Un prominente personaje judío justificaba el expansionismo de Israel y el ataque a los buques de los cooperantes con el argumento de que el mandato está escrito en la Biblia. Cierto es que los libros sagrados, leídos bajo el síndrome narcótico de las religiones, pueden llegar a decir una cosa y la contraria a un tiempo, porque son mensajes cabalísticos.
El problema no es la falsedad de las religiones sino su alianza con el poder y su capacidad para imponerse por la fuerza. Son el cáncer de la humanidad porque colocan a la superchería en un plano superior al de la razón. Para el progreso científico hace falta un esfuerzo intelectual. Para ser un buen creyente ni siquiera hay que trabajar.
Y como la virtud es creer, o sea, la sinrazón, la alianza secular de los sacerdotes, imanes y rabinos con las armas deriva siempre en un cóctel explosivo que tiende a no respetar ningún derecho humano, porque el mandato divino prevalece, por muy crueles, irracionales y estúpidos que sean los dioses a los que dicen servir.
El otro día, nuestro ejército honraba a un trozo de algodón teñido de rojo y amarillo al que llaman bandera, y ayer, el mismo ejército español rendía honores a un trozo de pan ácimo embutido en un relicario al que llaman Custodia de Arfe. Son 465 kilos de plata repujada cuyos porteadores tienen la suerte de que aquel hijo de dios que entraba a lomos de un asno en Jerusalén (un lugar hoy gobernado por una cuadrilla de siete piratas y asesinos) no sea más que una leyenda.
Pero allí estaban nuestros cadetes, perpetuando la alianza entre la cruz y la espada, preparándose para las únicas guerras con futuro: las guerras de religión.