Religiosidad o imposición. Mujeres musulmanas explican por qué llevan o rechazan el «hiyab» en España
«Soy huérfana y viuda, y no hay hombres que me lo impongan. Es un deseo mío. ¿Por qué no voy a llevar un velo que me distingue como mujer musulmana?». Halima Tenani, marroquí de 41 años, instalada en España desde hace 15, viste unos pantalones blancos y una camisola amplia, y se cubre el pelo con un velo de seda azul. Un pañuelo colocado con extremo cuidado y ajustado al cuello con alfileres. El velo es el velo, pero no la mediatiza, asegura, ni dice nada especial de ella, salvo proclamar que es una mujer musulmana. «No hay que llevar más lejos las cosas», dice.
«Yo lo hago todo con el velo puesto, lo que pasa es que a la gente le choca. Pero es nuestro derecho». Halima se queja del estereotipo. «Cuando te ven con el velo piensan: terrorista, sumisa, peligrosa, y eso es una etiqueta errónea. Somos libres».
Halima no tiene demasiadas quejas del país de adopción. Su hijo recibe atención psicológica desde la muerte repentina del padre, y, a petición del psicólogo, los servicios sociales de la Comunidad de Madrid le envían una auxiliar dos horas a la semana para que cuide del niño mientras ella va a clases de inglés.
Otra cosa es ver esa mirada de desconfianza en algunas personas. «No sé por qué en España no aceptan mujeres con velo. Es una discriminación. Tenemos derecho a formación, a trabajar, el velo no perjudica a nadie», insiste ella. «La Constitución deja claro que tenemos derecho a llevarlo». No es que Halima se considere muy religiosa. Su nombre sí lo es. «Halima», explica, «era la mujer que amamantó al profeta. Y significa bondad».
Halima cuenta que a su hijo le puso de nombre Ismael, «porque no quería que tuviera problemas con la pronunciación. Muchos hombres se llaman Ismael en España». Y su hijo es una parte esencial de su vida. Por eso, Halima se quita el hiyab cuando participa en actos de la escuela de Ismael. «Los niños me piden que me lo quite, quieren verme como antes». Antes, ella llevaba la cabeza descubierta porque, cuenta, sus empleadores no le daban trabajo de otra manera. «He sido cajera en supermercados y teleoperadora. Y te lo dejaban muy claro, con velo no hay contrato».
Ahora, desde 2007 para ser exactos, la asociación que vela por los inmigrantes marroquíes en España, ATIME, le ha proporcionado un empleo en el que puede lucir, orgullosa, su colección de velos. «Siempre me ha gustado vestir bien. Tengo velos de diferentes colores. Visto ropa cómoda».
A simple vista, Halima es la imagen opuesta de la chica que le acompaña a la cita, Ouassima Baitar, de 27 años, que luce una brillante melena castaña. ¿Son la cara y la cruz de un modelo, el de la mujer musulmana fuera de su hábitat? Ouassima habla en su vacilante español, y enseguida queda claro que eso no es así. Que una y otra tienen el mismo discurso. «Porque no lleve velo no soy menos musulmana», dice Ouassima, «un día, cuando mis circunstancias lo permitan, lo voy a llevar, porque el velo es muy bonito».
Ouassima vive con su marido y una hija de dos años en una zona del norte de Madrid. Llegó hace cinco años, y encontró trabajo. Luego, tuvo que dejarlo para ocuparse de su bebé. «Pero mi marido me ayuda mucho. Es un señor muy abierto. Estoy muy feliz con él. No es como piensa la mayoría de la gente de los hombres marroquíes, que obligan a las mujeres a ponerse velo, que no las dejan salir». Ella conoció a su marido, 12 años mayor, a través de las familias de ambos, en Marruecos. Ouassima se declara satisfecha de su vida en España. «Ahora tengo guardería para mi niña. Pero sólo salen empleos por la tarde». Es hija única, y cuenta que su madre, allá en Marruecos, ha llevado siempre velo. «Pero allí la gente es muy abierta. En la familia de mi marido unas llevan pañuelo y otras no. Todo muy liberal».
A los 50 años, Saida Boudaghia, parece tener la vida resuelta. Sus tres hijos son mayores, y su marido y ella tienen buenos empleos. Pero como Halima y Ouassima pasó sus dificultades económicas y de adaptación en España. Llegó a finales de los años setenta. Al principio, sin residencia estable. «Más tarde, cuando se impuso el visado a los marroquíes, optamos por instalarnos en España», cuenta. Como Halima y Ouassima, es musulmana creyente y procede del norte de Marruecos. Pero Saida, periodista, vicepresidenta de la fundación Centro de Estudios Hispano-Marroquí, no ha llevado el velo en su vida. «Me he criado en un ambiente muy abierto. Llevaba pantalones y minifalda». Su cabeza desnuda, ¿dice algo de ella? Saida no lo tiene muy claro. «El velo es un símbolo social y cultural, que refleja el peso de la tradición abrazada por las sociedades musulmanas. Yo lo respeto totalmente. Las mujeres que optan por llevarlo por convicción son respetables. Pero también es cierto que la sociedad musulmana lo pide. Tiene un canon, un modelo de mujer que no quieren cambiar».
A Saida, que se ha ocupado durante años de mujeres inmigrantes en España, y ahora vive a caballo entre Madrid y Rabat, le gustaría que las reivindicaciones de las musulmanas, «fueran más allá del velo». «Hay mucha ignorancia todavía. Habría que estimular a las mujeres y apoyarlas para que tengan más acceso a la educación y a la cultura», dice. Recuerda lo difícil que era animar a las chicas musulmanas a que acudieran a las clases que impartía la asociación para la que trabajaba en Madrid. Al principio asistían una veintena. Al final no iba ninguna.
Saida Boudaghia lleva una melena corta. Viste pantalón de raso negro y una camisola blanca, con un fular al cuello. Habla despacio y su voz se pierde, a veces, entre los ruidos de la cafetería donde conversamos. Es consciente de que cada vez hay más mujeres musulmanas con velo. En España y en Marruecos. Y muchas veces son chicas cultivadas. «Hasta los años ochenta las chicas que llevaban el velo en las universidades marroquíes se contaban con los dedos de la mano. Hoy lo llevan casi un 70%. Se nota que hay una influencia general, un fenómeno de imitación, como ocurre con todas las modas. Pero también hay otras dos razones, el deseo de reafirmar su identidad musulmana, y la presión que soportan por parte de una sociedad, la musulmana, totalmente patriarcal».
Saida asegura que el islam invita a las mujeres a educarse, a conocer. «Pero hasta ahora el Corán ha sido interpretado por los hombres. Por fortuna, actualmente las mujeres musulmanas de todo el mundo se están organizando y ya empiezan a interpretar el Corán y los Hadices desde el prisma femenino». Y ya que hablamos del Corán, el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Waleed Saleh, asegura que no ordena a las mujeres cubrirse con el velo. Waleed aborda el tema en el libro Amor, sexualidad y matrimonio en el Islam, que publica Ediciones Oriente y Mediterráneo.
Aunque el Corán lo exigiera, no parece sensato aplicar al pie de la letra un libro fruto de otra época, por sagrado que sea. «El Corán no es un texto estático y debería de alguna manera adaptarse a los tiempos», reconoce Saleh por correo electrónico. «En cierta medida se puede apreciar que los primeros musulmanes fueron más flexibles que muchos clérigos de nuestro tiempo. Los musulmanes siguen estando muy apegados a su religión por muchas razones: históricas, políticas… Gran número de países del mundo han conseguido separar estado y religión (Turquía país de mayoría musulmana entre ellos). Es una asignatura pendiente para los países musulmanes», responde Saleh.
Y mientras lo siga siendo, las mujeres se verán obligadas a adaptarse a las circunstancias. «Las chicas no renuncian a su vida social, ni al espacio público, pero se ponen el hiyab en todas partes, porque esa sociedad no las respeta sin velo», dice Saida.
«Responden así a las exigencias de la sociedad patriarcal. Es como si dijeran: ‘¿Queréis velo, pues me lo pongo?’. Pero no renuncian a estudiar, a trabajar, a ir a conciertos de música. Por eso se habla ahora de una especie de islam light, que impone el velo pero no impide que vayan maquilladas y con vaqueros». La presión aumenta considerablemente cuando el grupo musulmán vive en el extranjero, en medio de una sociedad casi inevitablemente hostil. Y la voz del grupo, dice Saida, es una voz potente en las sociedades musulmanas. «Algunas mujeres, aunque no quieran llevarlo porque viven en otro contexto, se sienten presionadas a ponerse el velo, porque así lo decide el grupo social al que pertenecen».
El profesor Saleh dice lo mismo de otro modo: «Hay casos de padres y hermanos que imponen el hiyab a las mujeres de la casa. Pero también hay casos en que la mujer se lo pone por decisión propia y voluntaria». Saleh cita el ejemplo del canal de televisión Aljazeera que quería presentarse al mundo como un paradigma de modernidad y prohibió a las mujeres llevar velo ante las cámaras. Una de las presentadoras se negó a aceptar ese veto. Demandó al canal y ganó el juicio. «Ahora es la única mujer que aparece cara al público con pañuelo».