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Activistas de Hijabeuses durante un viaje a Valencia para competir en una carrera de 10 km. / Instagram (@leshijabeuses)

Francesas sin hiyab en los Juegos Olímpicos · por Ángeles Ramírez

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La prohibición del pañuelo para las atletas es una más de las leyes islamófobas que lleva promulgando Francia desde hace 20 años

Si Mashael Alayed, la jovencísima nadadora del equipo saudí que compite en París, hubiera sido obligada a nadar los 200 con un niqab, y además denunciara a su país por obligarla a vestir de un modo que la incomodaba, seguramente habría recibido un gran apoyo fuera y dentro del mundo del deporte; o si la taekwondista iraní Nahid Kiani se hubiera quejado de que su hiyab, obligatorio en su país para las mujeres, le molestaba y le impedía competir, sin duda se hubieran levantado voces que exigirían democratizar el deporte y rescatar a las deportistas de los autoritarismos del Estado sobre su cuerpo. Estas hipotéticas situaciones reforzarían la imagen de estos países como Estados autoritarios y fuertemente patriarcales. En cambio, cuando la ministra francesa de deportes, Amélie Oudéa-Castéra, anunció ya en septiembre de 2023 la prohibición de que las atletas francesas compitieran con su hiyab, nada pareció empañar la imagen de un Estado que presentaría después los Juegos Olímpicos de París como los de la igualdad. Ante esta normativa, el Comité Olímpico Internacional se ha puesto de perfil, señalando que las atletas –excepto las francesas– sí podrían competir con pañuelo. Y a pesar de la posición de Naciones Unidas o de Human Rights Watch, Francia no ha modificado un ápice la prohibición, dejando fuera de juego a las deportistas con hiyab y, para el caso de la velocista francesa Sounkamba Sylla, recuperando soluciones absurdas, como sustituir el hiyab por una gorra. Se podría preguntar el porqué de semejante empeño, que expone a Francia delante de los otros países y que la interpela frente los organismos internacionales.

La explicación de la resistencia a modificar la prohibición es que la norma no supone solo un requisito para representar a Francia en los Juegos Olímpicos ni es un hecho aislado, sino que constituye un aspecto más de las restricciones de derechos que pesan como una losa sobre las mujeres musulmanas y que se han convertido en puntos clave de la política doméstica francesa. Los últimos 20 años están siendo muy difíciles para las musulmanas –y también los musulmanes– en esa Francia de las libertades. En la línea cronológica de la islamofobia en el país, el primer hito es el año 2004, fecha de la promulgación de la “ley del pañuelo”, que prohíbe los signos religiosos en la escuela pública, pero que va dirigida contra el hiyab; en 2010 se prohíbe el niqab en el espacio público, y en 2016, el bañador de cuerpo entero –llamado burkini– en un puñado de playas en Francia, interdicción que termina extendiéndose a las piscinas. Lo último ha sido, en septiembre pasado, la prohibición de la abaya en las escuelas públicas y ahora, la del hiyab de las atletas francesas en los Juegos Olímpicos de París.

Los últimos 20 años están siendo muy difíciles para las musulmanas en esa Francia de las libertades

En el medio, se han sucedido toda una batería de leyes, normas u órdenes ministeriales conteniendo restricciones diversas a la presencia de musulmanas y musulmanes en los espacios públicos y también asociativos. Se han retirado subvenciones a escuelas musulmanas, en flagrante agravio comparativo con las católicas; se está intentando prohibir también el hiyab en la enseñanza superior y en las empresas privadas; se han cerrado asociaciones que luchaban contra la islamofobia; se han ilegalizado manifestaciones que reclamaban derechos para las musulmanas, etc. Después de la ley del pañuelo de 2004, el hito jurídico más importante es la ley contra el separatismo, de 2021, que le ha proporcionado un marco al racismo antimusulmán, al mismo tiempo que ha ido componiendo un proyecto autoritario que muestra la importancia de la islamofobia en el acopio del arsenal político para aplastar la disidencia en general.

La persecución contra las musulmanas en el deporte francés tiene características específicas, que Amnistía Internacional ha reseñado en un exhaustivo informe publicado recientemente y que ha sido una base importante para la escritura de este artículo. En el trabajo, se muestran las tragedias cotidianas de las deportistas francesas que llevan hiyab y que son vetadas en su práctica deportiva, cuando no humilladas para que se desembaracen del pañuelo o de la manga larga en los partidos. En Francia no hay una ley como tal que prohíba el hiyab en el deporte, pero sí un proyecto en curso, liderado por senadores del partido derechista de Les Républicains. Lo que sí existe a día de hoy es un sencillo procedimiento que permite la denuncia del porte de signos religiosos en el espacio deportivo. En el mismo párrafo donde se habla de su prohibición para proteger los valores de la República, hay menciones al orden público, las leyes o los principios básicos de higiene. En lo que se refiere a la práctica de deportes concretos, mientras que tanto la FIFA como la FIBA han permitido en 2014 y en 2017 el porte del pañuelo para sus federadas, la Federación Francesa de Fútbol (FFF) reformó sus propios estatutos en 2006 para prohibir el hiyab a sus jugadoras. Una asociación de mujeres futbolistas, las Hijabeuses (hiyaberas), reclamó contra esta prohibición ante el Consejo de Estado en junio de 2023, y este le dio la razón a la FFF, calificándola de legítima, adaptada y proporcionada. El argumento completo del Consejo de Estado es que la manifestación de las convicciones, incluidas las religiosas, podría llevar a la confrontación. Para la abogada de Hijabeuses, esto es gravísimo, puesto que esa idea podría ser la base para prohibir el hiyab en todos los espacios. Lo cierto es que este puñado de futbolistas ni siquiera tuvieron derecho a manifestarse delante del Parlamento, conculcándose sus derechos civiles básicos. Finalmente, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha aceptado su denuncia. Por su parte, la federación francesa de baloncesto aplicó sus propias restricciones sobre las jugadoras con hiyab, que también tienen prohibido participar en partidos, no solo si representan a la selección, sino en general. Esto además lleva a humillaciones para las chicas, a las que amonestan en público para que se desvistan (de sus mangas largas y su hiyab) o que son interpeladas por el árbitro diciendo que no pueden jugar porque llevan puesto algo ilegal, prohibido, tal y como relata el informe antes mencionado de AI. Basket pour toutes consiguió la firma de 69 clubes de baloncesto en contra de la prohibición de jugar con hiyab, solicitando su anulación a la Federación. Pero la carta nunca terminó su recorrido. La presidenta regional anunció que cortaría la financiación a los clubes, por su preocupación acerca de la desestabilización islamista y atentado contra la laicidad, que así interpretaba la demanda. Igualmente, la Federación Francesa de Voleibol comenzará a aplicar la prohibición del pañuelo en septiembre de 2024, aunque según algunas jugadoras ya lo está haciendo hace tiempo.

Aunque Francia no es el único caso en que se utiliza la restricción de derechos a un colectivo –léase persecución de la población musulmana– dentro de un plan más amplio que prevé reforzar el control contra la disidencia política, es uno de los países donde esto se ha sistematizado por medio de una ley y de pequeñas normativas reguladoras. Desde la puesta en funcionamiento de la ley contra el separatismo, se han disuelto asociaciones por atentado al orden público o a los principios republicanos. Es decir, se usa el miedo al islam para eliminar la disidencia política y reforzar la securitización y el control. Por ejemplo, esta ley, que sirvió para ilegalizar el Colectivo Contra la Islamofobia (CCIF), también ha servido para presionar al movimiento ecosocial Les soulevements de la Terre hasta ilegalizarlo, proceso que frenó el Consejo de Estado.

En Francia, el deporte se ha convertido en los últimos años en un espacio de islamofobia

El deporte es fundamental para las chicas y mujeres adultas, especialmente si forman parte de minorías y grupos desfavorecidos. Es un modo de participar socialmente, de hacer redes y de construir ciudadanía. Pero en Francia se convierte en un espacio de violencia. El propio informe anual del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas (2020) sobre la intersección de la discriminación racial y de género, también reconoce explícitamente las dificultades de niñas y mujeres para poder practicar deporte, competitivo y no competitivo, especialmente cuando se trata de minorías étnicas, religiosas, inmigrantes o, sencillamente, con pocos recursos. En Francia, el deporte se ha convertido en los últimos años en un espacio de islamofobia. Constituye otro de los ámbitos de la vida social de la ley del pañuelo: elaborada para supuestamente regular el porte de signos religiosos en las escuelas públicas francesas, termina extendiéndose a otros ámbitos y, como un Odín renovado, adopta múltiples formas, pero siempre es tuerto. El objetivo continúa siendo el mismo aquí: excluir y arrinconar a la población musulmana, construyendo un sistema racista interseccional que se apoya con fuerza en el cuerpo de las mujeres. Porque lo cierto es que no existe ninguna restricción por el momento a la religiosidad musulmana cuando es mostrada por los hombres, de modo que estamos hablando de islamofobia dirigida hacia las mujeres –por más que afecte a toda la comunidad– y encarnada en sus cuerpos.

En definitiva, la prohibición de la participación de las deportistas francesas con hiyab en los Juegos ha mostrado –una vez más– la verdadera cara de las políticas francesas de la gestión de la diversidad –léase políticas racistas–, conformadas en la colonización y deudoras de sus ideologías. Eso explica que algunas deportistas francesas de élite, como Diaba Konaté, terminen radicándose en Estados Unidos ante la imposibilidad de representar a su país, o lo más importante, que tantas y tantos franceses de origen musulmán dejen Francia o estén pensando en hacerlo, como muestran investigaciones recientes. En los últimos años, estas políticas han sido implementadas no por la extrema derecha, sino por el macronismo. Pronto se verá si el nuevo proyecto francés de izquierdas será capaz de hacerse un sitio en la lucha contra la islamofobia de Estado, reparando, aunque solo sea parcialmente, la violencia infligida durante décadas a los musulmanes y, sobre todo, a las musulmanas.

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