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Najat el Hachmi se rebela en el pregón de la Mercè contra el machismo en el islam / FERRAN NADEU

Najat el Hachmi se rebela en el pregón de la Mercè contra el machismo en el islam

Justo antes de que la Mercè haya vuelto a Barcelona para imponer cuatro días de celebraciones, su pregonera ha ajustado cuentas con su pasado, el de una joven que rompió con la familia para escapar del corsé de la religión y el patriarcado. Najat el Hachmi no se ha arredrado al encaramarse a la portalada de la fiesta, con todo dispuesto al jolgorio, para advertir que la libertad de otras jóvenes musulmanas como lo fue ella permanece hoy coartada y en entredicho en la capital. La escritora ha entregado, quizá, el discurso más heterodoxo, descarnado e íntimo de los últimos años para abrir los festejos, llamado a agitar el debate

Rehuyendo el aplauso unánime y con pretensión expresa de incomodar, El Hachmi ha levantando un dedo acusador contra el machismo y la represión de la mujer en el islam. “Yo, que ahora vivo una vida confortable y libre, no puedo hacer como si no supiese que hay mujeres y niñas en esta ciudad que sufren, no puedo mirar hacia otro lado y deciros palabras bonitas, no entrar en lo que a menudo es tachado de polémico. Es muy sorprendente que, a día de hoy, defender derechos fundamentales, en Barcelona y no en Teherán, sea considerado polémico”, ha descerrajado.

“A día de hoy y aquí mismo, hay muchas chicas que se ven obligadas a hacer la elección más dolorosa que se le puede plantear a un ser humano: escoger entre la libertad o la pertenencia, entre ser quien eres y asumir el precio que te harán pagar o someterte para continuar formando parte de tu familia, tu grupo de procedencia”, ha planteado. El Hachmi ha aborrecido el ‘hiyab’, «un símbolo muy poderoso y claro de sometimiento», ha clamado.

“Hemos sido educadas en la idea de que si un solo pelo se escapaba de la tela que cubre nuestras cabezas, todo se iría al garete y se desatarían las más terribles tempestades”, ha echado en cara. Parte del público ha ovacionado el reproche al velo islámico; el resto se ha mantenido impasible, acaso desconcertado.  

Bajo el peso de los siglos del Saló de Cent, ha resonado osada y a ratos rabiosa, furiosa incluso, la voz de la novelista, nacida en Marruecos -“crecí en un poblado remoto, en una casa de adobe encalada de blanco, construida por las manos ásperas de mis abuelos, y este hecho me llena de orgullo como una raíz profunda y robusta”-, afincada con sus padres en Vic siendo niña. Se ha declarado una de “las moras de la periferia”, de las que sentían que Barcelona era “El Dorado de la independencia, la emancipación individual y la libertad”. “Un lugar donde no nos conozca nadie, donde nadie nos cuente cómo de larga es la túnica que cubren nuestros pantalones y si nos hemos puesto más o menos rímel o hemos hablado con un chico cristiano”, ha cargado. 

El Hachmi se ha arrojado con ahínco a una diatriba sin paliativos, un azote contra toda contemporización. «La libertad de las mujeres da tanto miedo que a menudo nos prohíben las cosas que no parecen importantes, las que no supone por sí solas un desafío al orden establecido», ha postulado en la alocución, su respuesta a la controversia que la ha acompañado en los últimos meses, desde que fue elegida para ser la primera pregonera de la era de Jaume Collboni en la Alcaldía.

Reflejo de las pasiones encontradas que ha suscitado, dos pequeños grupos de partidarios y detractores se han concentrado en la plaza de Sant Jaume: mientras un pelotón feminista coreaba que la novelista le representa, miembros del colectivo trans tachaban a la pregonera de «tránsfoba». Incisiva contra la Ley Trans, El Hachmi ha orillado esta vez ese jardín; en cambio, sí se ha metido de lleno en el vergel de la fe, deshojando un discurso por el que, en otras intervenciones, se la etiquetó de islamófoba.

Partidarias y detractoras de la pregonera Najat El Hachmi, se manifiestan en la plaça Sant Jaume antes del inicio del Pregón / Manu Mitru

Voces «molestas»

Sin duda, El Hachmi no se ha conformado a dar una bienvenida sin más a las celebraciones, aunque haya ensalzado la Barcelona macerada con “el poso espeso” de la literatura, la de Mercè Rodoreda y Carmen Laforet, la de Gabriel García Márquez, Montserrat Roig y Maruja Torres, también la de Joan Salvat-Papasseit. “Me recuerda a menudo que me deje besar y bese yo también”, ha glosado sobre el poeta, aún reverberando el eco mundial del ‘caso Rubiales’. Luego, El Hachmi ha discutido que se le asocie al coro de voces “incómodas” y “conflictivas, incluso molestas”.

“¿Os incomoda que os explique que hay niñas en esta ciudad que no pueden aprender a nadar ni ir de excursión? -se ha arrancado- ¿Que crecen creyendo que solo serán valiosas si se tapan? ¿Os molesta que os diga que hay adolescentes preocupadas por su virginidad, mujeres jóvenes que quieren a personas prohibidas con culpa y pagando el precio del destierro familiar? ¿No os gusta que os diga que hay mujeres que se esfuerzan por presentar el certificado de buena conducta vistiéndose de manera decente (lo que ahora llaman “modest fashion”) para poder tener derecho a salir de casa? ¿Que hay chicas terriblemente asustadas ante la posibilidad de que las lleven a Marruecos o a Pakistán y las casen con aquel primo que necesita papeles? ¿Os incomoda todo eso? Pues imaginaos cómo les incomoda a ellas”. 

El Hachmi, vecina del Eixample -«no, no vivo ni he vivido nunca en el Raval»-, ha atestiguado que, cuando la descubrió siendo universitaria, Barcelona simbolizó sus “modestas aspiraciones de libertad”. “Incluso también a mí me las acabaron prohibiendo porque una mujer sola por el mundo era un hecho insólito en mi familia y, al final, no me quedó más remedio que la ruptura”, ha evocado. Torrencial, se ha negado a “mirar hacia otro lado”. “Ya basta de sacrificar las vidas de las niñas y las mujeres en nombre de no sé qué entendimiento de civilizaciones y culturas, en nombre de una idea de inclusión que nos expulsa de nuevo, a nosotras, las mujeres, de la condición de seres humanos de pleno derecho”, ha espetado, alzando la voz. Más unanimidad ha concitado la autora cuando se ha salido del guion que llevaba escrito para condenar la «explotación sexual». «No es un trabajo, es una pesadilla», ha zanjado.

La invectiva ha alcanzado a los “autoproclamados portavoces de las inventadas comunidades” de inmigrantes, tal como la escritora los ha tachado: “Queremos vivir con los mismos derechos que el resto de ciudadanos, tener garantizada la dignidad mínima para sentirnos parte de la especie humana y en casa ya veremos si hacemos cuscús o paella, ‘tall rodó’ o ‘tajine’. Porque aspiramos a ser ciudadanos y no pueblo o tribu o comunidad o creyentes o identidad”.

Para culminar, El Hachmi ha apelado a las jóvenes que atraviesen el apuro que ha relatado que vivió. Les ha llamado a no dejarse “engañar” ni claudicar a un “chantaje injusto”. “Tenéis derecho a ser quien sois y aspirar a vivir libres porque ninguna de nosotras no ha nacido para someterse. No somos traidoras ni renegamos de nuestra procedencia por querer la independencia”, ha proclamado la pregonera, antes de avisar que Barcelona “será la ciudad de la libertad” si “protege, promueve, difunde y garantiza los derechos de las niñas y las mujeres”. “Como lo ha sido para mí”, ha concluido.

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