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El paso de la Hermandad del Cerro a su salida de la Parroquia, este martes en Sevilla. — Raúl Caro / EFE

La semana santa en Andalucía, arraigo y mito: debate sobre su significado

Una celebración masiva y poliédrica, que trae de cabeza a los laicistas, cambia las ciudades a lo largo de una semana.

Las ciudades andaluzas se transforman, invariable e inevitablemente, en Semana Santa. Aparecen los cuellos doblados y endurecidos de los costaleros, los capirotes y las medallas, las bandas de música con inconfundibles y estridentes trompetas, las bolas de cera que recrecen en manos de niños y niñas sobre un núcleo de papel albal, el éxtasis, sí, y los gritos emocionados (¡Dolores, Guapa!) y el silencio y la decepción, si llueve, las cervezas y los botellines en manos locales y guiris, el trago largo, las calles cortadas, las estampitas, los romanos y las plumas, el oro y la pompa, el incienso, los legionarios, los gruesos nudos de corbata, las mantillas, el clasismo, el machismo… Y los pasos y las tallas y la sangre de cristo y, también, el hartazgo de los laicistas.

Hay, siempre, temor a la lluvia. Singularmente en Sevilla, una multitud lleva días mirando la previsión del tiempo, actualizándola en sus teléfonos y aparatos electrónicos. El personal se cruza memes con el cristo del cartel del pintor Salustiano García, ahora con un chubasquero, ahora con una máscara de buzo. Que no falte el humor.

«La Semana Santa es la principal fiesta de la primavera en buena parte de los pueblos y ciudades andaluzas, metáfora de la victoria de la vida sobre la muerte, donde se mezcla lo religioso con lo festivo, el estreno de ropa, el comensalismo, la distensión social, la bebida… Es una fiesta vivencial, emocional, repleta de recuerdos de la infancia, aspiraciones sociales, ostentación, estéticas historicistas…» , afirma el profesor de Historia Contemporánea en la UNED César Rina, que ha estudiado el fenómeno en una obra fundamental para comprenderlo: El mito de la tierra de María Santísima. Religiosidad popular, espectáculo e identidad.

«La religiosidad popular no es un reducto del pasado ni ha sobrevivido como un fósil, ni representa la voluntad, carácter o esencia de la totalidad de la comunidad. Es, por el contrario, un fenómeno vivo, presentista, cuyos códigos culturales se adaptan a un espacio y un tiempo específico», agrega en conversación con Público.

Los cofrades y las cofradas  –palabra de antiguas raíces que recoge la RAE para definir a la mujer que pertenece a una cofradía– también, además de las nuevas tecnologías, recurren al más atávico y rudimentario método de levantar la mirada hacia el cielo.

La idea es ahuyentar las nubes, que, si descargan agua, impedirían a los participantes del festejo en general disfrutar en plenitud de la «ópera popular», en palabras del profesor Rina, que se representa de manera masiva en las calles, para gran disgusto de los laicistas practicantes, invadidos por un poliédrico y multitudinario fervor que se repite año tras año.

José Antonio Naz, de Andalucía Laica, vive en el centro de Córdoba: «Hay una imposición. Está todo permitido para ellos, los demás no existimos», lamenta en conversación con Público. «Difícilmente me puedo mover en toda la semana, por como está todo, Y como yo, cualquier otra persona que tenga que estar por el centro», añade.

«En cualquier otra manifestación se mide muy bien que moleste lo menos posible, mientras que aquí todo es posible», prosigue. «La gente puede dedicar su tiempo y sus gustos a lo que quieran. El problema desde el punto de vista laico es el respeto a los demás: ahí es donde se produce la colisión», analiza Naz. «Hay cada vez más gente que huye, porque no puede vivir si se queda»

En su muy documentado trabajo, Rina aporta los siguientes datos, que sirven para corroborar esta ocupación cuasi perenne del espacio público: «Esta sobredimensión se puede constatar en los informes policiales de cortes de calles relacionados con la religiosidad popular. Javier Macías, para la revista Pasión en Sevilla, en el primer semestre de 2017 contabilizó 545 actos que implicaron cortes de vías y además concentrados en el centro. De esos eventos, el 43% eran procesiones, el 11% ensayos, el 10% cruces de mayo, el 12% vía crucis, el 7% traslados, el 5% romerías y el 4% restante otros cultos externos».

«Los datos –reflexiona Rina en su trabajo– constataban el desbordamiento del ritual. Una minoría ocupa espacios hegemónicos en la política municipal y consigue todo tipo de prebendas en nombre de la tradición, desde retirada de árboles o bancos a la cesión de espacios públicos para exposiciones».

«Hay cada vez más gente que huye, porque no puede vivir si se queda. Lo que pasa es que todo está alrededor de esto. Hablando con un amigo mío que es canónigo, le dije: Vais a morir de éxito. Es un abuso. Sales una tarde y te encuentras la calle cortada«, remacha Naz.

Apropiaciones, el papel de la Iglesia

El fenómeno de la Semana Santa en Andalucía, además de intensivo, es en efecto caleidoscópico y admite múltiples interpretaciones, puntos de vista y, claro está, maneras de vivirlo, tantas como no participantes y también participantes. Desde el campo de la antropología se han hecho aportaciones, como la idea de fiesta total, multidimensional, defendida por el profesor Isidoro Moreno, que identificó en sus trabajos, entre los múltiples significados de la Semana Santa, al menos el simbólico, el sociopolítico, el económico, el emotivo, el identitario y el estético.

El religioso, desde luego, también está ahí, indisociable de la fiesta. El trasfondo católico del rito, del mito, es obvia. Y la Iglesia pretende rentabilizarlo. En un contexto de abandono masivo de los templos católicos en todo el país (en 1980 solo el 8,5% se declaraba como no religioso: agnóstico, ateo o indiferente, mientras en junio de 2022 era el 39%), en Andalucía, donde la Semana Santa está bien, pero bien arraigada, hay más católicos.

En concreto, en el verano de 2022, según el CIS, uno de cada cuatro andaluces –el 24%– se afirmaba católico practicante, por algo menos de uno de cada cinco en toda España –el 18%–, seis puntos menos. Los no creyentes eran entonces siete puntos menos en Andalucía (32% por 39% de media en todo el país).

Para Naz, ambas cuestiones están vinculadas. La tolerancia le sale rentable a la Iglesia. «Todo va unido, si las familias desligan desde la izquierda el hecho de que no tiene nada que ver, se relativiza todo esto. Es todo una panoplia. En los pasos sigue habiendo representaciones franquistas. Porque no los han quitado, usan los mismos ornamentos que tenía. Es decir, hay un uso claramente reaccionario, independientemente de lo demás». «La Iglesia reivindica que es una fiesta suya, pero no está organizada ni pagada por la Iglesia»

«Mi planteamiento –afirma el profesor Rina– parte de que la Iglesia católica reivindica que es una fiesta suya, pero [la realidad es que] no está ni organizada ni pagada por la Iglesia. La Semana Santa es un instrumento de evangelización de los propios cofrades. Convierte los símbolos y las tradiciones de sustrato católico en cotidianas. Lo socializa tanto que hace común eso. Son símbolos católicos. Es religioso, pero también transciende. La Macarena no sé hasta qué punto es de la ciudad. Este caso es paradigmático. Los cofrades no asisten realmente a la eucaristía. Si quitásemos las imágenes, ¿iría la gente a misa?«, se plantea Rina.

El pintor Salustiano García, con su obra. CRISTINA QUICLER / AFP
El pintor Salustiano García, con su obra. — CRISTINA QUICLER / AFP

El profesor añade: «El secuestro interpretativo conservador de los ritos se ha apoyado también en el abandono o rechazo de las culturas políticas de izquierda, que, salvo excepciones, han proyectado sobre lo popular una mirada elitista y han asumido buena parte de los postulados y significados católicos y conservadores que niegan sus dimensiones culturales».

Para el profesor Rina, «los rituales de la religiosidad popular tienen una dimensión eminentemente festiva, pero cuentan con niveles de significación mucho más amplios: sus usos políticos y religiosos, el control del calendario y del espacio simbólico de la ciudad, su carácter masivo o la interacción dialéctica entre élite y cultura popular. Estas celebraciones trascienden el poder de la Iglesia, pero al mismo tiempo son aprovechadas por el clero para recatolizar el espacio, combatir la secularización y magnificar su peso social».

Disidencias: una fiesta heterodoxa

«Las investigaciones y formas heterodoxas de vivir y sentir la fiesta se encuentran cada vez más arrinconadas por la ideologización de las cofradías y la creciente influencia política del municipal cofradierismo —en palabras de Isidoro Moreno— o populismo cofrade, que comienza a generar problemas de convivencia y habitabilidad del espacio público», afirma Rina.

«Uno de los riesgos –agrega– de la hegemonía de la Semana Santa en la organización del tiempo festivo en toda Andalucía es su conversión en icono identitario obligatorio, su mercantilización, su deriva folklorista-homogeneizadora o su potencial a la hora de articular consensos políticos y prácticas identitarias. No son banales los empujones entre políticos». «La clave está en no restringir ni centrar la interpretación a la ortodoxia católica»

«La clave está en no restringir ni centrar la interpretación de la religiosidad popular a la ortodoxia católica o al plano de las creencias. Lo religioso se ve [superado] por la dimensión identitaria del rito y la autoafirmación de barrio, de clase, de comunidad, de género, de ciudad o de región-nación. Cada hermandad se articula como colectivo específico que defiende su derecho simbólico a la ciudad, de ahí que se hayan creado cofradías en los barrios jóvenes de extrarradio. Cada grupo tiene sus símbolos, colores o imágenes, que si bien parecen miméticos, cuentan con diferencias significativas que los hacen únicos», asegura el profesor.

En ello, en resignificar la fiesta está, por ejemplo, Proyecto Palio, que pretende «liberar a la Semana Santa de su secuestro», según declaran las «disidentes» en su solemne manifiesto. Grecia Mallorca es una de las fundadoras, junto a sus amigas Marian y Bernar. «Hemos mamao lo rancio y lo correcto hasta engolliparnos», afirman en el manifiesto. 

«Hemos participado mucho, pero llegó un punto de disrupción, nos hicieron sentir -y nosotras también lo asimilamos- que eso no era para nosotras. Cuando eres alternativa, mujer, punki o heavy, te apartan y lo sufres. Cuando no encajas con el molde, hay veces que te lo dicen, aquí no pintas nada. Bueno, y lo asumes: pues me aparto de esto», afirma Mallorca a Público. «Pensamos: ‘Vamos a hacer algo, un refugio, un colectivo de perfil disidente'»

Sin embargo, nunca se apartaron del todo. «Lo que hacíamos era ir de tapadillo. ¿Cómo concilio una mentalidad de izquierdas con esto, dos cosas que me gustan? Porque te sientes incoherente. Bernar se da cuenta y nos junta a Marian y a mí. Y pensamos: Si nos pasa a nosotras, le pasa a más gente. Vamos a hacer algo, un refugio. Un colectivo de perfil disidente«. Así nació Proyecto Palio, un lugar en que se nombran en femenino, cofradas, «que pa eso tenemos vocación mariana». 

«Crecemos con la Semana Santa como parte de nuestra cotidianeidad. Ahí da igual la ideología, te atraviesa y es tu cultura. Nos parece que no tiene sentido empeñarse en restringir tanto», afirma Mallorca. La fundadora de Proyecto Palio asegura que en las juntas de gobierno de las hermandades de Sevilla solo hay un 18% de mujeres. 

El proyecto trata de agitar esa Sevilla rancia. «Todavía estamos en esa fase de: esto hay que hablarlo. La gente nos llama, empieza a compartir. Empiezan a asumir esta contradicción o intentan conciliarlo, porque contradicciones tenemos todas. Aunque esta contradicción no nos parece una gran contradicción«, bromea. «Queremos que se reconozca que sin nosotras esto no es posible y que quien disfrute de la Semana Santa no tenga ese sentimiento de culpa o de contradicción».

Mallorca reflexiona lo siguiente: «Hay muchas formas de estar en la Semana Santa, de vivirla. Hay una ideología concreta y ultraconservadora en las hermandades y en las cofradías. Pero cuando ves quién levanta todo eso, la base es más heterogénea. Aunque tengamos el peso todavía del nacionalcatolicisimo, las disidencias son fundamentales para que la Semana Santa sea posible».

«Toda fiesta es la plasmación de la libertad de una comunidad que articula sus prácticas al margen de dogmas religiosos y de restricciones institucionales. Las mueve su afán colectivista, igualitario, sensual, emotivo o mágico», analiza Rina.

Cristo y el sufrimiento 

Otra interpretación del éxito de la Semana Santa en Andalucía ha venido a través de la aproximación al sufrimiento y a la injusticia. En una tierra que cuenta con bolsas de pobreza y miseria endémicas, diversos trabajos han señalado «la identificación del andaluz con Cristo, personaje perseguido por luchar contra las injusticias, y con la Virgen, que soporta el dolor de perder a su hijo», apunta Rina. «La comunidad establece lazos con un dios que sufre sus mismos pesares»

«El mecanismo marca una clara distinción entre la religiosidad oficial, centrada en la celebración de la resurrección, y la religiosidad popular, identificación de las personas humildes con la pasión y muerte de Cristo. La comunidad establece lazos con un dios que sufre sus mismos pesares y que por su propia experiencia de explotación puede comprender situaciones injustas», señala el profesor.

«La Semana Santa festiva cohesiona la comunidad en su conjunto, no sólo a los católicos practicantes. Es un tiempo de ocio y de integración de las diferencias, donde cabe lo contradictorio. En las tensiones por significar y controlar las prácticas rituales está en juego el derecho simbólico a la ciudad.Las hermandades radicadas en el extrarradio de las capitales andaluzas son estigmatizadas y vigiladas constantemente por los obispados y ayuntamientos, pues son sospechosas de tendencias heterodoxas. Las del centro no están sometidas a un control tan intenso pues se les presupone refinamiento, orden, conservadurismo y espiritualidad», analiza Rina.

Un fenómeno global

El fenómeno de la Semana Santa, tan enraizado en la memoria de los andaluces, es hoy, también, global. Trenes y aviones acuden repletos de turistas, y los hoteles están al 90%, según sus propios datos. «La Semana Santa moderna surgió en el momento en que los hosteleros y la burguesía local descubrieron que aquellos nazarenos no eran una rémora de religiosidad barroca, sino espectáculo de atracción de turistas», señala Rina. «No se puede entender el auge de la Semana Santa sin ponerla en relación con la globalización»

«No se puede entender el auge de la Semana Santa sin ponerla en relación con la globalización y la transformación de los centros urbanos en no-lugares para consumo en franquicias y turismo. Estas fiestas son el resultado de intensos esfuerzos por buscar y representar marcadores culturales diferenciados y exaltar lo local en un horizonte global transitado por el miedo y el riesgo ante la percepción de la aceleración del tiempo y la pérdida de pilares identitarios», añade.

«Se produce así una paradoja: es una respuesta a la globalización con herramientas importadas de la [propia] globalización de la fiesta hispalense. A la vez, la Semana Santa, convertida en forma de ocio y consumo, está implicada durante todo el año con el contexto líquido y con la sociedad de consumo, en el que los ritos han perdido su temporalidad como marcadores cíclicos», continúa.

«El tiempo moderno –prosigue Rina– es sólo un espacio en el que encontrar placer, por eso no espera, y traslada el ocio o la afición cofradiera a la playa en verano o a la cena de Navidad, con la inestimable ayuda de canales locales de TV y radio, páginas de información, perfiles en las redes sociales, foros, etcétera. En este horizonte cultural, los rituales se consumen a la carta y las religiones se dispersan en prácticas y creencias menos jerarquizadas. Esto ha estimulado una industria de artistas y artesanos, tiendas especializadas y de souvenirs de las que también sale favorecido el sector turístico».

«Los pasos de las cofradías se comportan como si estuvieran en un espectáculo televisivo. Baste el ejemplo de la Campana de Sevilla. A más turismo y más cámaras, más rituales, más tradición y más pasado que mostrar. Esto transforma radicalmente la configuración y los imaginarios de las celebraciones, crecientemente sometidas a procesos de control y de invención de tradiciones que fosilizan y petrifican los ritos del presente, los encorsetan en detrimento de los espacios de improvisación. Así se produce una fiesta más previsible y fácil de consumir», remacha el profesor.

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