Si Nuria Martín se hubiera educado bajo la Ley Wert hubiera tenido un serio problema. En ese caso, la científica española que ha participado en el equipo que ha logrado clonar celulas madre a partir de celulas de piel humana, se hubiera enfrentado a una encrucijada en mitad del bachillerato. Esto es, habría debido decidir si hacerle caso a la profesora de Ciencias o al profe de religión. Ambas asignaturas habrían contado de la misma forma en su expediente escolar y probablemente no le hubiera hecho falta ni siquiera un ERE para alejarla de los microscopios.
El país del que inventén ellos, también fue siempre el del Dios dará, el de hágase su voluntad así en el cielo sobre la tierra, que pasaba de puntillas sobre ese enojoso capítulo de los evangelios en los que aquel tal Jesucristo decidía aquello de “al césar lo que se del césar y a dios lo que es de dios”. Aquí, los esbirros del César y los representantes de Dios arramblan con todo.
Los mismos que propugnan la libertad de mercado como un dogma de fe, están empeñados en restringir las restantes libertades. Nos liberalizan tanto la economía que nos han librado del trabajo, pero también del salario. Ahora pretenden librarnos de estudiar o liberarnos de España para empujar a nuestros jóvenes a conocer mundo, a través de esos empleos tan libres que el sueldo resulta intencionadamente escaso para evitar que nos sintamos atados a cualquier galera burguesa. En el país que dibujan seremos libres para enfermar, para jubilarnos a los setenta o para manifestarnos siempre y cuando aceptemos pagar por ello una sanción adecuada.
Los apóstoles de esa doctrina nos predican que es justo que la diosa justicia se opere de la vista y establezca un criterio para los ricos y otro para los desposeídos. Que la deuda privada de los bancos debe abonarse desde lo público porque si se hunde un banco nos hundimos todos pero si nos hundimos todos se salvan ellos. Si nos lo repiten desde los altavoces de 1984 podemos aceptarlo todo. Que es por nuestro bien, que contener el déficit no implica contener la democracia, que la austeridad logrará que nuestros nietos vuelvan a gastar como posesos para que nuestros bisnietos vuelvan a pagar el pato.
Vale que nos recorten hasta podarlo el estado del bienestar pero ¿y el bienestar al margen del Estado? Por poco proceden a abolir la Ley del Matrimonio Homosexual, no por su contenido, dijeron, sino por el formidable interés de nuestros próceres en la protección de nuestra semántica. No les importa introducir en la jerga diaria palabros como desindexación, pero cuidadito con aplicar la raíz de mater matris a un hombre porque lo mismo cualquier día puede quedarse embarazado y la Santa Madre tendría que revisar su doctrina sobre el aborto.
Grandes carteles reclaman ahora a Alberto Ruiz Gallardón que acabe con la actual Ley de Salud Sexual y Reproductiva, la que ellos llaman la Ley Aido, como un nuevo capítulo del continúo escrache que los sectores más visibles de la Iglesia Católica española vienen alentando contra la primera y hasta ahora única ministra de Igualdad de España.
Los integristas pretenden enmendar la plana a Cristo y que su lema sea “A Dios lo que es del César”. Volvemos a los años 60 de aquellos López de la tecnocracia y del Opus; sólo que aquellos nos cambiaron las alpargatas por Seat 600 y estos nos van a hacer volver al gasógeno. Se supone que el catolicismo entiende prácticamente cualquier aborto como un crimen. Lo que tendría su lógica si el actual Papa y otros prelados no hubieran aceptado seguir dándole la sagrada forma a criminales como Videla, que nunca descanse en paz. Sin embargo, tal y como están las cosas, quizá no sólo les guíe un decidido interés por preservar los derechos fundamentales del nasciturus, lo que no deja de ser curioso dado que no muestran el mismo afán en la defensa de los ya nacidos. A lo peor, esa institución con la que nuestro estado aconfesional sigue sin poder ser laico, esa milenaria asamblea de la fe a la que brindamos un concordato especial, una casilla propia en nuestra declaración de la renta y un trato de favor en nuestra enseñanza pública, no quiera que las españolas aborten para que crezca exponencialmente el número de pobres. Así también podría crecer exponencialmente las posibilidades de practicar la caridad.
Visto lo visto, podríamos pedir al Vaticano que enviase a la Guardia Suiza para sofocar las manifestaciones a favor de la actual ley de plazos. No podemos abortar sus sueños pero ellos si pueden abortar los nuestros. En política hemos dado marcha atrás dos siglos: vuelven a dominarnos Prusia y la Santa Sede. Así que, como no necesitan someternos bajo los Cien Mil Hijos de San Luis, nos envían de nuevo a la troika esta misma semana. Cualquier día, se sabrá que el primer viaje europeo del buen Papa Francisco será a España. Lo mismo, al paso que vamos y para tenernos más cerca de su corazón y de su cartera, el Santo Pontífice cambiará su residencia de verano en Castelgandolfo por un chalecito en primera línea de cualquiera de nuestros parques naturales, no más lo permita la nueva Ley de Costas.