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La subida a los altares de Carlo Acutis, un joven cristiano fallecido con 15 años, es el último ejemplo de un fenómeno que mueve millones en la Iglesia. La presencia de santos en un territorio impulsa el turismo religioso.
El día de la beatificación de Carlo Acutis instalaron pantallas gigantes por las calles de Asís, pusieron cámaras frente a su tumba y a la ceremonia acudieron miembros de la plana mayor del Vaticano. Era octubre de 2020, en plena pandemia y con muchas restricciones todavía para viajar. Decenas de miles de personas tuvieron que conformarse con ver el cuerpo intacto del beato Acutis por internet, algo que todavía se puede hacer, pues una página de Youtube retransmite 24 horas en directo las imágenes de la urna funeraria.
“Su vida es un modelo para los jóvenes, para encontrar motivaciones no sólo en los éxitos efímeros, sino en los valores perennes que Jesús sugiere en el Evangelio”, pronunció entonces el cardenal italiano Agostino Vallini en la misa de beatificación, celebrada en la basílica de San Francisco de Asís. El mismo templo en el que supuestamente se encuentra el osario del santo paradigma de los votos de pobreza y que da nombre al actual Papa.
A pocos metros de la cripta dedicada al eremita fundador de la Orden Franciscana trasladaron una tumba moderna con un cristal transparente, tras el cual se podían ver los restos mortales en perfecto estado de un joven en vaqueros, sudadera y zapatillas deportivas Nike. Comenzó a expandirse el bulo de que habían encontrado el cuerpo incorrupto, aunque el titular de la diócesis competente aclaró que el cadáver simplemente estaba “íntegro” y que buena parte de su buen aspecto se debía a “la reconstrucción de la cara con una máscara de silicona”.