En los tiempos de las cruzadas mayores, esas de las que ahora solamente sabemos por las películas, una de las armas que decantaron la lucha a favor de los sarracenos -además de la capacidad estratégica de sus líderes- fue el alfanje.
Esa inmensa espada curva de doble filo de ida y vuelta que funcionaba por un lado como una cuchilla de afeitar en seco y por otro como una hoz capaz de separar la cabeza del cuerpo hasta el hueso de un solo y doloroso tajo.
Si entonces fueron los sarracenos, con Saladino al mando, los que demostraron la importancia de dominar el doble filo en las guerra religiosas ahora es el otro bando el que parece haber aprendido la lección a la hora de lograr la ansiada victoria en ese enfrentamiento religioso que lleva matando al mundo casi quince siglos.
Solamente que ahora el doble filo utilizado no es una espada, es un concepto: se llama laicismo.
No deja de resultar curioso que sea precisamente el conservadurismo más rancio -y no hay conservadurismo más rancio que el español- el que en estos días se convierta en el defensor más firme del golpe militar que ha acabado con la democracia en Egipto.
Por supuesto no de forma oficial, por supuesto siempre a título personal, pero lo defienden o como poco lo justifican.
Aquí, en lo doméstico, afirman que el voto de una mayoría minoritaria del país, que por arte de una ley electoral que es casi un arcano mágico ha conferido la mayoría absoluta a un partido político, debe ser respetado, debe servir de escudo y parapeto para cualquier acción de gobierno y declaran antidemócratas a todos aquellos que exigen un cambio.
Allí, para las lejanas tierras de los faraones, hablan de proteger a las minorías, de que una mayoría no puede imponer su forma de ver la sociedad, de que el ejercito pretende asegurar los derechos de los siete millones de egipcios que no votaron a Mursi -de un censo electoral de casi treinta millones-, de que la victoria en las urnas no puede ser excusa para imponer una forma de ver la sociedad a todos.
Aquí manifestaciones multitudinarias, huelgas generales, protestas de colectivos profesionales enteros, no son relevantes a la hora de cambiar la política de un Gobierno que lo hace en contra de todos los implicados en sus decisiones.
Allí, tres semanas de manifestaciones de unos pocos miles de coptos y defensores del antiguo régimen justifican una intervención militar "en beneficio" de la voluntad popular.
Pero lo que resulta más que chocante es que precisamente sean ellos los que se amparen en la defensa de una sociedad laica para hacerlo.
Aquí, amparados en los sermones de prelados y las reflexiones de teólogos, declaran que el laicismo es un enemigo de la libertad religiosa porque impide mostrar públicamente tus creencias, porque las reduce al ámbito privado -de donde nunca debieron salir hace siglos, por cierto-.
Allí, usan el laicismo como bandera. Claman por una sociedad en la que no se muestren los símbolos religiosos públicamente -los musulmanes, claro está-. Hablan de que solamente una sociedad laica puede garantizar la libertad religiosa.
Y el alfanje de doble filo del falso laicismo sigue repartiendo tajos a diestro y siniestro.
Aquí es bueno y lógico que se discrimine a las familias homosexuales porque no siguen sus parámetros morales, allí es mala la poligamia porque es una imposición religiosa; aquí aplauden con las orejas cuando un gobierno tira de principios morales católicos -no de argumentos de derecho- para regular el aborto; allí se escandalizan cuando una tradición religiosa impone las cabezas veladas a las mujeres; aquí hinchan de dinero a instituciones educativas religiosas del Opus Dei mientras dinamitan la enseñanza pública, allí se mesan los cabellos por la apertura de Madrazas de los Hermanos Musulmanes; aquí aplauden y asienten respetuosamente cuando los prelados afirman en sus sermones que es necesario reevangelizar España, allí los intentos de islamización de los Hermanos Musulmanes son intolerables.
Aquí la asignatura de religión que cuenta para la media es un paso adelante para la libertad religiosa. Allí el estudio de El Corán fuera del horario lectivo es intolerable.
Creen haber aprendido a usar el doble filo del laicismo de salón y creen que con eso nos engañan.
Los mismos que callan aquí cuando un alcalde catalán se declara islamofóbico y hace la vista gorda a agresiones a musulmanes, les prohíbe rezar públicamente o les desahucia ilegalmente de una mezquita, pese a que han pagado los terrenos al ayuntamiento, gritan y sollozan cuando los yihadistas más furiosos -los mismos salafistas que ahora han apoyado el golpe de Estado, no los Hermanos Musulmanes de Mursi- queman una iglesia copta.
Los mismos que apoyan y exigen que se investigue dentro de nuestras fronteras a cualquier musulmán porque todos sabemos que todo musulmán es "sospechoso de terrorismo", consideran intolerable que los Hermanos musulmanes miren de través a la iglesia copta y su patriarca después de décadas de colaboracionismo de esta institución con la represión de Mubarak.
Los mismos que, incluidos dentro de la Internacional Demócrata Cristiana -déjenme que lo repita, cristiana-, recogen abiertamente en sus fines políticos un gobierno democrático basado en los principios del cristianismo consideran intolerable que se haga los mismo en Turquía o en Egipto con los principios del Islam.
Cuando el filo del alfanje del falso laicismo va hacia Egipto es una hoja delgada que corta quirúrgicamente en una disección llena de matices laicistas la sociedad egipcia, cuando vuelve hacia España es el basto filo de una hoz que arrampla con cualquier necesidad de un estado laico en beneficio de su propia fe.
Y, aunque nos parezca otra cosa, aunque se nos asemeje a otra circunstancia, todo eso no tiene nada que ver con el laicismo, los verdaderos defensores de una sociedad laica no debemos dejarnos engañar. Ni por unos ni por otros.
Es simplemente una reedición de las cruzadas. Una nueva y moderna carga religiosa sin cruces en el pecho, sin caballos de batalla y sin asedios a plazas amuralladas. Pero son las mismas cruzadas.
No están contra el islamismo, contra la islamización de las sociedades, por deseo de libertad y pluralidad en una sociedad laica. Están en contra porque eso les impedirá la cristianización de las mismas, porque les dificultará su evangelización.
Para ellos el laicismo no es un objetivo, es un medio, un arma en su guerra particular. Una guerra que no es una lucha entre la libertad y el control religioso. Lo es entre su dios y el de los otros.
Por eso no les duele en prendas defender un golpe de Estado militar, el acto más antidemócratico que se conoce. De nuevo "Dios lo quiere".
No nos engañemos, cuando se lleva la cruz en la celada, miremos hacia donde miremos, la rendija es demasiado estrecha para ver otra cosa que no sea tu espada.
En eso al menos son coherentes. Lo defienden en Egipto cuando el Islam avanza y no lo condenan aquí cuando un militar de rango amenaza con él ante el avance del soberanismo.
Dios, cualquier dios, es totalitario por naturaleza. Y el ejercito es la mejor herramienta para eso.
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