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Historia y educación pública, laica y gratuita en Argentina

Comentarios del Observatorio

La autora tiene publicaciones previas de corte peronista derechista, denotando una tendencia de repudio al prócer de la educación pública argentina, Domingo F. Sarmiento y al laicismo. Según nos señala un académico de la UBA, la misma en este artículo le asigna a Sarmiento ideas que no tuvo e interpreta al revés sus convicciones y acciones:

En primer lugar, la prédica de Sarmiento (1811-1888) no se originó en 1884, sino en 1825, cuando apenas adolescente pero ya lector, se inició como maestro rural en un pueblito de la Provincia de San Luis, enseñando a leer y escribir a chicos mayores que él. Sarmiento fue escritor, pensador, político, diplomático, educador, promotor del progreso, autor de 52 tomos publicados, Presidente de la República Argentina y estadista reconocido por personalidades mundiales. Algunos de sus libros fueron reeditados por la UNESCO, y Unamuno estudió su prosa y sus ideas. A lo largo de su vida fundó más de 800 escuelas, laicas, gratuitas, estatales, públicas, y fue uno de los más notables dirigentes del laicismo en la Argentina, firme y tenaz defensor de la libertad de pensamiento.
La Ley 1420, dictada por el Congreso de la Nación cuando él llevaba seis décadas de prédica progresista, fue la consolidación institucional de su pensamiento, aunque fue redactada por otras personas en tanto él ejercía un influjo poderoso desde la Masonería Argentina.
Ese texto legal, que como todas las leyes tiene una autoría plural fruto de acuerdos, aunque en general corresponda al pensamiento sarmientino, no menciona a «pueblos originarios» porque habla de seres humanos y no de grupos sectarios. Por otra parte, en América, según las investigaciones científicas desde mediados del siglo XIX hasta las más recientes, efectuadas con ADN fósil y polen, no existen «pueblos originarios», ya que el origen de la Humanidad parece estar en África y las migraciones más antiguas hacia América parecen haber entrado desde Asia, al norte, navegando por las costas hacia el sur desde Alaska. Por esos motivos, aunque una cierta moda intelectual desde hace poco habla de «pueblos originarios» como reivindicando una precedencia, nosotros preferimos hablar científicamente de «primeros pobladores y sus descendientes», de los cuales registramos siglos de mestizajes, entre ellos y con los europeos llegados en barcos y en este siglo con asiáticos, africanos y provenientes de Oceanía. Como parecen demostrarlo las investigaciones acerca del genoma humano, las»razas» no existen en biología y son simples nombres supuestos por un afán racista.

Resulta disparatado suponer que para Sarmiento los «pueblos originarios» fueran «barbarie». Su concepto de «barbarie» se refería a conductas y no a etnias: los tiranos eran «bárbaros». Para Sarmiento todos eran dignos de acceder a la educación, a la libertad, a la igualdad, a la vida democrática. Y, en esto, como en muchas cosas, Sarmiento fue el mejor continuador de Manuel Belgrano, el creador de la bandera nacional argentina, que murió en 1820. Escribir es posible para quien aprendió a escribir. Publicar es posible para quien logra los medios. Pero hay una responsabilidad en quien escribe y en quien publica: ser honesto y procurar ser veraz.

Opina Margarita Bastian, historiadora, para Tu Tiempo Mujer. Fotografía: selección muestra «La educación en La Pampa». Archivo Histórico Provincial. Fototeca Bernardo Graff. Portada: Clase en la escuela n° 2 de Santa Rosa.1930.

En nuestro imaginario colectivo la educación como espacio público es una asociación automática.  La ley 1420 fue aprobada en 1884 y Sarmiento, que no incluía a los pueblos originarios en su proyecto, fue la figura central e impulsor de esos “principios incuestionables”: la educación primaria será, a partir de entonces, obligatoria, laica y gratuita.

Para Sarmiento, los pueblos originarios, a los que consideraba «la barbarie», no eran » dignos de ser educados». Con anterioridad, y en pleno proceso revolucionario, Belgrano había detallado pormenorizadamente sus fundamentos pedagógicos de lo que hoy se diría una educación inclusiva: “niñas y niños, paisanos y nuestros indios», escribió.

Se trataba de una instrucción básica de época se sumaban las letras y los números, y conceptos innovadores como el medio ambiente y la producción, que tenía en cuenta la experiencia comunitaria de los indígenas, la geografía de cada región y sus costumbres; un universo más amplio y autóctono que el de Sarmiento.

La ley 1420 nace con una funcionalidad política de la educación y respondía al positivismo de la llamada «generación del ‘80». «Administración y Progreso» fue el lema de la oligarquía de entonces, que entendía la educación como un » disciplinamiento» ante la llegada masiva de inmigrantes, que además de constituirse en mano de obra serían un obstáculo para los intereses económicos de la élite gobernante porque conformarían las primeras asociaciones de Socorros Mutuos, sindicatos y gremios, de tendencia anarquista y socialista.

Control social y control político

El rol de las mujeres como maestras fue fundamental. Se naturaliza la idea de «segunda mamá» al cuidado de niñxs en el aula. Si bien para muchas la docencia fue un trabajo «más seguro” que otros, más directamente insalubres, los contratos eran moralistas y patriarcales.

No casarse, no vestir con colores brillantes, no pasear, son algunas de las «expresiones» de la época asignadas a las maestras. La tarea era mayoritariamente femenina, los sueldos eran bajos porque, como «mujeres» debían cumplir su función “por vocación y no por remuneración”. Han transcurrido varios decenios desde la implementación de aquella ley y se han sucedido cambios.

En el transcurrir de este siglo XXI, mucho dista de ser una educación como “práctica de la libertad”, siguiendo el pensamiento del pedagogo Paulo Freire. Una educación para aprender y enseñar, y enseñar y aprender;  para mejorar y cambiar la sociedad que debiéramos ser, porque la educación como herramienta política del Estado puede dominar, disciplinar, vaciar de contenidos y hasta convencer, por ejemplo, que con más cantidad de horas de clases «seremos mejores».


Por un educación obligatoria, laica y gratuita siempre. Por una educación que promueva el conocimiento para pensar y repensar, donde el Estado garantice las condiciones económicas y sociales para vivir bien y poder pensar.

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