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«Hablar de persecución hoy, aquí, hablar de martirio, hoy, aquí, es insultar la memoria de todos los mártires de la Iglesia»
Son pocos, muy pocos, pero se citan los unos a los otros (y a sí mismos), con la nostalgia de un Dios, Patria, Rey (o Franco, o Yunque, depende del caso) que afortunadamente no tiene nada que ver con el Jesús de los Evangelios. Aunque ellos crean a pies juntillas que Cristo era un tradicionalista por vocación
Los falsos mártires que, con sus lágrimas secas, insultan la memoria de los auténticos mártires, los que sí se dejan la vida por el Evangelio. Los que trabajan cada día, sin desaliento (o con el desaliento esperanzado de quienes saben que la vida es injusta, pero que esa no es razón para no luchar por la justicia), y en ocasiones mueren, o son asesinados, por los poderosos que (oh, curiosamente) jalean (y financian) buena parte de los proyectos de estos fariseos de medio pelo del siglo XXI
«Algunos van a llegar al Coliseo sin lágrimas que derramar, secos de llorar por cosas menores». He leído esta frase en un comentario de los muchos que pululan por la red a diario. Y, automáticamente, me ha dado por pensar en los ‘falsos’ mártires, que ven persecuciones en todas partes, que confunden el sol con el dedo que lo señala y que, en nuestro ámbito, no ven más iglesia (con minúscula) que la suya.
Personajes que pregonan por las esquinas que son vetados, que se les obliga a abandonar las redes sociales, que se les impone un supuesto silencio, cuando llevan años viviendo (en la más amplia acepción del término) del insulto, la cacería y el señalamiento. Algunos, con nombres y apellidos (encantados de haberse conocido, y de que otros les reconozcan). Otros, desde el anonimato más oscuro. Aunque todos sepamos quiénes son.
Falsos mártires de una falsa persecución, miembros de una falsa iglesia. Sepulcros blanqueados, víctimas del ego y de la construcción de una realidad paralela, que nada (o muy poco) tiene que ver con la del mundo real. Tal vez por ello se lanzan a las redes sociales, que convierten en su parroquia, su mundo, su vida. Y se encierran en eso que Francisco ha denominado con tanto acierto, la autorreferencialidad. Son pocos, muy pocos, pero se citan los unos a los otros (y a sí mismos), con la nostalgia de un Dios, Patria, Rey (o Franco, o Yunque, depende del caso) que afortunadamente no tiene nada que ver con el Jesús de los Evangelios.
Los falsos mártires que, con sus lágrimas secas, insultan la memoria de los auténticos mártires, los que sí se dejan la vida por el Evangelio. Los que trabajan cada día, sin desaliento (o con el desaliento esperanzado de quienes saben que la vida es injusta, pero que esa no es razón para no luchar por la justicia), y en ocasiones mueren, o son asesinados, por los poderosos que (oh, curiosamente) jalean (y financian) buena parte de los proyectos de estos fariseos de medio pelo del siglo XXI.
Hablar de persecución hoy, aquí, hablar de martirio, hoy, aquí, es insultar la memoria de todos los mártires de la Iglesia. El verdugo quejándose de que una astilla del hacha se le ha clavado al dar un mal golpe, y exigiendo compensación a los familiares del ajusticiado. Los que no encuentran la calle de la Llorería aunque llevan viviendo en ella (esquina con la Avenida del Resentimiento) toda la vida. Por mucha fanfarria que le pongan a su música, por mucha mística New Age con la que pretendan vestir su lucha. Y es que la ‘contrarrevolución’, por definición, lo que busca es acabar con cualquier cambio. Justo lo contrario que vino a hacer Jesús. Aunque ellos crean a pies juntillas que Cristo era un tradicionalista por vocación. Y no dudarían en crucificarlo al comprobar que no era cierto. «Qué se creerá ese, que es el Rey de los Judíos».