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El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.
En lugar de defender un modelo educativo que fomente el pensamiento crítico y la emancipación individual, sectores de la izquierda han abrazado un relativismo cultural que justifica prácticas religiosas en nombre de la tolerancia.
»Sacamos los crucifijos y las sotanas de las escuelas para introducir el velo y la comida halal. Y a esto se le llama progreso. En fin, que cada cual saque sus conclusiones».
Este tuit viral del usuario @Filomat_ en la red social X me ha inspirado a escribir este artículo sobre el retroceso que estamos viviendo actualmente en las escuelas públicas en relación a la cuestión religiosa.
Durante las últimas décadas del siglo XX, España vivió una transformación significativa en su sistema educativo, marcada por un esfuerzo decidido de movimientos y organizaciones de izquierda por consolidar un modelo de enseñanza pública laica, libre de influencias religiosas. Este proceso, iniciado con fuerza en los años 80, tuvo como objetivo principal desvincular la educación de los valores y símbolos religiosos que habían predominado durante el régimen franquista.
Sin embargo, en los últimos años, hemos asistido a un fenómeno paradójico: mientras se celebra la conquista de un sistema educativo laico, se toleran elementos religiosos como el velo islámico o la comida halal en las escuelas, bajo el argumento de la ‘diversidad cultural’. Este giro, lejos de ser un avance, representa un retroceso en los principios del laicismo y una contradicción en los valores de una izquierda que parece haber abandonado sus raíces en favor de un discurso posmoderno.
La conquista de la laicidad en los años 80 y 90
Tras la dictadura de Franco, en la que la Iglesia católica tuvo un papel central en la educación, los movimientos de izquierda, junto con sectores progresistas y laicos, impulsaron una reforma educativa para garantizar la neutralidad religiosa en las aulas. La Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE) de 1990 marcó un hito al relegar la asignatura de religión a un carácter optativo y no evaluable, además de promover la retirada de símbolos religiosos, como los crucifijos, de los espacios públicos, incluidas las escuelas.
Este proceso no estuvo exento de resistencias, pero fue un triunfo de la izquierda laica, que defendía un modelo educativo basado en la razón, la ciencia y la igualdad, sin imposiciones dogmáticas. Los sindicatos de docentes jugaron un papel crucial en esta lucha, promoviendo un sistema educativo que respetara la diversidad de creencias sin privilegiar ninguna. La retirada de sotanas de las aulas y la secularización de los contenidos educativos fueron pasos hacia una sociedad más plural y democrática, donde la escuela pública se concebía como un espacio de formación crítica, no de adoctrinamiento.
La paradoja actual: reintroducir elementos religiosos bajo el paraguas de la ‘diversidad cultural’
A pesar de estos avances, en los últimos años hemos asistido a un cambio de rumbo preocupante. En nombre de la diversidad cultural y el respeto a las minorías, se ha permitido la incorporación de elementos religiosos en las escuelas públicas, como el uso del velo islámico por parte de alumnas o la introducción de menús halal en los comedores escolares. Estas medidas, defendidas por sectores de la izquierda que antaño abogaban por un laicismo estricto, se justifican como una forma de inclusión y respeto a la identidad cultural de las comunidades inmigrantes.
Sin embargo, este enfoque supone una contradicción flagrante con los principios que guiaron la lucha por la laicidad en décadas pasadas. El velo islámico, como cualquier otro símbolo religioso, no es un simple elemento cultural, sino una expresión de una cosmovisión religiosa que, en muchos casos, está asociada a normas patriarcales y a la sumisión de las mujeres. Permitir su uso en las escuelas públicas, mientras se prohíben (acertadamente) otros símbolos como los crucifijos, evidencia una doble vara de medir que erosiona el principio de neutralidad religiosa. Del mismo modo, la introducción de comida halal en los comedores escolares implica adaptar un servicio público a preceptos religiosos específicos, algo que contraviene la idea de un espacio educativo libre de dogmas.
La izquierda posmoderna y el abandono del laicismo
Este giro en la izquierda española refleja una deriva hacia lo que muchos críticos denominan ‘posmodernidad’, un enfoque que prioriza la celebración de las diferencias culturales por encima de los principios universales de igualdad y laicidad. En lugar de defender un modelo educativo que fomente el pensamiento crítico y la emancipación individual, sectores de la izquierda han abrazado un relativismo cultural que justifica prácticas religiosas en nombre de la tolerancia. Este cambio supone una renuncia a los valores que históricamente definieron a la izquierda: la lucha contra la opresión, el cuestionamiento de las estructuras de poder y la defensa de un espacio público neutral.
La tolerancia hacia el velo o la comida halal no es un signo de progreso, sino un retroceso que debilita los cimientos de una educación laica. Al aceptar estas prácticas, se legitima la presencia de la religión en un ámbito que debería ser un bastión de la racionalidad y la igualdad. Además, se genera una paradoja: mientras se combate cualquier resquicio de influencia católica en las escuelas, se toleran manifestaciones de otras religiones, creando una percepción de incoherencia que alimenta el discurso de sectores conservadores.
La lucha por un sistema educativo laico en España fue un logro histórico que permitió construir una escuela pública más inclusiva y democrática. Sin embargo, la tolerancia hacia elementos religiosos como el velo o la comida halal, bajo el pretexto de la diversidad cultural, supone un retroceso que amenaza los principios de neutralidad e igualdad. La izquierda, que en su día lideró esta batalla, debe reflexionar sobre su deriva posmoderna y recuperar el laicismo como pilar fundamental de su proyecto político.
La escuela pública debe ser un espacio donde se priorice la formación de ciudadanos libres y críticos, no un lugar donde se perpetúen diferencias basadas en creencias religiosas. La verdadera diversidad no se logra cediendo ante los particularismos, sino promoviendo un marco común basado en la razón, la igualdad y la libertad de culto individual.





