El ministro francés de Educación, Vincent Peillon, acaba de anunciar que, a partir de 2015, en la enseñanza pública francesa, tanto de primaria, como de secundaria y preuniversitaria, se impartirá la materia Moral Laica (Morale Laïque) a todos los alumnos franceses dentro del currículum educativo nacional. El objetivo de la asignatura será, según las propias palabras del ministro, el de hacer partícipes a las nuevas generaciones de los valores morales y ciudadanos de la República, de manera independiente a los asuntos de Estado y, por otra parte, dotar a los ciudadanos franceses de las suficientes herramientas intelectuales y éticas para hacer frente a las embestidas de los intereses financieros y a los peligros de los fundamentalismos ideológicos y religiosos.
La nueva materia de los afortunados alumnos franceses será puesta en marcha por un Consejo Nacional de Programas educativos, coordinado y supervisado por varias autoridades en la materia, como Alain Bergounioux, historiador e Inspector general de la Educación Nacional, Laurence Loeffel, profesor universitario de Filosofía de la Educación, y Rémy Swartz, Consejero de Estado del Gobierno francés. La materia tendrá un horario semanal reglado y será evaluada en primaria como el resto de materias impartidas, y la evaluación será continua en el Baccalauréat (el equivalente al bachillerato español).
Hace ya meses que el ministro Peillon había hecho público su interés en intensificar la presencia del laicismo en la enseñanza, en la necesidad de capacitar a los ciudadanos, desde la infancia, en los valores, principios y comportamientos concretos de la vida democrática, compartida, tolerante y plural. En propias palabras de Peillon, “La laicidad no es la simple tolerancia, no es el todo vale (tomemos nota), es un conjunto de principios que debemos aprender y compartir. Para conocerlos hay que enseñarlos y tienen que ser aprendidos, por el bien del espacio común que es nuestra sociedad y nuestro país”.
Mientras tanto, en España, los ministros rezan e invocan a los santos para que nos aligeren de la crisis mientras ellos la intensifican con sus medidas surrealistas. Se financia desmesuradamente la enseñanza privada religiosa, y el ministro de educación español, como todos sabemos, reforma la enseñanza pública haciéndola retroceder a la época de los extintos dinosaurios, o, como poco, a los siglos XIV y XV, en que estudiaban solo los hijos de familias opulentas y de manos del clero, como dios manda. Porque la educación española, según la última reforma, se convertirá no en un sistema de aprendizaje democrático, científico, intelectual y racional, sino en una prolongación de la catequesis, también como dios manda.
Aunque, claro, Francia es un país laico, es el país al que debemos el nacimiento de las democracias modernas, es un país europeo de pleno, moderno, culto y avanzado. Es el país que aprobó, allá por 1789, la Declaración de los derechos del Hombre y del Ciudadano, primer antecedente de la Declaración de los derechos Humanos. En Francia está prohibida la religión en la escuela pública, porque saben muy bien que religión y democracia son incompatibles. En Francia la enseñanza religiosa es privada, y no está concertada, es decir, no está financiada por todos los ciudadanos, como ocurre vergonzosamente en nuestro país. Es el país de la “liberté, egalité et fraternité”, el demonio para algunos sectores de nuestro país, esos mismos que no quieren ni nunca querrán la libertad, ni la igualdad ni la fraternidad, sino el sometimiento, la ignorancia, la superstición y la irracionalidad. Por eso, al contrario que Peillon, defienden tanto la religión en la escuela.
Profundizando un poco en el tema, recordemos que la moral laica, nacida en la Ilustración, es una moral universal y humanista que basa sus argumentarios no en los dogmas totalitarios de la religión, sino en la razón, en el derecho natural y en el librepensamiento. No se opone, en absoluto, a la religión (…que algunos suelen considerar cualquier defensa un ataque), pero es del todo independiente de ella. Las mentes mediocres que suelen alarmarse ante esta palabra, laicismo, tan denostada, deberían de informarse previamente, y tener muy en cuenta que laicismo es un simple sinónimo de sentido común y de democracia.
Porque España está siendo, a la vista de todos y a pesar del laicismo que expresa la Constitución vigente, un Estado confesional, una teocracia en la que el poder religioso continúa imparable y, explícita o implícitamente, imponiendo criterios, leyes, conductas y vasallajes medievales. La moral laica no se supedita, sin embargo, a ningún supuesto mandato de ninguna supuesta deidad, ni defiende la exclusión, ni el odio al diferente, ni el sometimiento a ninguna idea intolerante, irracional o totalitaria, sino, al contrario, se nutre de los valores universales que forman parte de cualquier código ético humano, como la solidaridad, la fraternidad, la razón, la tolerancia y el respeto profundo a todos los seres, a la diversidad y al pluralismo inherente a los hombres, a la natura y a toda la vida misma; pluralismo y diversidad que ninguna religión respeta.
Decía el político y escritor británico Benjamín Disraelí que el conocimiento sólo puede empezar donde terminan la superstición y la creencia religiosa. Y el biólogo y divulgador científico Richard Dawkins suele afirmar que está radicalmente opuesto a la religión en la enseñanza, porque aleja a las personas de la razón y de la búsqueda de conocimiento, y las enseña, por el contrario, a estar satisfechas con no entender el mundo.
Coral Bravo es Doctora en Filología