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«La Iglesia no se puede permitir un Papa rozado por los escándalos»

El autor de la biografía de Leonidas Proaño, un sacerdote ecuatoriano que integra el grupo de la Teología de la Liberación, señala los cambios en la dos veces milenaria institución a partir de la renuncia de Joseph Ratzinger.

El próximo Papa tendrá que tener un pasado inmaculado. Para el vaticanista Giovanni Ferrò, la Iglesia Católica "no se puede permitir un Pontífice que haya sido siquiera rozado por los escándalos sexuales o financieros", por lo que la necesidad de una reforma en la curia se impondrá cuando los cardenales deban elegir al sucesor de Benedicto XVI. Autor de innumerables ensayos y del libro Taita Proaño –biografía de Leonidas Proaño, sacerdote y teólogo ecuatoriano, candidato al premio Nobel de la Paz y exponente de punta de la teoría de la liberación–, el jefe de redacción de la revista italiana Jesus asegura que el gesto de Benedicto XVI fue, al mismo tiempo, un símbolo de "resistencia y rendición" y que el nuevo Papa, para cambiar al clero, tendrá que tener "mucho coraje personal y una gran fe en la asistencia del Espíritu Santo".

–La crisis por la que atraviesa el clero pareciera ser una oportunidad para transformar la institución eclesiástica. ¿Será aprovechada o se superará siguiendo las mismas viejas lógicas de poder? 
–Un nuevo pontificado representa siempre un momento de cambio: nueva personalidad, nuevo estilo humano y pastoral, nuevas prioridades eclesiásticas. ¿El nuevo Papa cambiará la institución eclesiástica? Es difícil decirlo a priori. Lo cierto es que el tema de la reforma de la curia romana y de una mayor transparencia y eficacia en el gobierno de la Iglesia están a la orden del día y, con muchas probabilidades, será uno de los elementos determinantes sobre los cuales se inclinarán los cardenales para elegir al sucesor de Benedicto XVI.
 
–¿Cree que Joseph Ratzinger renunció por la "falta de fuerzas y la avanzada edad" o hay otras motivaciones posibles?
–Luego de la dimisión escribí que el gesto de Benedicto XVI fue, al mismo tiempo, un gesto de resistencia y rendición. Rendición en el sentido de rendirse a los propios límites humanos, a la edad, el cansancio, pero también a los límites pastorales: el fracaso de la tratativa con los lefebvrianos y en la elección de los propios colaboradores, algunos de los cuales lo traicionaron. Pero fue, además, un gesto de resistencia, de denuncia y rebelión frente a tantas cuestiones irresueltas, a los escándalos y al estado de anarquía en el cual marchaba la curia romana. Es como si el Papa hubiese querido decir: "No me resigno a este estado de las cosas. Y, como no logro cambiarlo, mejor no esperar y pasar el poder a otro."
 
–¿El gesto de la renuncia cambiará el futuro de la Iglesia?
–Ya lo cambió. Lo cambió en la forma, poniendo y trayendo a la luz una posibilidad (la renuncia) prevista en el Código de Derecho Canónico pero considerada casi obsoleta y lo hizo en la sustancia, modificando no solamente la percepción del rol del Papa, si no también su concepción teológica. El papado en el curso de los años estuvo circundado por un aura mística siempre más fuerte y siempre más indiscutible. El Pontífice no era más el obispo de Roma, el jefe del colegio de cardenales, sino el "Vicario de Cristo": una figura infalible, intocable, indiscutible, sacra. Casi una especie de vice-Dios. Y bueno, esta no es la concepción teológica ortodoxa y tradicional de la Iglesia Católica. Se exageró con la sacralización. El gesto de Benedicto XVI, entonces, colabora a humanizar nuevamente la figura del Papa, volviendo a traerla en proporción a su función: la de siervo de los siervos de Dios, sucesor de Pedro, llamado a presidir, en la caridad, el colegio de obispos. 
 
–¿Como será la convivencia entre los dos Papas? Hay quienes aseguran que la línea religiosa de Benedicto XVI condicionará al nuevo Pontífice…
–Depende mucho de quién será el nuevo Pontífice. Seguramente la situación es nueva y hay dudas legítimas. Pero, en lo que concierne a Ratzinger, no creo que haya intenciones de condicionar la obra de su sucesor: si hubiera querido seguir comandando podría haber continuado serenamente en sus funciones.
 
–¿Cuáles son las características que tiene que tener el nuevo Papa?
–Gran fuerza de ánimo, gran autonomía de juicio, pero también, y quizás sobre todo, gran capacidad de escucha. De escuchar no sólo a sus colaboradores más estrechos, sino a todo el pueblo de Dios: a los católicos que viven desparramados en los cuatros ángulos del mundo y que tienen una voz siempre más débil, siempre menos escuchada dentro los Palacios Apostólicos.
 
–Para lograr ser electo, ¿cuenta la nacionalidad, la edad o el poder dentro la curia?
–Cuentan una serie de elementos. Además de los que cita, cuenta la experiencia pastoral, la estatura intelectual, el aspecto humano, el carisma personal. Y, seguramente, un curriculum vitae sin manchas: hoy la Iglesia Católica no se puede permitir un Pontífice que haya sido siquiera rozado por los escándalos de tipo sexuales o económico-financieros.
 
–¿El escándalo de Vatileaks puede influenciar la elección del nuevo Papa? Muchos cardenales quieren saber qué pasó antes de elegir…
–Sin dudas. Que se mienta y se trame contra el Papa es algo que no había sucedido jamás en tiempos recientes de la historia de la Iglesia. Esto fue un shock para todos. Y, entonces, es evidente que los cardenales quieren saber, para entender hasta qué punto "la suciedad" de la que hablaba Ratzinger en 2005, antes de ser electo Papa, penetró en las cuartos sagrados. 
 
-¿El Papa tiene el poder para cambiar a la Iglesia?

–Claro que lo tiene. Se vio, de forma más o menos teatral, en cada uno de los pontificados de los últimos 50 años. Juan XXIII convocó al Concilio, poniendo las bases para una mutación pastoral de la Iglesia. Pablo VI, para tomar otro ejemplo, revolucionó la liturgia, abandonando el uso del latín que estaba en boga hacia casi 2000 años. Wojtyla abrió de par en par las puertas del Vaticano, girando por todo el mundo con sus viajes pastorales y dejando una huella con sus tantos gestos ecuménicos. En síntesis, el poder lo tiene cualquier Papa. Para hacer uso de este poder, sin embargo, hay que tener mucho coraje personal y una gran fe en la asistencia del Espíritu Santo.

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