de la Liberación ha sido de alguna manera desagraviada, justo en Gustavo Gutiérrez, convocado y agradecidamente abrazado por el Papa Francisco. Pero, sobre lo que fue y ocurrió con la Teología de la Liberación en el largo invierno posconciliar hablaré en un próximo artículo.
Son ya 33 los Congresos de Teología celebrados en Madrid, con una asistencia nunca inferior a las mil personas. En ellos se trata de temas muy actuales: la pobreza, la esperanza, la paz, la democracia, la iglesia popular, la utopía y el profetismo, los derechos humanos, el dinero, la mujer, la ética universal, la ecología, ….y así hasta 33 temas monográficos.
En el origen de los Congresos está la Asociación de Teólogos Juan XXIII, fundada en Madrid en 1980 por diez teólogos, a los que posteriormente se sumaron otros. Los convoca la Asociación de Teólogos Juan XXIII, los gestionan más de 25 colectivos, los apoyan más de 30 revistas y los edita el Centro Evangelio y Liberación (Éxodo). Su funcionamiento viene asegurado por una Comisión Gestora, nombrada para cada año.
Desde los primeros Congresos, los teólogos de la Juan XXIII decidieron enmarcar su reflexión desde la opción fundamental por los pobres, en diálogo interdisciplinar con la modernidad, dentro de la cultura de nuestro tiempo, con apertura al Tercer Mundo (en especial a América Latina y África) y en condiciones de plena libertad.
El tiempo no tardó en demostrar que este foro teológico no era del agrado ni de Roma ni de la jerarquía eclesiástica española. Se pretendía controlarlos mediante la recognitio canonica, sometiéndolos de hecho a la censura. Fue el propio cardenal de Madrid, Ángel Suquía, quien denegó el local diocesano “Cátedra Pablo VI” para los Congresos. Teólogos de la Asociación concertaron algunos encuentros con la Jerarquía para aproximar y despejar prejuicios, pero en lugar de avanzar se mandó una nota a las Congregaciones Religiosas poniendo en duda que los Congresos “fueran una actividad legítima dentro de la comunidad cristiana”. Se hizo pública incluso, la noticia de que “los días del Congreso estaban contados y que había consigna de Roma de acabar con ellos”.
La presión se hizo corporativamente sobre los obispos, de manera que fueron pocos los que asistían, pudiendo destacar como asiduos participantes a Alberto Iniesta y a Javier Osés. Obispos había que admiraban y felicitaban a los compañeros que asistían, llegando a confesar que ellos no lo hacían por miedo. Personas de otros países no comprendían cómo en tales acontecimientos estaba ausente la Jerarquía. ¿No eran pastores de todo el pueblo de Dios?
Aranguren, Girardi, Casalis,… llegaron a afirmar que estos Congresos eran uno de los acontecimientos religiosos más importantes de Europa.
Por los Congresos han pasado más de 700 personalidades entre antropólogos, sociólogos, economistas, políticos, historiadores, filósofos y teólogos (han intervenido casi todos los de la teología de la liberación, entre ellos Jon Sobrino y el mártir Ignacio Ellacuría; teólogos de África y Asia) y un buen número de militantes y ciudadanos de a pie.
Es verdad que ningún gremio como el de los teólogos ha tenido que sufrir la censura, el desprestigio y la represión después del concilio Vaticano II.
Por eso, sonaron atípicamente regocijantes las palabras que el obispo Pedro Casaldáliga, en su ponencia mandada por video para el XVI Congreso (año 1996) dijo:
“Aprovecho la ocasión para quitarme la mitra delante de los buenos teólogos y teólogas que tiene España, incluso para reparar la predisposición, una especie de predisposición casi innata, casi instintiva de ciertos obispos de la jerarquía en general, bastante en general, con respecto a los teólogos. Yo os pido, teólogos y teólogas, que sigáis ayudándonos. Con mucha frecuencia los obispos creemos que tenemos la razón, normalmente creemos que la tenemos siempre, lo que pasa es que no siempre tenemos la verdad, sobre todo la verdad teológica, de modo que os pido, que no nos dejéis en una especie de dogmática ignorancia. Y hablando de los teólogos en España, creo que es de justicia subrayar que hoy en España hay teólogos y teólogas (las teólogas son más recientes), a la altura de aquel siglo de oro, de las letras, y del pensamiento españoles, y ni Italia, ni Francia, ni Alemania, por citar a los países más vecinos, dejan atrás ni en número ni en calidad la galería de teólogos que tenemos en España; y pido a la Asamblea un aplauso”.
Los Congresos de Teología nacieron en unas circunstancias especiales: estábamos en una España que estaba pasando de un nacionalcatolicismo a un catolicismo menos ambiental, más democrático y pluralista; estaba declinando en la vida social el monopolio de la religión católica y avanzaba el proceso de secularización con las consecuencias de una mayor autonomía de lo creado, de lo social y lo político, relativizándose progresivamente la importancia de la religión y ética cristianas.
Es obvio que, entre nosotros, ha aumentado la increencia, la indiferencia, el agnosticismo y el ateísmo. Y, en muchos casos, con toda razón. No se puede ser creyente sin una buena dosis de escepticismo y ateísmo. Yo soy ateo de muchos “dioses” que nada tienen que ver con el Dios del Evangelio. Y no puedo ser creyente sin sacudirme un sin fin de planteamientos acientíficos, supersticiosos e irracionales.
Para hoy, encuentro plenamente aceptadas las palabras del teólogo Manuel Fraijó: “La superficialidad religiosa de nuestro país radica en que creyó sin teología y sin teología está dejando de creer. Por eso, su fe de ayer rayó en la superstición y su ateísmo actual roza peligrosamente la banalidad “.
Los Congresos de Teología llevan el hálito de una generación nueva, había que acabar con la tesis, habitual en el mundo moderno, de que la fe, sinónimo de opio, imposibilita la igualdad, la justicia y la revolución social.
Todo esto estaba a punto, podía enseñarse y divulgarse, merced a que una nueva Exégesis y una nueva Teología habían recuperado la desfigurada originalidad del cristianismo. En esta perspectiva, a la teología le vienen asignadas unas tareas ingentes de cambio y “aggiornamento”.
1ª. Historificar el Evangelio haciéndolo oír con toda su fuerza en medio de la iniquidad que divide al mundo en ricos y pobres, en clases, en castas, o en grados de una u otra discriminación y tomando partido por el mundo de los más pobres y oprimidos; son ellos los mimados de Dios. Las víctimas, los vencidos, los desechados son los que señalan a un Primer Mundo opulento, egoísta, ciego, como perdido y enemigo de Dios, y son ellos los que nos devolverán la dignidad humana.
2ª. Reconciliar la fe con la razón y la ciencia, con la terrenalidad y la historia, la democracia y el pluralismo, el amor y la tolerancia, la libertad y la diferencia, lo universal y lo particular. Y si uno es católico, debe considerar que Dios no es católico, ni lo es de ninguna otra denominación religiosa, pues Dios no hay más que uno, aunque muchas e inevitables las formas de llegar hasta El.
3ª. Poner en el centro la dignidad de la persona. La persona lo primero, y todo lo demás subordinado a ella: “No el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre”. Que nadie, del rango, lugar u origen que sea, se considere más que nadie, ni menos que nadie. Es la gran revolución de Jesús: “Todos vosotros sois hermanos”.
4ª. Pensar que el mundo futuro que hemos de construir entre ateos o creyentes, creyentes de unas u otras religiones, tiene una fe común, universalmente compartida: la fe en la persona, en su dignidad y derechos. Y esa fe hay que testimoniarla, exigirla, implantarla como una utopía posible, la única universalizable.
5ª. Suscitar espacios para la búsqueda o duda, la apertura a la transcendencia, sin clausurarnos en el limitado y rígido horizonte de una filosofía racionalista o de un empirismo cientifista.
A mí me cuesta creer que un científico no pueda asombrase de sí mismo, de la enigmática maravilla de su existencia, obviamente inexplicable desde sí y por sí y sin apenas razones para poner en ella la razón de su propio comienzo y fundamento. “Si, como ha escrito alguien, el cielo ha quedado vacío de ángeles para abrirse a la intervención del astrónomo y eventualmente del cosmonauta”, el cielo de la persona humana no va a ser explorado por cosmonautas de la tecnología, sino por duendes ingénitos del espíritu.
Afortunadamente, el éxtasis mismo de la existencia es umbral y condición para el surgir y creación de la teología.