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Los ataques de la Iglesia española a la Educación Publica durante la II República

La retirada del crucifijo fue la que en mayor medida contribuyó a crear un clima de desafección contra la República entre las masas católicas.

Dentro del conjunto de cambios legislativos producidos en materia religiosa durante la Segunda República cuatro medidas habían mermado severamente los tradicionales privilegios e intereses educativos de la Iglesia Católica: la retirada del crucifijo y símbolos religiosos de la escuela, la desaparición de la clase de religión obligatoria, la disolución de los jesuitas y la prohibición del ejercicio docente a las órdenes religiosas. La Ley que prohibía la docencia a las órdenes no perjudico los intereses económicos de la Iglesia. La propiedad de los colegios de las órdenes fue transferida a asociaciones seglares de católicos. Gil Robles y Martínez de Velasco se pusieron al frente de estas empresas que controlaban las antiguas escuelas religiosas. Frailes, curas y monjas, impartían la docencia “laica” a cambio de salarios de miseria y las familias de las clases altas seguían pagando elevadas matriculas y mensualidades. ¡la prohición de la docencia a las ordenes religiosas hizo que la actividad docente se convirtiese para la Iglesia en una fuente de ingreso más provechosa que antes de la prohibición. Pero con esta pérdida del control sobre la educación, el protagonismo de la religión se redujo notablemente y la Iglesia católica corría el riesgo de ser desplazada del centro sagrado de la cultura española.

De entre estas medidas, la retirada del crucifijo fue la que en mayor medida contribuyó a crear un clima de desafección contra la República entre las masas católicas. La Orden de 12 de enero de 1932 que determinaba la existencia una escuela laica fue objeto de una intensa controversia política y social. Diversos actos de protesta e intentos de resistencia a la retirada tuvieron lugar durante el mes de enero en todo el país.

El 20 de enero, en la localidad cacereña de Serranilla, ante el ayuntamiento se congregó una manifestación de 800 personas. El alcalde invitó a los manifestantes a que se disolvieran, pero se negaron a ello y en contra de la voluntad de los maestros, penetraron en el edificio escolar y colocaron los crucifijos. En la localidad conquense de Huete los padres se negaron a que sus hijos acudieran a clase. La provincia donde tuvieron lugar más actos de protesta fue en la muy católica Palencia. En Villalcazar de Sirga, el vecindario dirigió un escrito al gobernador protestando por la retirada, amenazando no mandar los niños a la escuela hasta que fuese repuesta la cruz. En el texto se decía que mientras: “no se haga así no enviarían a sus hijos a la escuela sin Dios, que convertirá sus corazones de hermanos, en corazones de fieras”. En otros pueblos de la provincia se organizaron actos de protestas ante los ayuntamientos y los maestros fueron obligados a colocar el crucifijo y el resto de las imágenes religiosas dando vivas a la religión y a la escuela católica.

Las asociaciones seglares y los medios de comunicación; Acción Española, la Federación de Estudiantes Católicos, los sindicatos católico- agrarios, las agrupaciones padres de familia, la Asociación Nacional de Propagandistas Católicos; se organizaron mediante cientos de redes locales repartidas por todo el país, en una movilización dirigida por el clero parroquial y los obispos contra la retirada de los crucifijos: acosando maestros, convocando manifestaciones y concentraciones, sabotajes de clases y asaltos a las casas consistoriales en las que se custodiaban los crucifijos retirados.

En enero de ese año una pastoral prohibía a los fieles que “llevasen a sus hijos a la escuela pública descristianizada. Surgieron asociaciones de nombre tan significativo como Los Cruzados de la Enseñanza. Enrique Herrera Oria, el dirigente de la Federación de Amigos de la Enseñanza, hablaba de una Guerra contra la Religión librada por la Iglesia contra el judaísmo, la masonería, el socialismo, el comunismo y la Institución Libre de Enseñanza. Para Ángel Herrera Oria, su hermano y cofundador, junto con el padre Ángel Ayala, de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, la Iglesia y los propagandistas de la fe católica debían librar una Guerra Escolar contra el laicismo y la descristianización de la sociedad. La campaña contra la escuela laica se recrudeció dos años más tarde, en 1934, con motivo de la revolución de Asturias. Luis Ortiz Muñoz, sostenía en El Debate, periódico afín a las tesis vaticanistas, que los maestros no solamente habían instigado desde las aulas la revolución; también habían participado en ella y en consecuencia debían ser expulsados del magisterio. Las escuelas asturianas, según afirmaba con contundencia el periodista, se habían transformado en “centros revolucionarios.” En el editorial del 11 de septiembre de 1935 del ABC, titulado “Francamente insoportable”, el periódico monárquico reclamaba una urgente depuración por parte del gobierno y avisaba de una infiltración masiva de comunistas y socialistas en las filas del magisterio para “realizar una labor encaminada a quebrantar los fundamentos del estado e inculcar a los niños el odio de clase, el relajamiento moral más repugnante y las teorías más opuestas al orden social”. La mayor parte del cuerpo de inspectores, según el periódico, estaba formado por comunistas.

La Iglesia gallega no se quedó al margen de este empeño e inició una campaña de movilización seglar contra las medidas de la política religiosa republicana. El arzobispo de Santiago, el dominico Zacarías Martínez, instituyó la “Cruzada de Amor a Cristo Crucificado”, animando a la exhibición pública de crucifijos para “contrarrestar por este medio la propaganda impía de los que pretenden hacer desaparecer de nuestra amada Patria su sagrada efigie.” La predicación pastoral del obispo de Tuy insistía en la misma estrategia. El obispo recomendaba la realización de funciones de desagravio en las iglesias proponiendo que desde las parroquias se iniciaran actos de propaganda para que los niños acudieran a la escuela con un crucifijo colocado en el pecho, en actitud desafiante. El laicismo en la escuela fue calificado por el prelado tudense como “peor mil veces que la plaga de la langosta.” En la localidad de Maceda, el 25 de enero de 1932, 300 mujeres, después de congregarse en la plaza principal situada frente a la Iglesia, se dirigieron al ayuntamiento exigiendo que los crucifijos fueran exhibidos en todas las escuelas de la localidad. La misma actitud mostraron mujeres de la parroquia viguesa de Freijeiro en 1932, cuando dirigieron una instancia al alcalde pidiendo que en las escuelas:” vuelva de nuevo a ocupar el lugar que tenía la edificadora imagen del Crucifijo y en consecuencia a nuestros hijos se les enseñe los rudimentos de la doctrina cristiana. Actos similares tuvieron lugar en Cuntis, donde se celebró una manifestación contra la enseñanza laica en la que participaron casi todas las mujeres del pueblo.

La Iglesia Española no solamente instigó desde el pulpito y la prensa estos actos de resistencia, sino que canalizó con astucia política las visiones y apariciones marianas que tuvieron lugar durante el verano de 1931 en el País Vasco. Un hecho al que hasta ahora no se le ha dado la importancia debida. A finales de junio de 1931, tras los
episodios de violencia anticlerical del mes de mayo que desembocaron en la quema de conventos e iglesias en algunas de las principales ciudades españolas, la Virgen, portadora de un mensaje divino anti ateo, se apareció a dos niños en el monte de Ezkioga, en las montañas de Guipúzcoa. El contagio visionario pronto se extendió por otros puntos de la geografía española y las apariciones se repitieron en diversas localidades del País Vasco, Toledo y Guadalajara, alcanzando su máxima intensidad en octubre de 1931, coincidiendo con el momento en el que en el parlamento se estaban produciendo los debates constitucionales sobre la separación Iglesia Estado. En 1931 las apariciones marianas se repiten en 17 diócesis españolas. Con anterioridad a los sucesos de Ezkioga, el 4 de junio, en la localidad nafarroense de Mendigorria, se había producido otra aparición. La visión sobrenatural fue interpretada por el diario carlista, El Pensamiento Navarro, como una señal divina de rechazo a la república.

Las apariciones reaparecieron durante los primeros meses de 1932, coincidiendo con el momento en el que la llamada por la prensa de la época, “guerra de los crucifijos”, estaba en pleno vigor. Las visiones se volvieron “excesivas en número” y pronto se convirtieron en una molestia para la Iglesia partidaria de atemperar sus tensas relaciones con la República. El Obispo de Vitoria, Mateo Mujica, en septiembre de 1933, publicó en la prensa diocesana una circular negando su contenido sobrenatural. En junio de 1934, el Santo Oficio de Roma, asustado por la dimensión que estaba tomando el fenómeno de las apariciones, las declaró no sobrenaturales. La iglesia avanzaba y retrocedía, según los particulares intereses políticos de cada momento, en la dirección indirecta de una macro campaña de varios brazos en la que intervenían la práctica totalidad de su completa y estructura asociativa – seglar o no- combinando sus acciones y distribuyéndola según el calendario electoral y sus resultados. Pero de esta última cuestión trataremos con más detalle en posteriores ocasiones.

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