Cada vez se hace más evidente la necesidad de integrar la enseñanza de la religión en el currículum de ciencias sociales, para despojarlo del tradicionalismo político-militar a que lo ha conducido el gobierno de la derecha. Pero no basta con una historia de las religiones, sino con una reflexión sobre lo religioso que dote de sentido a la experiencia vital del alumnado ¿Por qué no firma el gobierno un nuevo tratado con la iglesia católica en que se afirme con claridad la necesidad de que la enseñanza religiosa se desarrolle en los centros religiosos, es decir en los templos y centros educativos privados no concertados que así lo deseen? La enseñanza religiosa en las iglesias, así de claro. Este es el desideratum que incomprensiblemente resulta hoy tan lejano en un país aconfesional. Creo que esta es una gran oportunidad perdida y que si no lo hace este gobierno ¿quién lo va a hacer? Pero dejemos la política de momento. Porque una cosa es la enseñanza religiosa y otra es la religión como fenómeno social y humano. Y ahí sí que tenemos que coincidir con la propuesta del gobierno de profundizar en la enseñanza de las religiones. Hablo como profesor del área social, no de geografía e historia simplemente, a lo que consiguió reducirnos la ministra Aguirre. Como tal, he pasado de desarrollar un currículum que, en paralelo a la evolución de las tendencias historiográficas, en los años ochenta escoraba rápidamente hacia la historia estructural, con amplios tiempos dedicados a lo económico y social ¿recuerdan?, después a otro que, gracias a la LOGSE, permitía una amplitud de miras que incluía la microhistoria y la historia de las mentalidades, para acabar al fin bajo el yugo de la historia político-tradicional del gobierno del Partido Popular.
Hemos de admitir que se trató no sólo de una contrarreforma político-educativa, sino que los tiempos del conocimiento social y los cambios globales acompasaban este viraje. Quiero decir que la caída del muro de Berlín, el presuntuoso fin de la historia y la consiguiente globalización han dado lugar, como si de un ciclo recurrente se tratara, a una vuelta a la historiografía premoderna en que, al modo de las enciclopedias franquistas, la historia de la humanidad empieza con la historia sagrada. Lo malo es que así lo creen todos los fundamentalismos que en el mundo hay y que son muchos. Porque en este punto lo crucial no es sólo si existe una guerra de civilizaciones / religiones, sino que los protagonistas de la historia,
o al menos los que llevan el timón de sus aviones / bombas así lo creen o nos lo quieren hacer creer.
El conocimiento social sigue aún oscilando entre Carlos MARX y Max WEBER, entre la superestructura ideológica del opio del pueblo determinada ingenuamente por la infraestructura económica y por la lucha de clases que dogmatizaba el marxismo escolástico (reléase, si no se tiró a la papelera, antes de que hubiera contendores de reciclaje,, el catecismo marxista de Marta HAERNECKER) y, por otro lado, el protestantismo como fundamento ideológico del capitalismo. Entre el idealismo estructural de Claude LEVI-STRAUSS y sus categorías mentales universales y ahistóricas, y el materialismo cultural de Marvin HARRIS y su determinismo ecológico de las boñigas de vaca sobre el culto a las mismas (las vacas) en la India. Así andamos y parece que va siendo hora de admitirlo, de rechazar fórmulas simples y sectarias que relegan lo ideológico al apéndice cultural de los capítulos de la historia sin percatarse de que las interrelaciones sociales son complejas, cosa que ya tanto MARX como WEBER advertían, sin que sus respectivos secuaces se atrevieran a reconocer.
Pero hay más elementos a tener en cuenta. Uno de ellos, realmente crucial, es la aparición de una sociedad multicultural plenamente desarrollada en nuestro país. Sólo esto es motivo suficiente para propugnar la pertinencia de la enseñanza religiosa.
De manera que sí, parece que se hace imprescindible enseñar creencias sin enseñar a creer, en frase y análisis acertadísimos del profesor Francisco DÍEZ de VELASCO, mediante una “asignatura alejada de la óptica teológica (que es la que impera por definición en la Religión confesional), […] desde una perspectiva no moralista (sin buscar extraer conclusiones de moral práctica), no exclusiva (basada en el respeto por las creencias ajenas), diversa (incidiendo en la significación de la riqueza y variabilidad de las experiencias religiosas) y no esencialista (las experiencias religiosas se han de entender como productos ideológicos de la sociedad que las crea, renunciando a postular la existencia de un mensaje esencial o de una religión original o natural).”1 Religiones por religión es lo que proponía hace tiempo este autor, que ya en 1997 desarrolló un currículum religioso riguroso y, que sepamos, nunca aplicado en la etapa secundaria. Porque la verdad es que la alternativa a la religión que se ha aplicado en los centros de secundaria ha sido una pérdida de tiempo para los alumnos y un quebradero de cabeza para los profesores, desmotivados, como los alumnos, en relación a una asignatura para la que no estaban preparados y a la que no veían utilidad alguna (miserias de la evaluación). Ahora el gobierno socialista propugna el estudio de las religiones, a desarrollar por las áreas de ciencias sociales o de filosofía. Pero se trata de una propuesta excesivamente historicista porque dice el ministerio en su propuesta que la dimensión no confesional de la enseñanza de las religiones “debe ayudar a la comprensión de las claves culturales de la sociedad española, mediante el conocimiento de la historia de las religiones y de los conflictos ideológicos, políticos y sociales que en torno al hecho religioso se han producido a lo largo de la historia. Se trata de ofrecer un acercamiento razonado a las religiones como hechos de la civilización…”2
Esto supone olvidar que aún hay otra tercera dimensión sobre la que sustentar una enseñanza religiosa. Igual que el aire no lo vemos pero existe y no podemos vivir sin respirarlo, el fenómeno religioso es, más allá de dogmas, liturgias e instituciones, un factor de socialidad, un elemento de religación social que diría DURKHEIM y que sigue siendo vital por raro que nos parezca. Y es que, nosotros materialistas profesores de ciencias sociales, descreídos y ateos, confundimos la religión con creer en Dios, con la beatería y el folklore semanasantero o bien con absurdas supersticiones primitivas. Pero no, tenemos que asumir la necesidad vital que las personas tienen de explicar e insertarse en ciclos naturales (años y estaciones), vitales (el crecimiento fisiológico del nacimiento a la muerte) y sociales (la inserción en la comunidad en una amplia gama de roles y status) de los que la ciencia (religión oficial de la modernidad) da cumplida cuenta pero sin dejar satisfecha a la persona. Precisamente porque sólo explica los fenómenos naturales, sin integrar la dimensión humana y afectiva que nos une a ellos. Pero no es cosa nuestra, dicen los científicos. Ese es el problema de la especialización. Por eso nosotros propugnamos
la interdisciplinariedad del área social, para poder integrar en estructuras de sentido las experiencias vitales del alumnado con el conocimiento científico. Porque es precisamente la falta de sentido lo que produce la alienación de la persona respecto a lo que hace aquí, en su trabajo, en su tiempo de ocio y en su tiempo de enseñanza.
En nuestra opinión es, pues, el área social la indicada para el estudio de la religión, siempre que el currículum del área social volviera a los cauces de flexibilidad e interdisciplinariedad que le abrió la LOGSE. Por cierto que, entre tanto revuelo reformista, todavía no se ha oído una voz en torno al acartonado currículum del área social, de grandes personajes y batallas, enfrascados como están los partidos políticos en la relectura de 1934 y 1936. Es necesario recuperar, sí, la memoria histórica que la transición olvidó expresamente. Pero resulta insuficiente si no se analiza el contexto mesiánico-militar de las ideologías enfrentadas: salvadores de patrias, razas, naciones y clases. Claro que esto no es exclusivo del contexto español, pues estamos saturados de las manifestaciones maniqueas de los fundamentalistas cristianos y musulmanes.
Estamos desencantados de la religión por la ciencia, desencantados de la religión por el culto a la razón (recuérdese la religión laica instaurada con la revolución francesa resucitada en los recientes bautizos civiles). Se trataba de apagar el fuego de la superstición con otro fuego, intento que fracasó en paralelo al fiasco del universalismo de los valores revolucionarios, que sucumbieron al nacionalismo tradicionalista. Desencantado, aquí sigue el homo sapiens en busca de paraísos en la tierra, no ya el socialista (revelado infierno para media humanidad), sino ahora el consumo, la moda, la publicidad con todo su poder realmente mágico, el ídolo audiovisual con todo su carisma, el deporte y sus héroes/santos modernos.
O bien el nacionalismo y el fundamentalismo iconoclasta, entre los que hacen de la religión su bandera y los que de la bandera hacen su religión. Como cantó BRASSENS / IBÁÑEZ,”…en el mundo no hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado…” Lo penoso es que esto se tenga que aplicar también a cierta izquierda. El caso es la abducción en el grupo, en la masa, en la tribu, en el club, la patria, por más que se disfrace de distinción individual (caso de la moda y la publicidad).
Eso sin remitirnos a la plaga de horóscopos, adivinos, brujos y religioncillas por doquier que inundan los medios de comunicación.
Cultura basura, sí, pseudocultura dijeron los teóricos de la escuela de Frankfurt, sí, pero ahí está la cultura popular vivita y coleando. Es un error despreciarla: más nos vale tenerla en cuenta, aunque sea para desmontar sus fundamentos… o para reconocer su legitimidad, dejemos ya purismos elitistas de derechas o de izquierdas. La cultura popular está dotada de un sentido que está ausente de las racionalizaciones científicas y pedagógicas.
Este debería ser el núcleo del análisis del fenómeno religioso, más allá de la propuesta historicista de Francisco DÍEZ DE VELASCO y del ministerio. No historia de las religiones sino estudio antropológico y social de las religiones y de la religión. Lo religioso más allá de confesiones religiosas oficiales (cristianismo, Islam, budismo, etc.), de manera que el alumno se vea integrado en el mundo natural y comunitario sin máscaras ideológicas que diría Carlos MARX. Creo que fue Rafael SÁNCHEZ FERLOSIO quien dijo que si queremos cambiar el mundo y sus cosas, antes debemos intentar cambiar a sus dioses.
Agustín Ciudad González
1. En Disenso n° 18, enero 1997, pp. 18-19.
2. Una educación de calidad para todos y entre todos. Propuestas de debate, p. 101.
Cooperación Educativa 89