Después de unos días en los que el tema de la columna ha sido un regalo de la actualidad, hoy es todo lo contrario. Dirán los que simpatizan con el cardenal Antonio Cañizares que la elección es obra del columnista, afirmación que es cierta a medias, porque hay temas que tienen todos los números para merecer la máxima atención del firmante. Monseñor ha sentado cátedra sobre la reforma de la ley del aborto en relación con los abusos sexuales a menores. Su excelencia reverendísima estará de acuerdo con creyentes y laicos en que la pederastia es una repugnancia, impropia de seres portadores de la razón. Pero monseñor Cañizares ve una culpa más grave. Es el aborto. Estas son las palabras que han conducido a la ciudadanía a la indignación: «Estas conductas son totalmente condenables y tenemos que pedir perdón. Pero no es comparable lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios con los millones de vidas destruidas por el aborto».
De lo afirmado se deduce que el cardenal mide a peso la gravedad de las culpas. Son más los no nacidos que los humillados por los tocamientos y pesan más en la balanza, luego los abusos sexuales a menores no tienen la gravedad que alcanza la interrupción del embarazo. Un escándalo que afectaba a numerosos menores en Irlanda se había puesto al descubierto en orfanatos, reformatorios y escuelas propiedad o dirigidas por miembros de la Iglesia católica, coincidiendo con la reforma de la ley del aborto en España. El documento ha ocultado los nombres de los que abusaron de la autoridad que confiere la condición religiosa en Irlanda. Y en este contexto, el Papa nombraba ministro vaticano al clérigo Cañizares, lo que dejaba constancia de que la católica Irlanda apoya a los suyos.
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