Hay que defender el derecho a ofender porque proteger el derecho de las personas a decir cosas que yo considero ofensivas es precisamente lo que protege mi derecho a ofender. Esto, claro, salvo que el ofendido lo sea de forma obscenamente impostada
Lo venimos leyendo desde hace años en columnas, tribunas, debates y púlpitos: la libertad de expresión está en peligro porque por nuestra sociedad se pasea imperturbable la Santa Compaña de la Cultura de la Cancelación. Los culpables: los guerreros de la justicia social, los santurrones de la moral, los ofendiditos, los que exageran su vulnerabilidad. Como consecuencia de esta notable amenaza ya hace años surgió un género de intelectuales públicos cuyo principal -y a veces único- atractivo es su declarada voluntad de defender la libertad de expresión. La idea básica de su tesis es la siguiente: en los buenos tiempos –los pasados- la gente podía aceptar una broma o un comentario políticamente incorrecto, ya no. El statu quo se ha reducido a un grupo de flojos quejumbrosos.



