El avance de las posiciones laicas y secularizadoras tanto en la Administración como entre las fuerzas políticas contrarias al sistema, las organizaciones de librepensamiento y en el movimiento obrero hicieron que los católicos pensasen en nuevas formas de organizarse, superando la etapa de los Congresos Católicos.
En ese contexto nacería en 1909 la Asociación Católica Nacional de Propagandistas con el fin de combatir el anticlericalismo, la secularización y el laicismo. Su impulsor fue el jesuita Ángel Ayala, con el apoyo de los Congregantes marianos de los Luises. La idea era promover la propaganda oral, pero muy pronto se fue consciente de la importancia de la difusión escrita. En ese contexto se puso en marcha el periódico El Debate, sostenido por la Editorial Católica, creada por la propia ACNP. El personaje clave de la Asociación y del periódico sería Ángel Herrera Oria, empeñándose en la causa de la enseñanza del catecismo, además del restablecimiento del orden social. A partir de los inicios de la década de los veinte se intentó organizar a la juventud católica cuando la ACNP comenzó a interesarse por el componente social. En 1925 se crearía la Juventud Católica, y en el año 1926 nació un Grupo de Democracia Cristiana.
Por su parte, en 1919 el cardenal Guisasola fundó la Acción Católica de la Mujer, mientras que, en 1924, el cardenal Reig, la Juventud Católica. Este mismo cardenal, dos años después, pondría las bases de la futura Acción Católica con la publicación de los Principios y bases de la reorganización de la Acción Católica española. Sería el cardenal Segura quien desarrollaría la organización, aunque al ser expulsado de España en los inicios de la Segunda República, la dirección de la misma pasaría a la Junta de Metropolitanos, que reformaría su organización.
Con la llegada del régimen franquista se reorganizaría de nuevo de mano del cardenal Gomá con un nuevo estatuto, que rigió hasta 1959. Acción Católica sería importante en ese momento cumbre del franquismo, pero también supuso el inicio inexorable de su decadencia. Acción Católica, en realidad, fue una organización que se adaptó a los tres períodos de su existencia. En su primera época se dedicó a defender a la Iglesia frente a cualquier intento laicista, especialmente en tiempos de la República. En el primer momento del franquismo se encuadraría en el nacionalcatolicismo, mientras que en la última etapa tendrá una mayor vinculación social y juvenil, más en línea con el Concilio Vaticano II.
Por su parte, en 1928 monseñor José María Escrivá de Balaguer fundaba en Madrid el Opus Dei, mientras que dos años después se ponía en marcha una sección femenina en la organización.
En el ámbito obrero el nuevo siglo traería la creación de sindicatos católicos, formados solamente por obreros. En el ámbito rural hay que destacar la Confederación Nacional Católico-Agraria, que reunió a varios cientos de miles de trabajadores. En el mundo industrial y urbano estarían los Sindicatos Confesionales, mayoritarios, y los Católicos-Libres, de los padres Gerard y Gafo, mucho más reivindicativos que los primeros, que se encontraban controlados por la patronal, como sería el caso de las iniciativas del marqués de Comillas. También estaría la Solidaridad de Trabajadores y los Independientes de Maximiliano Arboleya, un sacerdote y activista católico, y una de las figuras más destacadas del sindicalismo católico de los primeros decenios del siglo XX, propugnando un sindicalismo sin interferencias patronales, lo que le provocaría no pocas críticas de los sectores más integristas.
