“Si la mente de los hombres se controlara con tanta facilidad como su lengua, todos los reyes estarían sentados tranquilamente en sus tronos… porque todos los súbditos modelarían su vida de acuerdo con las intenciones de sus gobernantes y considerarían una cosa verdadera o falsa, buena o mala, justa o injusta, en obediencia a los dictados de estos”, Spinoza
Cuando se quiere señalar un objetivo como central para justificar la conveniencia de una organización laica del Estado se suele indicar la defensa de la Libertad de Conciencia.
Resulta interesante, especialmente en estos momentos en que empiezan a aparecer sofisticadas herramientas tecnológicas, acordar qué entendemos como Libertad de Conciencia para poder identificar lo que necesitamos hacer para defenderla.
Vayamos por partes. Abordemos primero el concepto de Conciencia, y para ello demos un paso previo identificando algo que a veces se confunde con ella: la Consciencia.
Pueden resultarnos útiles las afirmaciones de Douglas Hofstadter: “El cerebro es el resultado evolutivo de un sistema capaz de representar el entorno de forma simbólica para poder optimizar la relación con él. El yo surge cuando el sistema es suficientemente complejo como para poder observarse como parte de ese entorno. Yo soy el símbolo más complejo de mi cerebro”. Es decir que empezamos a ser conscientes cuando empezamos a percibirnos como parte de ese mundo que observamos.
La Consciencia produce una gran revolución en nuestro cerebro. Muchas de nuestras acciones hacia el entorno comienzan a tener representación conceptual en él y se desarrolla de forma vertiginosa nuestra mente. Ya antes de ser conscientes nuestro cerebro controlaba muchas de nuestras acciones (tanto externas como internas). Así, además de gestionar nuestro ritmo respiratorio, nos guiaba para separar aquello que nos beneficiaba (alimento, refugio, etc.) de aquello que nos dañaba (predadores, peligros, etc.). Al pasar a ser conscientes nuestra mente construye, como herramienta de análisis, un inmenso árbol de conceptos entre los que se encuentran el Bien y el Mal. La interpretación de nuestro entorno y la valoración en términos de Bien y Mal de todas las conductas que nos envuelven desarrolla nuestra Conciencia, es decir, nuestro sentido crítico sobre las actuaciones que nos circundan (propias y ajenas). Luego la Conciencia es una herramienta del cerebro destinada a juzgar su entorno. Es una consecuencia de la Consciencia.
Ortega y Gasset gustaba clasificar los contenidos de nuestro cerebro en ideas y creencias. Afirmaba:
De las ideas -y conste que incluyo en ellas las verdades más rigorosas de la ciencia- podemos decir que las producimos, las sostenemos, las discutimos, las propagamos, combatimos en su pro y hasta somos capaces de morir por ellas.
Con las creencias propiamente no hacemos nada, sino que simplemente estamos en ellas. … la creencia es quien nos tiene y sostiene a nosotros.
Como animales sociales que somos en la construcción de nuestras ideas y especialmente en la de nuestras creencias tiene un papel preponderante ese gran molde conformador de cada individualidad para adecuarla a su comunidad: la Cultura dominante en la que crecemos.
En una formulación más acorde con la Psicología actual podríamos agrupar esas ideas y creencias organizándolas en dos ejes: el de las Razones (alrededor del cual se colocaría todo lo que puede ser formulado de una manera ordenada y justificada) y el de las Emociones que enhebraría, como parte de su amplio campo de acciones conductuales, todo aquello que sentimos que es así.
Puesto que asumimos que las razones pueden ser defendidas y contrastadas, la libertad de conciencia tiene una responsabilidad especial en proteger aquellos contenidos de soporte emocional, aquellos que sentimos que son así, que identificamos como partes fundamentales de nuestro ser así.
Kant, uno de los padres de la Ilustración, movimiento que revolucionó el pensamiento humano, afirmaba: ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón! Su impulso llevó a un predominio de los contenidos cerebrales razonadamente planteados y expuestos y por tanto verificables y generalizables, fortaleciendo el criterio de que sólo la Razón permitiría una estructuración correcta de los mismos. La gran obra de esta Razón es el desarrollo del conocimiento objetivo sobre las cosas, es decir, el desarrollo de la Ciencia como conjunto de explicaciones verificables de la realidad que nos circunda, soporte fundamental de la vida material de la sociedad actual.
Pero ese mismo impulso llevó a acentuar el menoscabo de las Emociones y, como consecuencia, de las conductas fundadas en los valores sentidos.
Desde finales del siglo XIX la concepción dominante en la formulación de las emociones se apoyaba en la teoría de James-Lange. Ambos de forma independiente proponían un modelo en el que la reacción fisiológica ante el estímulo era la que provocaba la emoción: “No lloro porque tengo pena, sino que tengo pena porque lloro”.
Es decir que existía una cadena causal:
percepción ► reacción corporal ► emoción
donde la relación percepción ► reacción corporal estaba anclada en estructuras cerebrales de control genético, y por tanto estables y generales (Daniel Goleman, psicólogo divulgador, identifica 6 emociones básicas comunes a toda la población: miedo, tristeza, ira, felicidad, sorpresa y aversión).
De alguna forma esta concepción centró el debate en este ámbito de la psicología y se convirtió en referencia estable contribuyendo a ahondar la brecha entre las razones (situadas en la parte más evolucionada del cerebro) y las emociones, al considerarlas ancladas en las zonas más primitivas y rígidas de nuestro cerebro.
Modernamente trabajos como los de Lisa Feldman Barret y su teoría de la emoción construida están contribuyendo a dar la vuelta a esa concepción clásica. Para ella: “Una emoción es una creación por parte del cerebro del significado que tienen nuestras sensaciones corporales en relación con lo que ocurre en el mundo que nos rodea”. Para ello modifica la cadena causal estableciendo:
percepción ► reacciones corporales ► elaboración cerebral ► emoción
lo que le permite introducir la intervención del sujeto (y con él la acción de la Cultura) en la respuesta emocional a través de la elaboración cerebral. Consecuentemente concluye que “Las emociones están construidas por nosotros”.
Para los seguidores de este planteamiento, como justifica extensamente Richard Firth-Godbehere, las emociones son un producto cultural y por lo tanto modificables por los mismos mecanismos que modifican las culturas.
Perdón por lo largo del camino justificador para llegar a una afirmación muy simple:
La Conciencia es una construcción generada en cada persona por su interacción con los mecanismos de la Cultura dominante en la que está inmersa. Luego de alguna forma es dependiente de esa Cultura.
Cuando nos planteemos identificar la libertad de esa conciencia tenemos que tener presente que nos referimos a una estructura variable. Conformada por la Cultura dominante, se mantiene en una interacción permanente con ella para modificarla.
Abordemos ahora el concepto de Libertad. Permítaseme evitar el precipicio de la discusión filosófica sobre el mismo acudiendo a Byung-Chul Han cuando dice: “La sensación de libertad se ubica en el tránsito de una forma de vida a otra, hasta que finalmente se muestra como una forma de coacción. Así, a la liberación sigue una nueva sumisión”. De acuerdo con él no nos vamos a fijar en la libertad sino en las liberaciones. No discutiremos sobre el final sino que situaremos el camino: luchar contra las coacciones.
Asumamos así que resulta práctico concretar el principio moral de libertad de conciencia en el objetivo operativo de luchar en todo momento para ayudar a liberar conciencias.
Aparece aquí un amplio y complejo (está lleno de matices) campo de acción para los que trabajamos por conseguir una organización laica del Estado: la lucha por alcanzar que nadie sea obligado a actuar en contra de su Conciencia.
Todos los planteamientos dogmáticos (donde se incluyen todas las religiones), todos aquellos que se sienten con el derecho a imponer a los demás sus formas de conciencia configuran un amplio y matizado espacio de trabajo para la consecución de este objetivo. Todos los totalitarismos dispuestos a imponer una forma definida de ver e interpretar la realidad aumentan este campo de acción ya de por sí amplio.
Pero hay más. En el momento actual en que empiezan a aparecer sofisticadas herramientas tecnológicas puede que el plano de la liberación de conciencias al que nos circunscribe Byung-Chul Han sea muy limitativo. En el mundo desarrollado es muy posible que nuestra conciencia vea recortada su libertad, se vea fuertemente condicionada, sin que experimentemos esa coacción como barrera limitadora.
No es una novedad. En el siglo -I de la era común Marco Terencio Barrón afirmaba:
“No son los dioses los que crearon el Estado, sino el Estado quien estableció a los dioses, cuya adoración resulta esencial para el orden del Estado y el comportamiento recto de los ciudadanos.”
Es decir, según Terencio Barrón la Religión nace para homogenizar las conductas cuando las agrupaciones humanas crecen de tamaño, y lo hace para condicionar las conciencias individuales buscando estructurar un determinado orden social. El fracaso de este proyecto de solución (las religiones se convierten en fundamentales armas de guerra) motiva la reflexión, en el siglo XVII, de Baruj Espinoza:
“Si la mente de los hombres se controlara con tanta facilidad como su lengua, todos los reyes estarían sentados tranquilamente en sus tronos… porque todos los súbditos modelarían su vida de acuerdo con las intenciones de sus gobernantes y considerarían una cosa verdadera o falsa, buena o mala, justa o injusta, en obediencia a los dictados de estos”
Analicemos el valor de esta reflexión en el momento presente a la luz de lo publicado por Susie Alegre:
“En 2014, Facebook publicó los resultados de un estudio titulado «Demostración experimental del contagio emocional masivo a través de las redes sociales». El estudio mostraba que Facebook podía alterar el estado emocional de los usuarios manipulando su muro de noticias. Analizaron algo menos de 700.000 usuarios en un experimento de dos semanas que monitorizaba cómo se sentían dependiendo de la disposición que se diera a su muro de noticias. Los investigadores manipularon los muros de esta muestra aleatoria y descubrieron que aquellos a los que se les mostraban elementos más negativos subían comentarios más negativos, y viceversa.”
Luego, ya en 2014 Facebook aseguraba tener la capacidad de incidir en las emociones de sus usuarios al margen del conocimiento de ellos. En los diez años transcurridos desde este estudio el poder de las herramientas silenciosamente controladoras de la libertad individual ha crecido exponencialmente. La tecnología utilizada para ese control ha avanzado de una forma explosiva. Y en los próximos años lo hará a velocidad creciente. La ventana para el control externo de las conciencias está abierta y crece velozmente.
Estos avances técnicos dan carta de verosimilitud al pesimista análisis de ShoShana Zuboff:
“El propósito actualmente no es dominar la naturaleza en general, sino la naturaleza humana. El foco de atención ha pasado de las máquinas que permiten vencer los límites de los cuerpos a las máquinas que modifican el comportamiento de individuos, grupos y poblaciones … La instalación global del poder … pretende ser un golpe incruento … en vez de a la violencia contra nuestros cuerpos … recurre más bien a la domesticación.”
Es indudable que el mundo ofrece una amplia variedad de casos y que todavía son muy abundantes las situaciones donde se intenta constreñir por la fuerza las conciencias individuales. Hay ahí un amplio campo de trabajo.
Pero parece que para este mundo que viene a alta velocidad es necesario que el Pensamiento Laico, para la defensa de la Libertad de Conciencia, abra nuevos frentes.
Luis Fernández González es presidente de Asturias Laica
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Autores y obras a las que corresponden las citas:
Ideas y Creencias. – José Ortega y Gasset
Qué es la Ilustración. – Inmanuel Kant
Inteligencia emocional. – Daniel Goleman
Teoría de James-Lange. – Citados por Richard Firth-Godbehere
La vida secreta del cerebro. – Lisa Feldman Barret
Homo emoticus. – Richard Firth-Godbehere
Psicopolítica. – Byung-Chul Han
Marco Terencio Barrón. – Citado por Jospeh Ratzinger en Fe, verdad y tolerancia
Tratado teológico-político, Prefacio.- Spinoza
Libertad de Pensamiento. – Susie Alegre
La era del capitalismo de la vigilancia. – Shoshana Zuboff