Una de las primeras manifestaciones documentadas de las relaciones que debían existir entre la Iglesia y el Estado, fue la doctrina del dualismo gelasiano. Esta doctrina tiene su origen en las cartas del papa Gelasio I a Anastasio, en las que manifestaba la existencia paralela del poder secular y el poder eclesiástico, teniendo autoridad cada uno en su propia esfera. (…)
Conclusión
Concluyendo esta sección, se puede decir que la relación entre la Iglesia y el Estado ha sido abordada por pensadores cristianos desde la época en que el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio romano. El gelasianismo sostiene la independencia de la Iglesia para los asuntos relativos a la fe, y remarca que la autoridad temporal debe, en última instancia, someterse a la autoridad eclesiástica. Esta visión permitió el dominio de la Iglesia sobre el poder civil, lo que derivó en el uso de la fuerza pública para desterrar todo pensamiento disidente que debilitaría el poder de la jerarquía eclesiástica. Por otro lado, el cesaropapismo sostiene que el emperador tiene autoridad divina para la salvación de sus súbditos, por lo que justifica que el poder civil interfiera en los asuntos eclesiásticos. Un derivado de ambas posturas es la de Agustín de Hipona, quien afirma que cada entidad tiene su razón de ser y ambas son complementarias en el gran plan de Dios.
La posición adventista es la de no ser partidaria de alguna forma de acción concertada entre el poder civil y el poder religioso cuando se trata de establecer leyes que atentan contra la libertad de conciencia. Aunque la Iglesia adventista reconoce que el poder civil es necesario para la coexistencia pacífica de los individuos, sus límites están dados por los asuntos relativos a la conciencia individual, que tienen que ver sustancialmente con asuntos religiosos y de fe. Allí se encuentra el límite de la acción del Estado, en lo relativo a la conciencia individual.