Aquí se aplican las leyes que los menonitas quieren, laborales y fiscales. Han llegado a tomar el control total de la región
Filadelfia es la principal ciudad del departamento de Boquerón, y es la capital menonita de Paraguay. Poco queda ya de aquellos menonitas que rechazaban cualquier avance mecánico y moderno… Hoy son enormes productores, con la última tecnología y capacidad de expansión en el Chaco paraguayo. También son explotadores 'ad eternum' de los pueblos originarios de la zona.
Llegar a esta ciudad después de ocho horas de colectivo, hace que uno tenga la sensación de visitar Alemania y no el Chaco Central donde se ubica. Los menonitas son un grupo religioso, escindido de la iglesia católica y seguidores de Menno Simmons (sacerdote holandés anabaptista del siglo XVI), que en un principio se extendieron de Europa central hacia Rusia, huyendo de la persecución religiosa e invitados por los gobernantes locales como eficientes agricultores. Con la eliminación de los acuerdos de explotación de la tierra en Rusia en 1877, hubo un éxodo hacia Canadá y Estados Unidos; y con la definitiva derogación de todos sus privilegios y la expropiación de las tierras y persecución Stalinista, en la década de 1920 fueron emigrando de nuevo hacia América en numerosos grupos, asentándose en países como México, Bolivia o Paraguay.
A Paraguay llegaron en 1927 y siguieron aumentando con las migraciones hasta 1947, con una concesión de tierras de una parte del Chaco Boreal (no queda claro si a crédito, regalado o chanchullo bajo mesa como dicen algunos por aquí). Hoy en día Filadelfia es el centro administrativo del Chaco. Paseas por sus calles y parece que te traslades a otra parte del mundo. Cartelería en alemán, museos en alemán, precios elevadísimos, autos último modelo, grandes superficies… Ogullosos de su esfuerzo y trabajo de décadas, del 'desarrollo' alcanzado en sus ciudades, tienen una de las cooperativas más grandes de Paraguay y son reconocidos expertos en ganadería, lácteos y agricultura en gran escala y de exportación.
Caminas por las desiertas calles un domingo, preguntándote cómo es posible todo esto en medio del Chaco. Hasta que en una bocacalle a las afueras de la ordenada Filadelfia encuentras un camino que conduce hacia las colonias de guaraníes y lenguas (otra de las comunidades originarias de la región). Allí la realidad es otra, son los trabajadores de los campos menonitas que se agolpan en terrenos aledaños pero separados de los menonitas, y que pasan alegremente el domingo en la calle. Te sientas a conversar y a compartir un trago y te hablan y te cuentan que hay trabajo, que cobran puntualmente, pero que la relación con los menonitas es de dos niveles, en el que ellos ocupan el inferior, y no se mezclan.
El 'estado' menonita
Aquí se aplican las leyes que los menonitas quieren, laborales y fiscales. Han llegado a tomar el control total de la región, tanto es así que proveen de educación a las comunidades originarias allí donde tienen influencia, impregnando así de valores menonitas a sus habitantes. En 1996 (ha llovido mucho, pero dice mucho también de la mentalidad), en un intento al más puro estilo europeo por 'limpiar' la ciudad, en Filadelfia se prohibió dormir en las calles a indígenas ayoreos de las comunidades Jesudi, Campo Loro y Ebetogue (según el informe de Derechos Humanos en Paraguay – 1996).
Aurelio, trabajador en el desmonte de los terrenos para crear nuevos pastos para el ganado, nos cuenta en casa de su tío, junto a un exquisito asado de venado y chancho, que él trabaja 26 días seguidos al mes con maquinaria pesada Chaco adentro, haciendo turnos alternos de tres horas, con descansos de tres horas por el día y de seis por la noche. El día 1 de cada mes se acerca a Filadelfia a cobrar y a arreglar papeles y a los 4 días… de nuevo al monte. Lo dice con resignación, pero se puede entrever la rabia en sus palabras: si no lo hace él otro vendrá detrás en su lugar.
La deforestación de los terrenos menonitas, obtenidos en condiciones de dudoso ventajismo, cuando muchos pueblos originarios de Paraguay no tienen reconocida su parcela necesaria para vivir o es usurpada a diario, hace que uno dude a su paso por estas tierras -aparentemente infértiles pero de una riqueza natural espectacular- acerca de la legitimidad de un pueblo como el de los seguidores de Menno Simons para explotar ad eternum una tierra extraña con sus pobladores dentro. Lo hacen imponiendo un modelo absolutamente occidental de producción y convivencia, y en condiciones laborales no del todo respetuosas con sus congéneres indígenas, con los cuales se mezclan solamente en relaciones extramatrimoniales y secretas.
Todo esto contrasta con la calidez con la que fuimos recibidos al pasear por las comunidades originarias, las ganas de reir y divertirse, las invitaciones a comer, cenar y hasta desayunar con su gente. Sin embargo, no conseguimos arrancar una palabra a un menonita, entre otras cosas porque casi no se les ve en la calle.