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El patio de los naranjos · por Rafael Sanmartín

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

El patio de los naranjos no es el de Monipodio. En el de Monipodio otro Monipodio hacía su representación y confundía a la gente. También. Pero no era este. En este ese trabajo es asumido por el Cabildo. En Monipodio ha convertido el Cabildo Catedral el Patio de los Naranjos, siempre en busca del negocio generado a costa de las inmatriculaciones, algunas de las cuales ya las han vendido, para hacerlas irrecuperables y otras se dedican a explotarlas a más no poder para compararlas cada día más con aquellos templos dónde se adoraba el cambio, la compraventa y la especulación antes y por encima del culto. De ningún culto. A eso están volviendo. El negocio de las entradas y otros negocios son notorios y muy rentables en la Mezquita de Córdoba, en la Catedral, en la Giralda, en el Patio de los Naranjos, hasta el 92 plaza pública y desde entonces recinto cerrado, justificado ya sólo en el negocio a costa de vecinos y visitantes.

El Patio de los Naranjos siempre ha sido esa plaza pública en la que los chiquillos acudían a jugar, las parejas a pasear y los abuelos y abuelas a descansar. Como en todas las plazas públicas. Pero un día los treinta euritos de rigor que tanto acercan la apropiación a las treinta judaicas monedas del monte de los olivos, convencieron al Obispo —o al Arzobispo en su caso— y este al registrador para quedárselo para siempre. Para siempre salvo acción decidida de los legisladores, del Consejo de Ministros o en último extremo del Parlamento, que ya está bien de hacerse los sordos como si los cien mil bienes apropiados no fueran algo tan serio que no merecieran atención y respuesta contundente.

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