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La Cruzada para levantarle la pena de excomunión
Quince años le costó a Jaime I hacerse con el territorio dominado por los árabes y lograrlo para la causa cristiana. De ellos, especialmente cinco los últimos, y metido directamente en harina cinco meses
Alfonso V el Magnánimo pidió que se instalara la Inquisición o Santo Oficio en el nuevo Reino cristiano de Valencia, que ejerció de 1420 a1812
Jaime I: “e dreçamnos vers Orient, e ploram en nostres ulls, besant la terra per la gran mercé, que De u nos havia feyta”
El monarca aragonés Jaime I agradeció a Dios el gran favor que entendió le había hecho al conquistar la ciudad de Valencia y poder expulsar de ella a los valencianos de cultura y religión islámica, para entregarla a los cristianos de distintas regiones que le ayudaban en la campaña militar de conquista de las taifas árabes valentinas, territorio sobre el que fundó el reino cristiano de Valencia, ut regnum Valentie apellatur.
La mezquita mayor de la ciudad la convirtió de inmediato en la nueva catedral de la iglesia católica, donde celebraría un Te Deum en acción de gracias por el acontecimiento, que dedicó a la Asunción de Nuestra Señora, advocación por la que sentía especial predilección.
En la campaña le ayudaron los obispos de Segorbe, Albarracín, Zaragoza, Tarazona, Huesca, Vich, Gerona, Tortosa, Barcelona y Tarragona, que acudieron personalmente con sus respectivas tropas, aunque el que más destacó fue el arzobispo de Narbona, de la hoy Francia, quien vino con 600 soldados, y estaba considerado como un gran experto en las lides de la guerra, un profesional de cientos de batallas. Todos ellos acudían a obtener botines de guerra, posesiones de villas sobre todo, aunque oficialmente fue una Cruzada que bendijo el Papa Pío IX.
A la tercera fue la vencida, quince años le costó a Jaime I hacerse con el territorio dominado por los árabes y lograrlo para la causa cristiana. De ellos, especialmente cinco los últimos, y metido directamente en harina cinco meses.
En 1094, el Cid conquistó Valencia tras año y medio de asedio, estando en manos de los almorávides. En 1172, Alfonso II de Aragón intentó conquistar Valencia, cuando la tenían los almohades, logrando solo quedarse con La Roqueta. Y en 1210, lo volvió a intentar Pedro II El Católico, sin comerse un rosco.
Lo de Jaime I fue un paseo militar, no se calentó mucho los cascos. Se lo tomó con paciencia, no se alteró nunca, excepto el día que en el cerco de Valencia un moro le clavara una flecha en la frente, causándole herida que tardó cinco días en curar.
No tenía mucha tropa, iba reclutándolos por los pueblos entre los jóvenes más aventureros, generalmente de secano, del interior, muchos aragoneses. Y como era una campaña a la que le obligó la Iglesia en plan Cruzada, aprobada por el Papa Gregorio IX, se le unieron varios obispos con sus tropas. El más aguerrido el arzobispo de Narbona, que se atrevía a discutirle a Jaime I estrategias de guerra.
Concentró un primer grupo en El Puig, los dejó allí con un tío suyo, y se fue de permiso para casarse con Violante. Se entretenían estos con lo de Valencia haciendo escaramuzas, en una de las cuales, junto al Carraixet les dieron una buena zurra a los moros.
Más organizados y nutridos, les mandó marchar sobre Valencia. Caminaron por la marina, cerca del mar, junto al marjal, llegaron al Grao, saltaron el Turia, y acamparon en las hermosas huertas de Pinedo, Nazaret, y se extendieron en alfombra hasta Ruzafa, donde el monarca puso su tienda, el Real, en el hoy solar del convento franciscano de los Angeles. Unos humildes azulejos de la Agrupación de Fallas de Ruzafa recuerdan la gesta. Nadie más se ha acordado.
Allí por las noches, Jaime I se reunía con los embajadores de Zayyán, rey moro de Valencia, y chalaneaba, negociaba, intentaba el pacto o acuerdo de rendición, sin decir nada a nadie. Durante el día jugaba a la guerra, mareaba, asustaba, impresionaba, daba algún toque. La puerta de la Boatella –san Vicente con san Fernando- era la más apetecida y acosada, era la Puerta de Dios para los musulmanes, la más comercial, la más transitada.
La Armada de Túnez
En esto que llegan al Grao de Valencia las 13 galeras del rey de Túnez. El Cadí de Valencia era vasallo suyo y fue en su ayuda. Fondearon, pero no aportaron. No lo vieron claro. Si hubieran desembarcado, lo más probable es Jaime I no hubiera tomado Valencia. Tuvo suerte. Intentaron hacerlo en Peñíscola y llegar por tierra en Valencia, pero allí tampooc lo hicieron y se volvieron a Túnez.
El 28 de septiembre de 1238, en la Torre de Ruzafa el rey Zayyán firma la capitulación y entrega de la mayor parte de sus dominios a don Jaime. La Reina, por si acaso, supervisó el acuerdo. Duraron mucho las negociaciones porque el rey moro ponía serias condiciones, una de ellas que sus súbditos pudieran salir de la ciudad sin problemas y llevarse todo lo que pudieran. Jaime I prometió y cumplió con el enojo de sus tropas que se quedaron sin saquear casas y habitantes.
El 29 de septiembre, el monarca aragonés mandó al rey Zayyán que enarbolase en señal de rendición que enarbolase “su real estandarte” en la torre de Ali Bufat (el Temple), que era la más alta de la ciudad. Cumplió Zaén, se formó a la tropa en la explanada de la Almunia – jardín erigido por el emir andalusí Abd al-Aziz en el siglo XI – del rey moro (Viveros) y don Jaime al ver tremolar su bandera, descabalgó de su caballo blanco, y volviéndose hacia el Oriente, besando la tierra, y regándola con lagrimas de sus ojos, dio gracias a Dios por la merced que le hacía.
El mismo rey lo cuenta así: “Enviam a dir l Rei e Al Araziz Abnalmalet, per tal que sabessen los Chrestians que nostra era Valencia, e que ningún mal los faessen, que metessen nostra Senyera en aquella Torra, que ara es del Temple. E ells dixeren quels pleya e nos fom en la Rambla entre Reyal e la torra, e descavalcam, e dreçamnos vers Orient, e ploram en nostres ulls, besant la terra per la gran mercé, que De unos havia feyta”.
En este preciso momento, aparece una nueva insignia real en la punta de su estandarte, de plata bien labrada. Era un murciélago. El rey se identificaba con este animal, rat penat, ratón volador, que vuela de noche, manos de garfios, de aspecto horrible. El rey se movía de noche en las negociaciones sin que nadie se enterase, constante y sagaz. .
Tres días ondeó el estandarte sobre la torre y abandonaron la ciudad 50.000 personas. Cinco días fue el plazo para que dejasen la ciudad sus ocupantes. Este tiempo lo aprovechó el rey vencedor para irse a Ruzafa a descansar y prepararse para la entrada triunfal en la ciudad desierta de moros y repleta de cristianos.
Varios obispos con sus tropas ayudaron a Jaime I a conquistar el Reino moro de Valencia
Jaime I conquistó las taifas o reinos moros de Valencia como una Cruzada a lo que le obligó la Iglesia como penitencia o condición para levantarle una pena de excomunión que pesaba sobre el monarca aragonés al haber detenido y encarcelado en 1236 a un obispo electo por el Cabildo para la sede de Zaragoza, Bernardo de Monteagudo, que no le gustaba, pues pretendía colocar allí a un amigo suyo.
En la campaña le acompañaron además de nobles aragoneses, catalanes, navarros y franceses, varios obispos con sus tropas, que participaron de lleno las acciones militares, y a quienes les correspondió el consiguiente reparto del botín de la conquista.
Esos obispos fueron los de Zaragoza, Huesca, Albarracín, Tarragona, Barcelona, Gerona, Lérida y Tortosa, aunque el que más destacó en su pericia bélica fue el arzobispo de Nantes, de la Hoy Francia, Pedro Aymillo, quien incluso discutía tácticas de guerra con Jaime I en determinados momentos.
Valencia recuerda en los últimos días de septiembre y primeros de octubre la gesta del monarca que fundó el Reino cristiano de Valencia con especiales fiestas y un Te Deum en la catedral de Valencia, asentada sobre lo que fue la Mezquita Mayor de la urbe en tiempos de la dominación musulmana.
Jaime I jugó durante semanas –la cercó de abril a septiembre de 1238- a ganar tiempo para asaltar y conquistar la ciudad. Esperaba refuerzos de Aragón y el rey moro Zayyén que desembarcara en el Grao la Armada del rey de Túnez –del cual era vasallo el Cadí de Valencia- enviada en su ayuda contra los cristianos, la cual no se atrevió a aportar en Valencia y marchó a Peñíscola, para desde allí marchar sobre Valencia. Les fue frustrado el proyecto, pues las tropas cristianas acantonadas y alertadas en el lugar los afrentaron. Si las tropas del rey de Túnez hubieran desembarcado, probablemente Jaime I no hubiera podido tomar Valencia.
Firma de la rendición
Ambos monarcas se pusieron a negociar a mediados de septiembre viendo la situación del asedio estancada. Hicieron unas bases secretas del pacto entre ambos. El aragonés buscaba la discreción, pues los nobles que le acompañaban querían entrar a saco en la ciudad, sin contemplaciones, ni negociaciones. Una embajada mora salió de la ciudad y se dirigió solemnemente a la tienda del rey cristiano a firmar las capitulaciones, surgieron cuestiones de última hora, Jaime I atornilló más el acuerdo y los muslimes regresaron a la ciudad sin nada. Tres días después volvieron y firmaron el pacto en un edificio existente en el hoy solar del Convento de los Ángeles de Russafa.
La Reina, esposa de Jaime I, estuvo presente en las negociaciones. Una de las condiciones que puso Ben Zayen es que “els sarrains e les sarraynes” pudieran salir de la ciudad con todas sus pertenencias, sin ser molestados ni registrados, y circular libremente hacia “Cuylera”, territorio aún musulmán. A lo cual accedió el rey, una vez consultada la Reina, que en este asunto tuvo un papel fundamental. Perfiladas las bases, Zayén siguió en su estrategia de ganar tiempo, pidió un plazo de diez días , para salir, a lo que el cristiano se negó, y sólo accedió a concederle un plazo de cinco días.
El 26 de septiembre, Zayyán Ibn Mardanish ordenó izar el Senyal Reial de Jaime I en la torre del Temple, “per tal que sabessen los christians que nostra era Valencia”. La crónica real del monarca aragonés todos los historiadores que la siguen muy complacidos hablan del gran favor que se hizo a los muslimes dejándoles salir libremente de la ciudad, salvos y seguros, con sus enseres, ropas y hasta muebles, cuando en realidad se les estaba expulsando forzadamente y arrebatándoles todas sus propiedades. Les garantizó una tregua de siete años de no agresión, que no cumplió.
El Tirano
Aunque la entrada oficial y solemne, gloriosa, de Jaime I consta que la hizo el 9 de octubre, parece que inmediatamente se firmó el pacto, penetró en la urbe y la recorrió, fijándose en los lugares de mayor interés para repartir el botín entre los nobles y obispos que le acompañaban con sus respectivas tropas. Las crónicas de los perdedores cuando relatan la personalidad de Jaime I le apodan El Tirano.
Jaime I permaneció en la recién reconquistada Valencia hasta el mes de marzo de 1239, después se dedicó a ir sofocando guerras de guerrillas que por todos sus territorios planteaban los moros y a apoderarse de castillos estratégicos que aún restaban en sus manos como el de Bairén, Xàtiva o Biar. También hubo de sofocar levantamientos de los sarracenos que se habían quedado a vivir en las morerías de los pueblos de las distintas comarcas, especialmente en las sierras como la de Aitana o Espadán, éstos apoyados por tropas musulmanas venidas del sur peninsular o norte de África.
Prometido ‘ante altare’
No cejaron en su empeño los muslimes de recuperar lo que se les había arrebatado y esperaron el envejecimiento, enfermedad y muerte de Jaime I en Alzira. El monarca antes de fallecer encareció a su hijo, el Infante don Pedro, vistas las circunstancias, que expulsara -“ ejiciat Sarracenos de regno Valencia”- a todos los muslimes del nuevo reino valenciano que había fundado con Fueros especiales. Contaba para ello de Bula papal y le recordaba que él mismo lo había prometido “ante altare nostrae Dominae Sanctae Mariae Valentiae et pro eo etiam quia summus Pontifiex nobis dictam concessit ratione praedicta”.
Los moriscos que no abandonaran su religión y se convirtieran al cristianismo serían expusados. Para los otros, su adoctrinamiento fue encargada a los Dominicos buenos conocedores de la lengua arábiga. En los conventos de Valencia y Xàtiva tenían estos frailes cátedras de arábigo, al igual que de hebreo, a los que también se propusieron convertir, y había que hacerse entender en sus respectivas lenguas.
Alfonso V y la Inquisición
Alfonso V el Magnánimo fue partidario de sofocar los focos insurrectos religiosos, especialmente los procedentes del islamismo. Para ello pidió al Papa Martino estableciera en Valencia la Inquisición y en 1420 fue nombrado Andrés Ros primer Inquisidor de Valencia.
La Inquisición o Santo Oficio fue creado para controlar a judíos y musulmanes, principalmente, dado que se resistieron a convertirse y a hacerse cristianos Los judíos optaron por exiliarse forzosamente y repartirse por el mundo en comunidades conocidas como sefardíes. Los musulmanes, valencianos de religión islámica, descendientes de aquellos que fueron derrotados por Jaime I, fueron expulsados del país, muchos de ellos acabaron en Túnez, donde hoy día hay una comarca donde a sus habitantes se les llama los valencianos en la lengua arábiga.
El 9 de marzo de 1820 Fernando VII fue obligado a restablecer la Constitución de 1812 y a abolir la Inquisición. En Valencia al día siguiente hubo revuelta y amotinamiento popular. ya que era incompatible con las disposiciones constitucionales. Fue asaltado el palacio del Tribunal de la Inquisición, hoy desaparecido y liberados los prisioneros que tenía.