En estas elecciones europeas estamos debatiendo sobre las raíces cristianas de Europa y la idea de Dios como elemento constitutivo de la identidad europea.
La pretensión del Vaticano, apoyada por el PP, de incluir estas referencias en la Constitución que Aznar bloqueó significaría, en mi opinión, un importante cambio en un proyecto político que es intrínsecamente laico desde sus inicios y debe seguir siéndolo, con aún más fuertes razones, en el futuro.
Una Constitución debe regular las relaciones entre la sociedad civil y el poder político que de ella emana. Cierto es que la Constitución polaca proclama a Dios “fuente de verdad y de justicia”, los países escandinavos son oficialmente luteranos, los británicos confían en que Dios salve a la Reina y los americanos imprimen en sus billetes de banco un “in God we trust” que no hemos considerado necesario para nuestro euro.
Pero los tratados que han ido conformando la Unión no han incluido hasta ahora mención expresa a valores religiosos ni a herencias de ningún origen. Quizá porque todas contenían elementos que más valía olvidar y porque la historia de Europa está demasiado llena de conflictos religiosos.
Por el contrario, la UE es un conjunto de estados que se han vinculado entre sí a través de acuerdos y de instituciones perfectamente laicas. Era la única forma de construir un futuro compartido para comunidades de dominante católica, ortodoxa o protestante en una población que cuenta ya con 10 millones de musulmanes y donde sólo el 15% es regularmente practicante.
Es obvio que el espacio europeo tiene profundas raíces judeo-cristianas y que entre los valores y las pautas culturales comunes de los europeos muchos se deben al cristianismo. Pero otros muchos de esos valores se han construido contra la Iglesia o las Iglesias. Y, puestos a recordar herencias históricas, habría que recordarlas enteras, con sus guerras de religión, las matanzas de las Cruzadas, las noches de San Bartolomé y las hogueras de la Inquisición, Galileo y las evangelizaciones forzadas, los pogromos y la vista gorda con el fascismo.
En realidad, todos los valores que caracterizan la identidad europea son el resultado de combates, luchas y sufrimientos. Se han constituido desde el mundo greco-romano, la aportación judeo–cristiana, intensos contactos con la civilización árabe, los ideales de la Ilustración y de las luchas sociales que engendró la revolución industrial. Esos valores son los de la libertad, democracia, tolerancia, respeto a los derechos humanos, igualdad, especialmente entre géneros, separación del poder espiritual y el temporal, solidaridad, justicia y cohesión social, etc. Por otra parte, la cuestión de Dios y la herencia cristiana ya fue debatida por la Convención que elaboró la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, que la Convención propuso incluir en la futura Constitución con la fuerza jurídica vinculante que le faltó en Niza.
En ella se establecen la libertad de pensamiento y religión, el derecho a la educación según las convicciones religiosas de los padres, el respeto a la diversidad religiosa y se prohíbe toda discriminación por razones de convicción.
Por qué entonces se relanza el debate? Quizá porque en algunos países, Irlanda y Polonia por ejemplo, se siguen mezclando argumentos religiosos y políticos y se trata de asimilar la UE con la destrucción de su identidad católica o la imposición del aborto, divorcio o eutanasia. Quizá porque la democracia cristiana, gran ganadora política de la posguerra, concibió Europa como una simbiosis del cristianismo y el Derecho romano, y esa concepción, que era más fácil de mantener durante la guerra fría, se usa todavía como una defensa, real o mental, contra el incremento de la diversidad cultural y de los movimientos migratorios que son la consecuencia del éxito de la Europa unida.
Pero lo peor sería que la pretensión de constitucionalizar las raíces cristianas de Europa fuese un intento de marcar distancias con el mundo musulmán. Si finalmente Europa dijese no a la adhesión de Turquía, cualesquiera que fuesen las razones reales, todo el mundo, y sobre todo el mundo musulmán, vería en ello las consecuencias de la concepción de Europa como un club cristiano.
Y como no lo es, no debemos exponernos a definir sus límites a través de la dimensión religiosa, que sería la peor de las posibles para el papel de Europa en el mundo. Y no tratemos de confundir a la opinión con consideraciones carentes de lógica. El Sr. Mayor considera que los socialistas somos incoherentes porque nos negamos a reconocer explícitamente las raíces cristianas de Europa al tiempo que el Gobierno de Zapatero en pleno asiste a la boda religiosa del heredero de la Corona.
Pero qué tendrá que ver una cosa con la otra? Ciertamente somos muchos los que desearíamos una separación más efectiva entre la Iglesia y el Estado, pero el proclamado cristianismo del PP se compadece mal con el ningún caso que hicieron a la posición del Papa con respecto a la guerra de Iraq.
Dejemos pues a Dios en paz y asumamos la responsabilidad de Europa en un mundo tan sobrado de referencias religiosas como falto de respeto a los derechos humanos.