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A la búsqueda de los derechos humanos

Hubo un tiempo en donde la ciudadanía de Europa, después de derrotar con mucho dolor en su propio suelo al fascismo, le dijo al mundo que los derechos humanos eran el hilo de dignidad que permitía mantener una llama de esperanza. Fue un tiempo, cierto es, también de colonialismo, de expansión económica, de uso y abuso de los recursos de otros, pero también de la lucha contra el apartheid en Suráfrica, de la lucha contra la dictadura de Somoza, de Pinochet o de Videla, de la condena de Israel en Naciones Unidas por su comportamiento criminal en Palestina, de la crítica de los muros que robaban la libertad a los pueblos, de la oposición frontal a la dictadura de Suharto, de la defensa de los estudiantes de Tlatelolco, de la condena de la Camboya genocida, de los desastres políticos y económicos en África, y también un reproche claro a los Estados Unidos, que tenía un discurso democrático pero una práctica muy distante de esos ideales. Unos Estados Unidos que, una vez, fue también capaz de denunciar el Watergate o de oponerse a su gobierno que cometía un genocidio en Vietnam.

Un tiempo donde la libertad de expresión pertenecía a los pueblos y no a las empresas de medios de comunicación, un tiempo donde había jueces valientes capaces de enfrentar a los Ejecutivos porque las Constituciones decían que los derechos y libertades fundamentales eran el preámbulo de la vida en común. Era un tiempo en donde Europa era un continente abierto para el asilo, donde cualquier demócrata del mundo sabía que iba a encontrar una mano amiga, un gobierno amable, una organización civil comprometida. Donde los abusos de los gobiernos encontraban un freno, donde la gente decente que se la jugaba sabía que iba a encontrar complicidades, donde el heroísmo tenía un reconocimiento porque la democracia así lo mandaba. Pero Europa malbarató ese legado. América Latina ha tomado el relevo.

La garantía de los derechos humanos está hoy en América Latina, en la Venezuela que acoge a Edward Snowden, quien, con la buena fe que reconoce Naciones Unidas, ha denunciado las prácticas de espionaje del gobierno de los Estados Unidos. En el Ecuador que da asilo a Julian Assange, responsable de hacer más trasparente la democracia gracias a las publicaciones de Wikileaks. En la Bolivia, que expulsa a espías y mercenarios norteamericanos en nombre de la soberanía. En la golpeada Nicaragua, que aún se atreve a hacer lo que otros grandes no se atreven. En la UNASUR, que denuncia el comportamiento pirata de Francia, Italia, Portugal y España al impedir el paso del avión del Presidente de Bolivia.

No es cuestión solamente de gobiernos. Es un asunto, sobre todo, de los pueblos. Y si hoy el gobierno de Nicolás Maduro, en Venezuela, concede asilo a Snowden es porque tiene detrás un pueblo que ha decidido hacer de la dignidad su bandera. Algo que, parece, hemos olvidado en Europa. La que obedece a los Estados Unidos en vez de defender a quien le ha contado que el gendarme mundial es, además, un gran espía que no tiene amigos. Venezuela, un pequeño país caribeño, diciéndole al mundo que los derechos humanos son una prioridad. Que piensen en ello los que se pregunta cuál ha sido el legado de Hugo Chávez en su país. Que piensen en ello los que, en Europa, sienten cada día que nuestros gobernantes están pateando nuestras constituciones.

A todos los perseguidos por la opresión, la dictadura, el autoritarismo, los gobiernos de la Europa democrática les significaron la oportunidad de mantener intacta la dignidad. La que hoy, en solitario, siguen defendiendo, pese a todo, movimientos sociales de todo el mundo. Con la solitaria ayuda de los gobiernos latinoamericanos. Quien aún crea en el ser humano y sus derechos, debe agradecerles su compromiso. El coraje de Venezuela, en un momento donde los Estados Unidos está dispuesto a mandar a Guantánamo o a ejecutar con sus invisibles aviones asesinos a quien le contradiga, pone argumentos en la balanza de la dignidad. Es la parte optimista en un mundo bajo las sombras del pesimismo. El relámpago en la noche que alumbra nuestra soledad. América Latina sí es de verdad un nuevo continente.

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