La obra «Así en la Tierra» recoge la lucha del conocido como «cura rojo» por ayudar a los más desfavorecidos de la sociedad. «Sólo miraré con agrado el Vaticano el día que vea que el Papa se marcha de allí y se va a vivir a las chabolas»
A Enrique de Castro le han llamado en los últimos treinta años desde ‘cura rojo’ a ‘cura okupa’ pasando por otros adjetivos como anarquista o el cura de los desfavorecidos. A él, según reconoce, le trae sin cuidado el calificativo que siga a su condición de cura. «Eso es cosa de la prensa», afirma. Sí reconoce, sin embargo, sentirse molesto por no haber leído nunca otros adjetivos como el cura cristiano o el cura de los Evangelios. «Me llaman rojo aunque no tengo claro si soy de izquierdas. Lo que tengo claro es que sí soy del Evangelio y esto es más izquierdoso que nada. Jesús fue el primer anarquista«, explica Enrique, el sacerdote que en 2007 situó a la pequeña parroquia de San Carlos Borromeo (Vallecas) en el centro del huracán informativo tras su enfrentamiento con el cardenal Rouco Varela.
Quizá él aún no lo tenga claro, pero su posicionamiento a favor del matrimonio homosexual, su rechazo a calificar de asesinato el aborto en las primeras 12 semanas de gestación, su férrea defensa del preservativo o de la abolición del celibato le han llevado a ser todo un referente moral e ideológico entre los movimientos cristianos de base y los no tan cristianos. Porque Enrique cuando habla, y habla mucho, no deja indiferente a nadie. No busca levantar polémicas. No es su estilo, dice, pero sus palabras levantan ampollas en una jerarquía eclesiástica no acostumbrada a recibir críticas de entre los suyos.
«No se puede servir a dios y al dinero y aquí se está sirviendo permanentemente a los dos»
«No se puede servir a dios y al dinero y aquí se está sirviendo permanentemente a dios y al dinero. La lucha por la justicia la convierten en limosna para mantener el chiringuito. Es decir, los pobres están siendo un negocio para la Iglesia», denuncia Enrique, que asegura, en declaraciones a Público, que nunca antes se había hecho tanto negocio con el mundo de los pobres como ahora. «Se están quitando niños a familias pobres para venderlos y hay grandes organizaciones, como muchas ONG, que viven para ayudar a los pobres pero el 80% de sus gastos se van en personal y estructuras propias», añade.
No obstante, si algo caracteriza a Enrique no son sus palabras, por muy polémicas que sean, sino sus acciones. Su vida ha estado dedicada plenamente a la lucha en favor de los marginados de la sociedad: drogadictos, gitanos, presos, desahuciados, inmigrantes… Sin prejuicios, sin etiquetas y sin dogmas. Es precisamente esta lucha diaria de Enrique de Castro, y de la gente que lo rodea, el núcleo central del libro de Marçal Serrats: Así en la tierra. Enrique de Castro y la iglesia de los que no se callan, que fue presentado el jueves en Madrid.
«El primer día que fui a casa de Enrique le dije que quería escribir un libro sobre él y me contestó: ‘Si vienes a escribir sobre mi ya te puedes ir. Si quieres escribir sobre todos nosotros, bienvenido'», explica Serrats. Así, la obra de Serrats, redactor de Hora 25 (Cadena Ser), trascendió la figura de Enrique para convertirse en el relato del Madrid profundo de los años de la transición, de los duros años ochenta y de una crisis económica que para muchos es consustancial a su propia existencia.
Es la historia de las calles sin asfaltar, las casas sin cemento, las familias rotas, las agujas de ida y vuelta y de las largas noches en la puerta de una comisaria. Así como es la historia de otro tipo de Iglesia, la que no se resigna a reducir la fe a la simple lectura de las escrituras sin traducción al mundo real ni capacidad crítica. La iglesia de los pobres frente a la del poder. Enrique, de hecho, no pierde oportunidad de recodar que Jesucristo renunció al poder y situó a las personas por encima de las leyes y de la propia religión.
En este punto cuando entra en juego el Vaticano en su argumentación. Enrique ha reconocido en repetidas ocasiones que no entiende ni su existencia ni su status de Estado. «Sólo miraré con agrado el Vaticano el día que vea que el Papa se marcha de allí, lo cierra y se va a vivir a las chabolas», ha repetido Enrique en más de una ocasión, quien asegura que es «demasiado pronto» para emitir un juicio correcto del nuevo papa Francisco I. «Al menos se ha quitado los zapatos rojos», ironiza.
Amenazas, palizas y rebajas
A Enrique de Castro lo han amenazado de muerte por su forma de entender la eucaristía e, incluso, los propios chavales que ha acogido en su casa lo han amenazado en busca de unos duros para una nueva dosis de heroína. Lo han apalizado, detenido y llevado preso. Pero nadie ha conseguido hacerle callar. Ni siquiera el paso de los años, las arrugas o el cansancio acumulado. Su voz continúa alzándose contra las injusticas. Como la que cometió el arzobispado de Madrid en 2007 cuando amenazó a este sacerdote con cerrar la parroquia de San Carlos de Borromeo.
«Sólo miraré con agrado el Vaticano el día que vea que el Papa se marcha de allí y se va a vivir a chabolas»Es en este punto donde arranca el relato de Sarrats. El punto en el que Castro, tras varias décadas de lucha contra la marginación, situó a su parroquia en el mapa tras su conflicto con la jerarquía eclesiástica. El Obispado consideró entonces que la liturgia y la catequesis que allí se impartía no eran «eclesialmente homologables». Tras la amenaza de cierre, finalmente, el conflicto se resolvió rebajando la categoría de San Carlos Borromeo de parroquia a centro pastoral.
Un genocidio
Si hay una batalla que ha tenido que librar Enrique por encima de todas las demás, esa ha sido la de la lucha contra la drogadicción y el apoyo a las víctimas y familiares. De la noche a la mañana una nueva sustancia llamada heroína conquistó el barrio y se llevó por delante a dos generaciones enteras de chavales, que sin apenas información, pasaron de comprar hachís en la esquina de casa a consumir caballo por el mismo precio.
«No hay continuidad entre la generación de chavales de los 80 y los del 2000. Han desaparecido la mayoría. Una juventud luchadora, fuerte y brava, los atontaron y los mataron», dice. A la hora de buscar algunos de los responsables Enrique dirige la mirada hacia los policías y, sobre todo, los políticos. Considera que las drogas se convirtió en las primeras grandes entrada de dinero en sus bolsillos a condición de que ellos hicieran la vista gorda.
Por eso, a Enrique no le extraña nada ver fotos como la de Feijóo. «Recorrí las Rias Baixas con gente de allí en enero del 80. Entrabas a un hotel y no había prácticamente clientes pero sí mucho personal. Estos lugares se utilizaban para el blanqueo de dinero. Así que no me puedo extrañar de la foto de Feijóo y lo digo sin saber nada de Feijóo ni de sus relaciones personales. Todo el mundo del lugar sabe que no se ha hecho nada», explica.
Pero las razones económicos no son las únicas a las que alude Enrique. «Ningún gobierno sea del PSOE o del PP le ha interesado una lucha real contra la drogadicción. Al gobierno le viene muy bien una juventud dormida. Las madres hablan de un genocidio y nosotros estamos de acuerdo», sentencia.