Tanto en el peronismo como en la iglesia, la orientación hacia los pobres no siempre viene acompañada de un proyecto de emancipación
La elección de Bergoglio en el trono de Pedro abre un debate para todo aquel que se interese por el devenir de la emancipación social en Latinoamérica. Si bien no ha habido hasta el momento una ruptura reformista en el Vaticano – como podría ser la que cambie cuestiones como el celibato y sacerdocio femenino– una sistemática generación de gestos parecen distanciar al papa de la pesada mochila de corrupción, lavado, fraude y complicidad con la pedofilia que llevaron a la renuncia de Benedicto XVI. Veremos en el futuro si estos gestos anuncian cambios o si se quedan en marketing político de una iglesia en retroceso.
Por lo pronto la elección de Bergoglio importa en nuestra región, donde la iglesia católica parece haber encontrado un frente donde podría tener batallas para dar que la alejen de esa imagen de deterioro moral y cueva de alimañas. Hacia dónde irá Francisco está por verse, pero más allá de las tareas urgentes que se le presentan desde el gobierno de toda la iglesia, la política Latinoamérica tendrá un nuevo actor. En su acción, Bergoglio podrá fortalecer el perfil actual de una iglesia que no se acercó a propuestas de cambio y se atrincheró en la defensa de valores conservadores; pero también podrá impulsar una iglesia latinoamericana que piense el mundo desde aquí, seguramente despertando reacciones en el propio seno de la iglesia.
El debate cobra cuerpo mientras escribimos estas líneas, a días de que el papa Francisco pise por primera vez el continente con su visita a Brasil, donde participará de un encuentro mundial con la juventud en el santuario de Aparecida, lugar donde cinco años atrás el entonces Cardenal Bergoglio comandó la comisión redactora del documento resultante de la reunión del Consejo Episcopal Latinoaméricana, con una fuerte impronta social y evangelizadora. En Brasil, el papa tiene planeado visitar un barrio pobre, un hospital, una cancha de fútbol, la playa de Copacabana y a menores en régimen de detención, además de encontrarse con Dilma Rousseff y la “clase dirigente”.
Sus gestos de austeridad y su asociación con la orden de los jesuitas, mostraron rápidamente un perfil que fue saludado por quienes representan hoy en la iglesia una posición progresista, por ejemplo los que se enmarcan en la Teología de la Liberación. Pero Bergoglio no viene de esta tradición. Bergoglio nunca se acercó en la Argentina a los sacerdotes más comprometidos y más bien se lo acusa de haber tenido un papel omiso o incluso cómplice durante la dictadura, cuando era la más alta jerarquía de los jesuitas en el país y no se pronunció contra el terrorismo de Estado. Algunas investigaciones periodísticas y testimonios indican que el entonces provincial de la Compañía desprotegió a un grupo de catequistas y dos curas (Jacsic y Yorio) que fueron detenidos y torturados en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), en Buenos Aires. Ambos detenidos-desaparecidos testimoniaron acusando a Bergoglio, incluso en libros publicados, aunque Jacsic se desdijo después de la elección del nuevo papa, retirando la acusaciones en una carta escrita en alemán desde el monasterio germano donde hoy está recluido.
Abuelas de Plaza de Mayo y otros militantes de Derechos Humanos describieron a Bergoglio como alguien lejano, que no los recibía y que escondía información a familiares. Horacio Verbitsky, periodista alineado con el gobierno de Cristina e historiador de las relaciones entre iglesia y dictadura aportó datos bastante conclusivos al respecto, pero rápidamente se volvió una voz minoritaria ante un mundo político que se sumó a la euforia del festejo de tipo futbolístico por la elección de “un papa argentino”. También hubo voces de los derechos humanos testimoniando a favor de Bergoglio, no tanto contradiciendo los datos que lo comprometen sino más bien aportando otros sobre situaciones en donde sí habría ayudado a salvar vidas. Esta característica de mantener acciones en distintos sentidos parece estar presente en la proliferación de gestos que avanzan en sentidos contradictorios desde el inicio de su papado. La dificultad de ubicarlo que resulta de esto, justamente, puede que sea su capital para gobernar una iglesia que necesita al mismo tiempo encontrarse con su grey de 1200 millones de personas y defender posiciones conservadoras antipáticas.
Leonardo Boff, de la teología de la liberación manifestó que Francisco es un pastor cercano al pueblo y que es irrelevante preguntarse si el Papa Francisco es seguidor de esa corriente, porque lo importante es que está con los pobres y los que sufren injusticia. Desde su puesto de Cardenal primado, Bergoglio buscó hacer esto mostrando capacidad para asumir causas justas que no necesariamente se encuentran en la agenda del momento. Víctimas de trata de personas, esclavitud moderna, presos sin derechos y enfermos sin medios para afrontar sus tratamientos afloraban en sus misas y descolocaban los discursos oficiales y sus luchas más convencionalizadas. Ese perfil aparece también ahora, con algunas audiencias atípicas o en su mensaje a inmigrantes ilegales. Rafael Correa fue uno de los más entusiastas y también Nicolás Maduro se sumó a los festejos, aunque se conocen críticas de Bergoglio a Chávez en el pasado. Los gestos de austeridad lo acercaron a Mujica, reconocido practicante de la misma gestualidad, que elogió a Francisco sin dejar de criticar al Vaticano como “última corte antigua que queda sobre la tierra”. Junto a voces progresistas, sin embargo, vimos en Argentina que toda la fila de políticos de derecha se arrodillaron, e incluso un grupo de represores de la dictadura, que estaban siendo juzgados por esa época por crímenes de lesa Humanidad, se presentaron al juzgado con la escarapela del Vaticano.
Es cuando vemos su posición respecto de los actuales gobiernos sudamericanos encontramos una segunda cara que convive con la del progresismo y preocupación por la pobreza. Bergoglio se convierte en una voz social de peso sin haber llegado desde luchas sociales o el Estado, sí desde una iglesia que no tiene una buena relación con los gobiernos progresistas o de izquierda electos en los últimos diez años. En el caso del kirchnerismo, hubo una recepción inicial fría, basada en el lugar claramente opositor de Bergoglio como jefe de la iglesia en Argentina, construida en peleas que van del matrimonio entre personas del mismo sexo a las reformas laicistas proyectadas para el Código Civil, ahora postergadas, y que habían llevado a que Néstor y Cristina no asistan al tradicional Tedeum de todo 25 de mayo en la Catedral Porteña. Poco tiempo después de la elección, sin embargo, el kirchnerismo buscó acercarse y hubo sectores que saludaron al papa que no sólo sería argentino sino también peronista, recordando sus relaciones con Guardia de Hierro, grupo de la derecha peronista que reproducía la estructura militar y disciplinaria propia de los jesuitas.
Tanto en el peronismo como en la iglesia, la orientación hacia los pobres no siempre viene acompañada de un proyecto de emancipación y Bergoglio más bien se inscribiría en ese lugar que tantas veces los partidos políticos, la iglesia y los militares presentaron como tercera posición, en la política Latinoamericana, criticando la izquierda socialista y su influencia sobre los jóvenes, tanto como al capitalismo feroz con el interés desenfrenado. Es desde esta tercera posición desde donde encontramos movimientos de liberación nacional o descolonizadores, pero también fuerzas nacionalistas con vínculos telúricos antimodernos, en el pasado y en potencia base de proyectos políticos genocidas y autoritarios.
En este sentido, más allá de una posible afinidad con líderes de izquierda, extracción sindical o el progresismo, que en los últimos diez años llegaron al gobierno en Sudamérica, veríamos más bien una voluntad de la iglesia católica en reemplazar estos liderazgos por una iglesia revitalizada como guía moral y espiritual de la sociedad. En esta lectura, puede no ser anecdótico que la elección de Bergoglio como papa haya ocurrido mientras las movilizaciones por la muerte de Hugo Chávez, ocurrida pocos días antes, aún se encontraba en marcha. Cuando recordamos la creciente referencia a la fe cristiana en los últimos tiempos de Chávez, y que el líder bolivariano más de una vez se identificó como peronista, podemos arriesgar la existencia de un escenario común donde gobiernos bolivarianos o progresistas, de un lado, y la iglesia, de otro, rivalizarían. La elección de Bergoglio podría dirigirse entonces a un pueblo que se aleja a pasos rápidos de la iglesia, como batalla que los conservadores cardenales que pocos años antes habían elegido a un papa que militó en la juventud nazi evaluaron en Roma como posible de disputar.
En este espacio de disputa es donde la centralidad del tema de la pobreza, fuerte en el peronismo, en cierta iglesia, y en los gobiernos de buena parte de Sudamérica hoy, muestra dos variantes. Primero, la del acercamiento vertical, paternalista, beneficiente y controlador hacia los pobres, modelo afín a estructuras dirigenciales cerradas, disciplinarias y autoritarias, que los jesuitas desarrollan desde tiempos coloniales en su afán civilizador universalista. Segundo, como forma de encarar la pobreza presente en los procesos políticos latinoamericanos –como posibilidad o disputa– encontramos la variable de la emancipación, empoderamiento, descolonización, autodeterminación, que para nada se incorporan al vocabulario eclesiástico regional, aunque a esta variante aportan y aportaron muchos religiosos en el trabajo con los más humildes, campesinos e indígenas, integrándose a las luchas de sus pueblos. La idea del pueblo en el poder, de un lado, y un poder que se acerca a los pobres de modo condescendiente, encuadrando y reorganizando, del otro, como dos formas de la política latinoamericana a la que el papa vendría a operar.
En este lugar fue ubicado Bergoglio en posiciones escuchadas desde Carta Abierta, grupo de intelectuales y asambleístas kirchneristas surgidos para defender el gobierno durante el conflicto por las frustradas retenciones a las exportaciones del campo. Horacio González, de tradición peronista y hoy director de la Biblioteca Nacional, criticaba los carteles que saludaban un “papa peronista” desde las calles de Buenos Aires, distribuidos por el Secretario de Comercio y ex miembro de Guardia de Hierro, Guillermo Moreno. Para González se debía caracterizar al papa antes de intentar disputarlo, y así considerando la interpretación del “papa peronista” como retroceso político riesgosísimo, que se inscribía en el mito de la nación católica transformado en “estupidez electoralista e incapacidad de reflexionar”. González, que recordó las raíces conservadoras del jesuitismo y el papel cómplice con la dictadura que la iglesia argentina muestra hasta hoy, calificó la lectura positiva que surgía del gobierno que él apoya como superchería. Así se revivían debates de otros tiempos, como los que llevaron a una confrontación entre el peronismo y la iglesia, a pesar del cristianismo de Perón, cuando ciertas fuerzas conservadoras veían una amenaza en la movilización política de la juventud y los trabajadores, acusando de idolatría la popularidad de Evita y viendo con desconfianza los gestos de Perón en distintas direcciones, incluso de autorización de actos de cultos no católicos, en un terreno donde religión y política se encontraban no tanto como fuerzas distintas enfrentadas sino en la semejanza y yuxtaposición que se vuelve disputa por un mismo público que encuentra lo sagrado en líderes u horizontes políticos, tanto como una iglesia envuelta en poderes profanos.
Qué pasará con el papa en Latinoamérica nadie lo sabe, podemos pensar por un lado que fortalecerá su lucha por los humildes por caminos diferentes al de los gobiernos progresistas o sociales de la región, por ejemplo apropiándose de causas descuidadas o imposibles de ser abordadas por el actual poder, como la de los derechos indígenas, amenazados por el agro-negocio y el desarrollo, o la causa del medio ambiente. Lo llevaría a eso su perfil franciscano, aunque hasta ahora su palabra parece direccionarse más a problemas morales, como los que son puestos en evidencia en la corrupción o con altos precios en restaurantes, antes que a causas que nos lleven a denunciar un sistema injusto o entramados de relaciones de poder. En este sentido se encuadra la recepción reciente de Francisco a Félix Díaz, cacique Qom, hostigado y perseguido por el gobierno de Santiago del Estero, aliado al Frente de la Victoria que lidera Cristina Kirchner, quien se negó varias veces a recibir estas comunidades defendiendo su tierra, a pesar de marchas y acampes que llegaron a Buenos Aires.
En Brasil veremos en breve sus primeros movimientos, pero hay razones para pensar que su agenda será diferente. Si bien en Brasil se encuentran situaciones muy similares a las del pueblo Qom, con aliados de Dilma y obras que amenazan varios pueblos indígenas ante las puertas cerradas desde el gobierno; y también de desforestación crítica, por el avance de la soja y otros cultivos, es posible que Francisco considere provechoso no confrontar con el PT de forma directa de la forma en que lo hizo con Cristina antes de volverse obispo de Roma. Tampoco el tema de la corrupción ocuparía su mensaje principal, considerando que esa consigna fue cantada hace poco en las calles contra el gobierno del PT, a cuyos votantes la iglesia hoy quiere llegar.
En Brasil, sería contraproducente hablar de pueblos indígenas y corrupción hoy si el objetivo es situarse en “la opción por los pobres”, ratificada en el documento de Aparecida en 2007 y que en la política brasilera aún se asocia al PT, por sus políticas sociales actuales y su origen ligado a comunidades eclesiales de base. Habría entonces un estándar distinto para el Brasil, en relación al que Bergoglio desarrolló con Cristina cuando era Cardenal. Quizás la complicada fórmula sea resuelta por Francisco desde la equidistancia, ocupándose más bien de otros importantes problemas de la iglesia en Brasil, como el que en el documento redactado por Bergoglio y recién citado llamaba a alcanzar: “católicos inconsecuentes, bautizados agnósticos, éxodo a otras religiones o sectas, identidad católica débil”. Puede que esa sea una buena opción, dado que quizás sea en vano intentar inventar una tercera vía para reconquistar América, desde lo popular pero sin los gobiernos progresistas, o conservadora sin el pueblo. El acercamiento hacia la pobreza, criticando el lucro desenfrenado, serviría indirectamente contra las iglesias pentecostales y sus prácticas económicas non santas.