Como cualquier grupo con poder político y social, las religiones suelen aliarse con otras según sus conveniencias a nivel local, mientras en otros lugares pelean furiosamente. En el mundo actual pocos ejemplos de esta clase de coincidencias son más claros que las múltiples alianzas de los cristianos devotos de toda clase con las distintas sectas musulmanas contra alguno de sus blancos preferidos, como las mujeres, los gays o la libre expresión. Nada sorprendente, entonces, es la noticia de que los seguidores de Cristo y los de Mahoma se han unido, en Liberia, para impulsar una legislación contra el matrimonio igualitario.
Lo único extraño, si acaso, es que Liberia no está preparándose para aprobar, ni siquiera debatir, la posibilidad de matrimonios entre personas del mismo sexo. En este pequeño país de África occidental la homosexualidad es un delito, al igual que cualquier forma de actividad sexual que no se realice entre un hombre y una mujer unidos en matrimonio. Un paraíso para quienes odian el sexo, o más bien aman prohibírselo a los demás (que no es lo mismo). No deja de ser irónico, y un poco triste también, que este baluarte de la intolerancia haya sido fundado por esclavos liberados (de ahí su nombre), con un sistema político modelado según el liberalismo estadounidense, que con todas sus fallas llevaba en sí al menos un germen de tendencias igualitarias. Quizá tampoco sea casualidad que la presidenta de este país fundado por esclavos americanos —que es la primera presidenta mujer de África— haya recibido en 2011 el mismo honor que el primer presidente estadounidense de origen afroamericano recibiera dos años antes: el Premio Nobel de la Paz.
Ellen Johnson Sirleaf es una luchadora por los derechos de la mujer y no ha mandado bombardear ningún país, pero no le molestan para nada las leyes que condenan con un año de prisión a los homosexuales: “Tenemos ciertos valores tradicionales en nuestra sociedad que nos gustaría preservar”, dijo cuando le preguntaron qué haría con la ley antihomosexual vigente, negándose a contestar más sobre el tema. De todas formas, su defensa del statu quo es la actitud menos intolerante hoy en día. Hay grupos en Liberia que quieren extender la pena de la homosexualidad a diez años o hacer que se castigue con la muerte. Pero Liberia tiene lazos con Estados Unidos y Sirleaf, que recibió una reprimenda del Departamento de Estado de ese país, no quiere problemas. El representante del Consejo de Iglesias de Liberia, Rudolph Marsh, no fue tan político: dijo que no pensaban “copiar lo malo” de Estados Unidos (en referencia, probablemente, a los avances en materia de matrimonio igualitario allí) y pidió a los cristianos y musulmanes que
“… permanezcan unidos y le digan al mundo que Liberia es un lugar de gente civilizada y no permitirá el matrimonio entre personas del mismo sexo.”
Tanto escándalo parece injustificado porque es impensable que en un lugar donde es ilegal ser homosexual alguien intente legalizar el matrimonio homosexual. En toda Liberia hay un único activista LGBT (fuera del incógnito, al menos), Archie Ponpon, y los buenos cristianos y musulmanes han recompensado sus esfuerzos amenazándolo y quemando la casa de su madre.
El lema de Liberia:
“El amor a la libertad nos trajo aquí”.
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