Inmaculada Echevarría logra su deseo de morir tras 40 años de enfermedad
Inmaculada Echevarría vio cumplido su único deseo desde hace años, morir sin dolor. Falleció al filo de las nueve de la noche en el Hospital de San Juan de Dios. Un centro hospitalario que lleva el nombre de la orden que la ha cuidado en la última década de su vida, aunque de titularidad pública. Llegó a este hospital, a una habitación individual de la tercerca planta al mediodía, para morir. Pero pese al traslado de última hora, se ha ido de la mano de los mismos médicos que estos años la han visto sufrir y han tratado de mitigar su dolor en lo posible. Y no se ha dejado nada pendiente. En pocas horas sus restos descansarán junto al mar, como ella ha querido.
Hace semanas que esta mujer vivaracha pese a su enfermedad, se había despedido de sus seres queridos. De sus tres amigos íntimos, de los voluntarios que se hicieron sus amigos y de los sanitarios que se habían hecho sus hermanos. Desde que el comité de ética andaluz se pronunció sobre su caso, ella se dio cuenta de que era posible lo que pedía, aunque faltara camino por recorrer. El final de su amargura podría llegar pronto, y empezó a despedirse de los suyos con una sonrisa. Porque no podría bailar salsa, que era lo que le gustaba, pero podía sonreir, hablar, transmitir sus sentimientos. En estas últimas semanas preparó a su único hijo, al que tuvo que dar en adopción hace 26 años, para su ausencia.
Caso único
Inmaculada, de 51 años, llevaba cuarenta sufriendo una enfermedad degenerativa que la había dejado inmóvil, encerrada en un cuerpo inerte, lleno de dolores. Tras cinco meses de lucha constante, de expresar una y otra vez que su vida no era justa, logró contar con todos los avales para que los médicos que la atendían pudieran cumplir su voluntad.
Inmaculada no sufrió, como ella había pedido. En una nota escueta, la consejería de Salud señaló que el equipo asistencial que la atendió le proporcionó la asistencia sanitaria necesaria para que el proceso de retirada se produjera sin dolor. Una suave sedación sería suficiente para que, tras la desconexión de la máquina, su enfermedad, su terrible compañera, acabara con su vida. Una distrofia muscular progresiva diagnosticada a los once años y que hace nueve ya paralizó los músculos que la hacían respirar.
Último viaje
El último viaje de esta mujer valiente y constante, fue de apenas 20 metros, los que separan el hospital de San Rafael del de San Juan de Dios. Un camino que emprendía a petición de los religiosos de la Orden de San Juan de Dios, que desde hace semanas recibían presiones de la Curia General de la Orden en Roma para que se desvincularan de una petición incómoda para la Iglesia.
A mediodía fue trasladada al hospital público, en una operación de pocos minutos. Pese a la expectación mediática, los que han mantenido el contacto con ella de forma constante durante las últimas semanas, afirman que se había mantenido ajena a todo esto. Sin nervios, con tranquilidad y bastante alegría, ella misma había atado todos los cabos. Nunca quiso ser una molestia para nadie, y ella se ha encargado de dejarlo todo pensado.
Sus pocas cosas, libros sobre todo, caben en una caja. Pensó dónde quería que reposaran sus restos. Tenía que ser un lugar que le trajera buenos recuerdos, los mejores. Sólo podía ser un lugar de la infancia, esos primeros años de su vida en los que Inmaculada era feliz. El lugar elegido podría ser San Sebastián, el marco de su infancia.
La tarde de ayer, su última tarde, fue movida. Entre el Hospital de San Rafael y el de San Juan de Dios hubo varias visitas. Los responsables médicos de los hospitales que se encargaron de su atención, e incluso miembros de la orden religiosa que estos años la han cuidado, circularon entre una y otra sede, con gesto preocupado en unos casos, a grandes pasos en otros.
Afortunada
Se preparaba el final que ella llevaba pidiendo bastante tiempo. Desde que el 17 de octubre se pusiera en contacto con las sedes de la asociación Derecho a Morir con Dignidad y con los medios de comunicación, Inmaculada nunca cambió su petición. «No es justa la vida que llevo», decía una y otra vez desde la cama de un hospital. Sus últimos días han sido tranquilos, felices, sintiéndose afortunada porque los que la querían no la han abandonado.
Un grupo reducido de personas, que en los últimos días han seguido con ella. Cuando sólo quería ver caras conocidas en su habitación, que ha compartido con distintas pacientes en los últimos años, algunas de ellas amigas. El viernes pasado, la dirección del hospital de San Rafael la trasladó a una habitación individual, algo que ella agradeció.
De allí pasó al hospital de San Juan de Dios, donde reforzaron la seguridad para que sólo entraran las visitas autorizadas.
Tras su muerte, sus restos fueron trasladados al cementerio de San José, donde se habilitó una sala para el velatorio. Hasta allí sólo se acercó uno de sus íntimos amigos, Federico, que ya la acompañó en la multitudinaria rueda de prensa que ofreció la mujer. No quiso hacer declaraciones y pidió respeto. Intercambió unas palabras con los agentes de seguridad antes de marcharse.
Los restos de la mujer quedaron en una sala que quedó cerrada y a oscuras, fuertemente vigilados. Su incineración no ocurrirá hasta el viernes 16 por la mañana. Para entonces, podría celebrarse una ceremonia religiosa por el descanso de su alma.