El papa Francisco ha dicho que Dios perdona al no creyente que obedece a su conciencia, y añade que nadie posee la “verdad absoluta”, sino sólo Dios, al que cada cual –incluido, pues, él mismo- interpreta a su manera. La interpretación que tenemos los no creyentes es que Dios es el todo, en el sentido místico del teólogo o filosófico del panteísta, y no un ser distinto, antropomórfico, “a imagen y semejanza” nuestra.
Nosotros, pues, no podemos juzgar ni perdonar a los creyentes, pues no somos superiores a ellos, no somos dioses ni iluminados por ningún poder extraterrestre. Tampoco tenemos un especial interés en convertirlos a nuestra cosmovisión; sólo por amor al prójimo o en defensa propia, cuando su ideología religiosa suyas, pervertida, aterroriza, enferma mentalmente e incluso mata a sus víctimas o hasta a las víctimas de sus víctimas, otros creyentes o ateos. Porque hay personas crueles que conciben un Dios sádico como ellas, e imponen una visión infernal, terrorista, que ya algún papa anterior ha intentado suavizar.
El papa Francisco debería insistir en esa esperanzadora “pacificación ideológica” para hacerla más creíble y fomentar la convivencia entre todos, completándolo con el rechazo explícito, ya empezado también por los últimos papas, del uso de la violencia física por la religión, negándose a admitir e incluso bendecir, como hasta hace poco, nuevas “cruzadas” religiosas o civilizadoras.
Martín Sagrera, religiólogo.