Sacerdote comprometido con la teología de la liberación y los movimientos cristianos de base, Evaristo Villar se presta con calma a posar para las fotografías. Incluso, con el ánimo de facilitar la tarea, decide subirse a la escultura de una bicicleta y pedalear en el aire. Sonríe cuando lo hace. Su mirada jovial anticipa el tono de la charla.
Evaristo Villar (Sejas de Sanabria, Zamora, 1940) está iniciando una nueva vida a sus 83 años. Sacerdote y teólogo comprometido con los movimientos cristianos de base, en 2022 puso fin a su labor como impulsor de la revista Éxodo, cuyo último número tras 34 años de actividad vio la luz en diciembre de ese año. Ahora reside en un albergue de Carabanchel en el que ayuda a personas sin hogar. “Yo hago poco, pero caigo en la cuenta de que vivo bien y esa gente ha tenido que ir a un albergue porque no tiene una casa donde cobijarse ni tiene una cesta de la que alimentarse. Tengo que denunciar eso, luchar”, apunta en un momento de la conversación que mantenemos una tarde de otoño junto al parque José Luis Sampedro, en el barrio madrileño de Chamberí.
Son las cuatro y el encuentro transcurre en ese tiempo fronterizo en el que el parque cambia del silencio a la algarabía de los niños recién salidos del colegio, de la luz fría de las horas centrales al inicio del atardecer.
En la vida de Villar también existe un tiempo fronterizo que podemos situar en 1993. Ese año fue expulsado de la orden claretiana junto con otros cinco compañeros después de un largo proceso impulsado por la estructura más conservadora de la Iglesia española y bendecido por la Roma de Juan Pablo II. ¿Su falta? Haber creado con un grupo de claretianos en los años 80 una revista, Misión Abierta, que quiso reflejar en sus páginas el espíritu transformador y aperturista del Concilio Vaticano II. Primero les quitaron la revista y después los expulsaron de la congregación. “Nos echaron, pero no porque nosotros tuviéramos una práctica dentro de la congregación que fuera ajena a la congregación; todo lo contrario. Yo siempre he dicho que a mí me han echado de la congregación claretiana por los mismos criterios que ellos me habían enseñado; es decir: la verdad, la justicia, la honradez”, rememora.
Expulsados y señalados, los seis claretianos vieron cómo se les cerraban todas las puertas. Fueron perdiendo sus trabajos vinculados a la Iglesia y tuvieron que inventarse una nueva vida. Villar pasó a ejercer de profesor de música. Otros compañeros se dedicaron también a la docencia en centros ajenos a la Iglesia. Pero los seis claretianos expulsados no renunciaron a su misión religiosa. Aunque desde entonces tuvieron que llevarla a cabo en una posición un tanto singular: quedaron bajo el cobijo del entonces obispo de Mato Grosso (Brasil) Pedro Casaldáliga. “Escribió [al presidente de la Conferencia Episcopal Española] diciéndole: ‘Desde hoy a todas estas personas —nos nombraba— las acojo en mi diócesis y, según el derecho canónico, quedan bajo mi jurisdicción. Van a ser mi comunidad en Madrid”. Y así ha sido y así es. Nos encontramos, pues, ante un sacerdote que desde hace 30 años ejerce su misión como miembro de la comunidad en Madrid del obispado de Mato Grosso; una comunidad que, despojada de la revista Misión Abierta, puso inmediatamente en la calle otro medio de comunicación, la revista Éxodo (1989-2022). Varios miembros del grupo participaron en la puesta en marcha de la red de movimientos cristianos de base.
¿Cómo transcurre el viaje desde un pequeño pueblo zamorano en la España de posguerra hasta formar parte de una comunidad en Madrid bajo la jurisdicción de un obispado brasileño? Transcurre con los saltos propios de un tiempo en el que todo cambió a gran velocidad.
Villar era el pequeño de diez hermanos. Sus padres se dedicaban a la agricultura. De aquel tiempo recuerda la fragua en la que veía cómo trabajaba el herrero, el deseo de emular a sus hermanos en las labores del campo y “una enorme ilusión por aprender”. Esa ilusión tomó forma cuando a los 12 años ingresó en el seminario claretiano de Medina de Rioseco, que acababa de abrir. Fue el tiempo de esforzarse en los estudios e ir esbozando una vocación nacida al escuchar a los misioneros y propiciada también por el ejemplo de su hermano mayor, Ovidio, claretiano en Santo Domingo de la Calzada. Después vinieron los estudios universitarios —Salamanca y Lovaina— y, a continuación, un periodo de zozobra antes de tomar la decisión de ordenarse sacerdote.
Aún se encontraba en Lovaina cuando fue llamado por su congregación para ejercer de párroco en Gijón. Recuerda aquellos dos años como la oportunidad de llevar a la praxis la voluntad integradora del Vaticano II, pero también rememora el zarpazo que supusieron para él y sus compañeros las denuncias de los sectores más conservadores, que encontraron eco en las altas instancias claretianas. Aquella experiencia terminó de forma brusca, quizá como un primer aviso de los límites dentro de la orden y de la fuerza de quienes se oponían a las reformas del concilio. Límites que quedaron claramente perfilados con la experiencia de Misión Abierta en los años 80.
Las décadas de los 70 y los 80 fueron también tiempo de viajes como fuentes de inspiración. Villar recuerda con especial intensidad su conocimiento del discurso y la praxis de la teología de la liberación en las comunidades cristinas de América Latina. “Me di cuenta de cómo analizaban muy humildemente y muy sencillamente la realidad. Llegaban por la tarde y se juntaban y se preguntaban qué es lo que nos ha pasado hoy. ¿Y qué podemos hacer? Que, en definitiva, son las grandes preguntas que el filósofo Kant se ha hecho: ¿qué podemos conocer?, ¿qué nos es dado esperar? y ¿qué debemos hacer? Son las tres preguntas que se han hecho los grandes filósofos de toda la historia. Se las hacían ellos de la manera más sencilla. Bueno, pues entonces eso me ha ayudado mucho en la cuestión de la producción teológica y en mi trabajo en la revista”.
Evaristo Villar cree que el papel de la religión podría consistir en dotar a la existencia de una mística frente al pragmatismo de la sociedad científico-técnica
En la conversación nos detenemos en la segunda de esas preguntas —¿qué nos es dado esperar?— referida, en este caso, a la religión en el siglo XXI. Villar cree que el papel de la religión podría consistir en dotar a la existencia de una mística frente al pragmatismo de la sociedad científico-técnica. “Una mística distinta, una dimensión profunda de ser humano, una dimensión interior, un desarrollo interior del ser humano. ¿Y quién puede hacer esto? Lo pueden hacer todos. Pero este papel lo tendrían fundamentalmente las religiones, que han sido catalogadas siempre como instituciones de sentido. El cristianismo, en concreto, tendría que, por lo pronto, distinguir la religión del Evangelio. La religión generalmente se ha cifrado en los sacramentos: muchos sacramentos, mucha doctrina, mucha historia, pero casi nada de mística, de vida. Es muy poca cosa lo que ha hecho en este sentido. Entonces el cristianismo tendría que ir nuevamente al Evangelio, donde el Evangelio une la mística con la acción”.
Esa unión entre mística y acción la reivindica Villar como piedra angular de las comunidades eclesiales cristianas populares: “Aquí en España han sido a lo mejor más de 200 en todo el país. Son grupos, son testigos, son militantes, luchadores y gente bien preparada… La Iglesia católica no ha contado con ellos; más bien los ha demonizado. Nosotros, cuando hemos sacado alguna cosa, hemos tenido que luchar contra la jerarquía. Entonces hoy día estamos en una situación bastante débil. La gente es mayor. Sin embargo, yo creo que todo esto tiene una lectura no inmediata. Generalmente, los elementos transformadores de la historia no lo han conseguido nunca en el momento presente. Han tenido que morir. Dice el Evangelio que como el grano de trigo tiene que morir para dar espiga”.
El contraste entre los movimientos cristianos de base y el conservadurismo de la jerarquía de la Iglesia católica aparece como un elemento recurrente en la conversación. Y, ampliando el foco, Evaristo Villar se muestra muy crítico con lo que considera una “confesionalidad encubierta” en el Estado español. Aboga por el Estado laico: “A mí me parece que es el punto de partida en el cual nos podemos encontrar todos. Todas las religiones, todas las culturas, todos los no creyentes, creyentes, agnósticos. Todos nos podemos encontrar en un Estado laico. Que las leyes las hagamos sin necesidad de que esté vigilando una religión concreta, ni la ética o la moral de una religión concreta”.
Seguimos conversando mientras nos alejamos del parque que lleva el nombre de José Luis Sampedro, el escritor fallecido en 2013 al que Villar entrevistó para Éxodo. Ese nombre se une al recuerdo de otros intelectuales y pensadores que han alimentado la vida de un sacerdote libre que, a sus 83 años, busca nuevas formas de hacer realidad su compromiso.